Confieso que vengo de lejos, no de un lugar mejor ni de unos espacios de formación mejores, más bien creo que no. Pero lo que es cierto es que vengo de lejos. Por edad, claro, no por otra cosa. Y con aprovechamiento.
Lejos quedan, mirando ahora los actuales campos de reflexión y los criterios que mueven a jóvenes y a medio adultos, quedan muy lejos, repito, mis viejas tablas de autocontrol y de autocrítica que entonces se llamaban de otra manera como es de suponer.
Admiro la exigencia del entrenamiento, sin piedad a veces, con cierta dureza incluso, sin rebajas ni falsas debilidades en aquellos años de crecimiento y de adolescencia. Largo silencio por la mañana a primera hora, encontrándote frente a ti mismo y contra el sueño, en una prueba diaria de escuchar, escucharte, pensar y aguantar la jugada un día y otro casi a palo seco, en un acto costoso que nos superaba pero que hacía crecer por dentro casi por la fuerza de gravedad de las cosas humanas de cada día. Y eso sin ver resultados porque estos sólo aparecen más tarde y casi sin que puedas identificarlos a no ser que, con ayuda de alguien, te auscultes con cuidado. Era cuestión de ser en cada momento más de lo que eres. Ahí es nada, la pretensión.
Y cada día a eso del mediodía, después de clases y ya con cierto cansancio razonable, una sesión rápida de autoanálisis, de control de la mañana y de la conciencia; juzgando las cosas, comparando y descubriendo fidelidades, prometiendo matices nuevos fijando todo el trabajo de reflexión y de inflexión en un solo punto de la vida diaria. Como el jugador de fútbol que ensaya el pase corto, o el atleta que se perfecciona en las salidas, o el torero que en el salón afina muñeca y movimiento de pies, o el montañero que hace cada día escalada a pulso en el rocódromo para progresar en una prestación concreta? Aburrido y cansado, pero eficaz. Es ley de calidad, dura e inevitable. Lo sabe cualquier deportista. Por cierto en la Grecia olímpica, pítica o ístmica a ese ejercicio de entrenamiento se le llamaba "ascesis", de donde viene nuestra "ascética". Lo aclaro por si vale y da ideas.
No lo sospeché entonces, a mis quince o veinte años, pero desde no mucho después fui descubriendo la alta eficacia de tal mecanismo. Es conocerse a sí mismo con método y entrenamiento, era un adiestramiento para fortalecer los puntos más débiles de la vida. Pero conocerse para ser distinto y llegar más alto. Nada más lejos del conformista mediocre que te dice: Sé tú mismo, sin más suplementos. Para eso, para quedarme en mí mismo, me sobran todas las "ascesis", me basta con un "corralito" para mí solo.
Y todavía más, porque al final del día y durante muchos años estaba siempre, por obligación ineludible, la hábil y fructuosa estratagema de no ceder a ninguna complacencia espontánea y repasar con cierta concreción los pasos del día, los bien dados y los dados con tropiezo. Y ver causas y remedios. No hay quien dé más. Un día y otro parece ejercicio inútil, como cualquier sesión de terapia o de gimnasio, pero a medio plazo es de una eficacia aplastante. Es exactamente el programa contrario de ciertas ofertas de hoy, complacientes, autoenaltecedoras y medio egoístas. Puede ser que en ellas haya una ayuda para superar depresiones y debilidades, pero intentan sacar un clavo con otro y así no se sana ninguna herida ni crece el ser de nadie. Es un remedio para perdedores.
Como no haya referentes más altos que la propia medida, el individuo queda reducido egoísticamente a sí mismo, a su propia estatura y hasta quizás en un nivel muy por debajo de sus posibilidades de maduración y crecimiento. Acaba siendo un selfie, un sí mismo, de sí mismo. Lamentable.
Desde ese planteamiento, alrededor del yo y sólo del yo, es frecuente el rechazo a todo lo que huela a ética, a ascética, a exigencia o moral, desde el "yo no doy consejos a nadie" (¡qué barbaridad!) hasta "quiérete" (¿hay quién dé menos?) o "quiéreteme" que ya toca la cima del desaguisado personal o el ya citado "sé tú mismo". Me parecen pobres y falsas consecuencias de lo que proponía con mucha más altura aquel libro, "Usted puede sanar su vida", con el que Louise Hay abrió brecha en este campo allá por el comienzo de los ochenta.
Cuánto daño ha hecho y a cuánta gente este imperativo de tintes filosóficos, tan extendido y bien intencionado, que suena falsamente a sabiduría griega y que es utilizado para ayudar presuntamente a forjar personalidades, evitando complejos y conflictos internos, y que por eso se incluye insistentemente en libros de inteligencia emocional, de autoayuda y similares.
Pero sin duda es un peligroso placebo que impide el crecimiento real de la persona. Habría que decir: Sé tú mismo pero crece cada día; sé tú mismo pero búscate una versión mejor; sé tú mismo pero añádete lo mejor de los otros; sé tú mismo pero te faltan muchos extras y algunas piezas importantes; sé tú mismo pero deja de mirarte y mira más allá; sé tú mismo pero los otros son tu oportunidad, míralos; sé tú mismo pero no te contentes con eso; sé tú mismo pero que tu proveedor de acompañamiento te ayude a instalar cada nueva aplicación que necesites, etc?
Y no digamos si la persona es creyente cristiana, tiene entonces unos elementos de ayuda, de performance y de terapia absolutamente extraordinarios. Eso lo sabe cualquiera que ejerza de coach cristiano y se dedique al acompañamiento personal.
En todo esto pensaba al hojear (y ojear, de paso) un libro sobre autocontrol emocional que cayó en mis manos. Está bien, pero creo que hay mucho más que lo que ofrece. Y al alcance de la "ascética" de cada día.
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