Estos días he leído el decálogo que la Junta de Castilla y León ha elaborado para promover el "juego limpio" en el deporte y que se encuentra dirigido a deportistas, entrenadores y padres. Su contenido incluye toda una serie de generalidades, principios fundamentales como el respeto a todos los actores que intervienen o la no discriminación por razón de sexo, raza o religión, así como el mantra de la educación en valores, con el que todo el mundo podría estar de acuerdo si supiera de cuáles se trata. También pone el foco en ponderar el esfuerzo por encima de los resultados y la formación por delante de la búsqueda obsesiva de la victoria.
Está bien. No me parece mal. A buen seguro sobraba presupuesto y algún funcionario tenía tiempo para redactar estos decálogos con permiso de los técnicos y puede que hasta del Director General de Deportes de la Junta, Alfonso Lahuerta Izquierdo. Es más, toda labor de concienciación se vuelve necesaria y casi imprescindible si uno se pasa por un estadio de fútbol o una cancha polideportiva y ve la exaltación desmesurada con la que se observan y juzgan las acciones de unos y otros sobre un terreno de juego.
Ahora bien, permíntanme ser pesimista con la eficacia del panfleto, demasiado largo para ser leído por los atareados padres y entrenadores o por los polifacéticos niños multitarea. Y con la fuente, a ver si ahora va a estar la política para dar lecciones a nadie. Y con el calado del mensaje, tan necesario como secundario en comparación con el comportamiento de los ídolos deportivos, el abuso de la trampa en los entornos profesionales, el concepto maquiavélico que rige el gobierno de las instituciones deportivas, incapaces, sin ir más lejos, de coordinarse para elaborar calendarios únicos, renunciar a patrocinios multimillonarios de causas y empresas con objetivos poco nobles o al uso de sustancias químicas prohibidas y nocivas para la salud de sus "empleados deportistas".
Habrá que seguir librando la batalla, no lo niego. Pero mejor si es desde la convicción, desde la asunción e interiorización de que la ejecución de toda trampa es una derrota de por vida, o que no hay lugar donde el respeto deba regir con más rigor que un terreno de juego. Porque cuando un solo actor se salta las normas del mismo, el juego termina. Como terminaban abruptamente aquellas partidas infantiles si alguien ejercía con arbitrariedad el abuso de la fuerza o el desprecio al reglamento que nos hacía iguales.
Luego juego limpio, sí, pero sin demonizar la victoria, como a veces me parece que ocurre. Sin cuestionar la ambición del que quiere ver recompensado con un resultado el esfuerzo de la semana y se emplea con agresividad y orgullo en la pista para sorpresa de quienes parecen querer acudir a ella con la mera intención de pasar el rato y "hacer amigos". Juego limpio, sí, pero también motivación hacia la tarea, búsqueda incesante de los límites, deseo inquebrantable de superar los retos que el juego y los contrincantes nos fijan. Entonces, entrenando sin descanso, jugando con ambición y, por supuesto, respetando las reglas, al compañero y a los árbitros, estaremos hablando de un DEPORTISTA. Quedo a la espera de un segundo panfleto.
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