Ante el Día de Difuntos para rescatar sobre todo la dignidad de la muerte y la esperanza de la gloria; y ante los Haloween como discreta protesta ante tanta futilidad y tanto malentendido
El Canto XI de la Odisea es difícil de seguir y el lector medio lo salta tranquilamente; sin embargo sin él la historia entera del protagonista no habría sido ni habría sido cantada. Para Homero es un canto esencial, porque a veces viendo el envés se entiende el tapiz y su historia y su trama verdadera. Si es que no es nuestro clásico "en humo, en sombra, en nada" para advertencia de creídos y descreídos. Es el Hades para Odiseo. ¡Qué cosas!
Allí, en el mundo subterráneo del reino de la muerte, Odiseo se encuentra con los personajes más recurrentes en el imaginario de la época, desde Sísifo o Tántalo pasando por Aquiles hasta la misma madre de Odiseo que le confiesa que murió en Ítaca de pura tristeza al ver que su hijo no volvía de Troya. Al final del canto Odiseo escapa como puede de aquel lugar oscuro con más miedo que otra cosa ante la terrible Gorgona.
El tema de la muerte ha sido siempre una referencia de primera línea en todas las culturas y civilizaciones y de ellas somos en parte deudores con todas sus contradicciones que siguen siendo las nuestras, pues se unen el temor ante lo desconocido, el miedo frente a lo temible, la sospecha ante la falta de testigos, la confianza ante las promesas de vida feliz, el acompañamiento a los difuntos como fidelidad a los muertos y consuelo para los vivos.
Y se suceden la suave continuidad del budismo en un más allá impersonal porque "lo que fuere será yendo y viniendo", el fin de un plazo y el feliz encuentro en el paraíso para el Islam donde "los allegados a Alá gozan de los Jardines de la Delicia", o la vida verdadera y total tras la puerta de la muerte, para los cristianos, "donde no habrá llanto ni dolor sino gozo sin fin". No hay visión profunda de la vida sin una mirada meditada y hasta prolija hacia la muerte.
Aunque nunca faltaron voces que negaban toda existencia más allá de la muerte. Esas voces son hoy muchas en la cultura occidental, que si no la niegan la dejan en suspenso y procuran esconderla para solucionar el molesto problema.
De hecho los comportamientos, presentaciones y representaciones ante la muerte han cambiado mucho en los últimos años. Sin duda el cambio es consecuencia de muchos factores, pero me parece que el más decisivo aunque no sea muy conscientemente buscado es el deseo de ocultar la muerte; al fin y al cabo lo que no se ve, o se oculta o se borra cuanto antes, prácticamente no existe. O lo que es más barato, se recicla una idea que era en otro sitio interesante y viva y se la reduce a la miseria de cuatro máscaras para convertirla en fácil sustituto, como un placebo, es lo que es por aquí la "víspera de todos los santos", o sea, el Haloween
Y es que la muerte es muy engorrosa. Tumba (nunca mejor dicho, con perdón) y entierra (¡otra palabra inoportuna!) nuestras pretensiones de dominio y de prepotencia, deja al descubierto lo que nos hemos ocultado cuidadosamente y nos planta ante lo que nos humilla y para lo que no tenemos ni software ni actualizaciones ni aplicación alguna. Ni siquiera podemos cambiar de empresa o de contrato. Lo mejor es esconderlo y ojos que no ven?
Y como la muerte, a veces con larga y dolorosísima agonía, es inevitablemente visible parece eficaz y hasta gratificante alejarla de la ciudad y de los viejos símbolos 'morbosos', como bóvedas y nichos y hasta cruces; y de paso asociarla a la naturaleza, a ser camuflada en un espacio verde, vivo y floreciente, y de ese modo parece que todo sigue vivo, sin fracaso y sin duelo. Y si luego se esparcen las cenizas en un lugar especial, miel de consuelo sobre hojuelas de nada.
Una empresa "quita el muerto de encima" y el tanatorio, apartado y en un lugar que si es medio campestre queda mejor, sustituye a aquel espacio de encuentro social y personal que era el velatorio. La distancia con la muerte es cada vez mayor. Hoy se oculta lo que antes había que exponer: la muerte y la propia pena. Asunto alejado, problema resuelto. Es lo que contaban del avestruz.
Lo peor de esto sería que en el fondo inconsciente, que es muy hábil y sabio, esto se hiciera porque si uno no sabe de dónde viene ni tiene madurado adónde ir, entonces no hay nada, nada que celebrar, nada terminal y nada iniciático. En este caso cuanto más desdibujado queden los pasos de la muerte y del entierro, pues mejor. Y es opresiva una tumba en un lugar determinado, con cipreses por más señas, que recuerda de forma casi perenne la fugacidad de la vida y la importancia de las preguntas esenciales, aunque todavía andemos buscando las respuestas. Y si se logra reducirlo todo a unos gramos de polvillo controlable, la temerosa muerte queda derrotada. Y por supuesto ni luto ni duelo, al menos en el sentido profundo de las dos cosas.
Homero no olvida el inevitable más allá de la muerte y coloca al protagonista bajando a los oscuros espacios del Hades, donde reconoce su pasado y sus antepasados y conoce el futuro que le vendrá. Con esta "bajada" que hace Odiseo en los confines del océano queda completo su viaje. Ya puede volver a casa y por fin descansar en paz en su tierra, tan ansiada desde hace veinte años. Saben Homero y Odiseo que sin Tánatos no hay vida ni viaje ni Eros que valgan.
Quizás nos falta hoy ese baño de realismo que era y es la comprobación normal de la normalidad de la muerte. Como fin o como puerta, según piense cada uno, pero como punto decisivo, y aleccionador, de la vida misma. Es buen remedio para no quedarse atascado en una especie de permanente adolescencia, que es lo que parece que ahora se lleva en casi todo desde en las ideas hasta en las zapatillas.
Había sin duda, y hoy todavía puede haberlas, exageraciones "rituales" alrededor de los difuntos, especialmente en estos días en torno a los Santos y Difuntos (por cierto, ¡son los mismos!), pero al menos se afirmaban los hechos verdaderos de la muerte y su luto. Ahora se afeita todo ocultándolo en una posverdad aseada y ausente: ¡Aquí no ha pasado nada! Y si es posible ni flores ni cementerio ni, tampoco, una oración. ¡Viva la vida!
De todas formas, pese a quien pese, dando un gran paso hacia adelante en la sensibilidad y en el pensamiento, acabo diciendo lo de San Francisco, el de Asís: ¡Hermana muerte!, para llegar a la ¡hermana Resurrección!
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