Hace días visité a una vieja amiga mía. Un año atrás había sufrido un ictus que le provocó una ceguera cortical. Había sido asistente sanitaria antes de jubilarse. Vive, junto a su hermana, en una modesta vivienda. Su pensión no llega a los mil euros. Militante de Izquierda Unida desde su juventud e hija de unos padres agricultores. Ella nunca ha tenido la ocasión de estudiar. Su familia careció de medios para procurarla esa educación que siempre había ansiado. Muy inteligente, autodidacta, llena de sensibilidad ávida lectora y ahora ciega. Ella ya sólo alcanza a vislumbrar algunas luces y muchas sombras. Cual ave negra la desesperación hizo, en su vida, acto de presencia. Deseaba morir. Sentía que un muro infranqueable la rodeaba. Un muro hecho de soledad y aislamiento. No obstante, siempre hay un "sin embargo", un "a pesar de" sutil, imperceptible que anida dentro de nosotros. Una chispa, un gramo de luz más fuerte que cualquier sombra, una ascua soterrada en el fondo de un profundo pozo arruinado por los escombros. Esa "chispa" se la conoce con muchos nombres. Ella, en su naufragio, lejos de asirse al ocasional salvavidas, al cuello de algún otro naufrago o a seguir braceando en un océano sin playas, buceó. Lo hizo hacia la profundidad de ella misma y fue quitando piedra a piedra, ilusión tras ilusión, espejismo tras espejismo, tanto escombro. Al fin llegó, sedienta, hasta el manantial del agua dulce. Y la luz, que allí encontró, era tan cegadora que borró la suya. Mi amiga no es creyente.
Ella siempre vivió en el atrio, lejos del altar, lejos de los sumos sacerdotes. Ella se decía, se decía cuando aún veía, la salvación es cosa de todos y no de unos pocos. Por eso la quiero tanto. Ella pensaba, en la vida no hay malos y buenos, hay ciegos y videntes. Nada es gratis. La videncia hay que aprenderla.
Mi amiga hace poco ha empezado a ver de nuevo, escuchando. Cuando uno oye y se emociona, incluso llora, escucha. Así descubrió a Bach. No a cualquier Bach. Al Bach de la Musette in D mayor dedicado a su mujer.
Hace muchos años, cuando estaba en la cárcel, leí "La Pequeña crónica de Anna Magdalena Bach". En ella se cuenta que, un día, su marido salió llorando del gabinete.
Bach estaba componiendo una música sublime: "La Pasión según San Mateo". Bach, también buceaba hacia adentro y allí, él y ella, se han encontrado en el presente. Mi amiga también escucha, se lo sugerí, el violín de Itzhak Perlman interpretando "Vi ahin soll ich geyn" (¿Adónde ir?) Música llena de melancolía y zozobra.
La propia de minorías perseguidas por la sempiterna necedad. A mi amiga el sufrimiento la ha llevado, quiero pensar, a las fronteras del lenguaje. Solo desde esas fronteras se atisban horizontes nuevos y se escucha el murmullo de otras lenguas. Viajando hacia adentro alcanzó la cima. Y de esta manera, mi amiga ha logrado horadar el muro infranqueable y, a la postre, evadirse.
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