No es dorada, sino blanca. De un blanco antiguo y apagado. Pero tampoco es toda blanca, tiene rastros de viejas sandalias, de remos olvidados y de conchas que la furia milenaria ha desgastado y ahora resplandecen bajo el sol de mediodía y hacen entrecerrar los ojos a la calidez de este rincón apacible y desierto.
La brisa es todavía templada, hospitalaria; no han llegado aún los aires ajenos que harán de este lugar un paisaje menos acogedor. Pero llegarán, junto con las olas emancipadas, para remover los fundamentos de esta engañosa calma. Llegan todos los años, cada vez más tarde, como si quisieran pillarnos desprevenidos.
Es inverosímil que esta playa, toda tuya ahora, vaya a ser paisaje de inciertas batallas, de luchas entre los elementos en algún día oscuro y encapotado. Soplarán tempestades inmundas de rabia y de dolor y bajarán constelaciones enteras en danzas irreverentes.
Sucederá como está previsto, porque así debe ocurrir. La arena será zarandeada sin miramientos por soplos de titanes y colosos, que pondrán a prueba sus fuerzas embravecidas, para superar temporales de impotencias.
Después del paso de las tormentas, volverá algún día claro, en que podrás regresar a estas intimidades. Verás los restos de algún naufragio. Tal vez queden ecos de sirenas. Pero todo volverá a ser blanco iluminado, tal vez con menos brillo, más deslucido. O quizás sean tus ojos, por los que habrán pasado los años, que amanezcan consumidos por los esfuerzos y las lágrimas.
Tratarás de retirar el tenue velo que te va a separar de una realidad tan bella. Intuirás lo que estás viendo. Lo supondrás. La visión se hará memoria, también desvaída por el uso. Te bastará tu penumbra y ese rumor pausado del agua que se hace costa.
Y un día no volverás. Ni quedará señal de que tus pasos también dejaron aquí sombras y removieron este diminuto polvo acostumbrado a presencias escasas. Puede ser que hasta ni arena quede.
Por eso, en este momento dudoso, ten el impulso de avanzar las manos y, agarrar, como si fuera alimento, un buen puñado de esta tierra pálida y vieja. Verás, cuando la sostengas, que se escapa lentamente entre tus dedos todavía sanos, porque su única misión es regresar a su lugar sereno, mientras los vientos no se la lleven.
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