Profesor de Derecho Penal de la Usal
La situación generada en Cataluña después del bochornoso espectáculo que se ofreció al mundo entero el pasado 1 de octubre, está provocando situaciones indeseables en las relaciones sociales de los ciudadanos de todo el Estado. Ya advertíamos algunos desde hace tiempo que los nefastos políticos que nos gobiernan (tanto en el gobierno central como en Cataluña) iban a provocar una fractura social sin precedentes en la reciente historia española ?al menos desde la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista- y así ha sido, por desgracia.
Desde los tristes acontecimientos de ese día, los policías y guardias civiles que permanecen en Cataluña están sufriendo el acoso de ciudadanos proclives a la independencia y en el resto de España se están viviendo escenas más propias de locos aficionados forofos que a veces se producen en los campos de fútbol entre radicales de uno y otro equipo. Esas peleas entre aficionados radicales de uno y otro equipo pueden traer consecuencias funestas. Recordemos la ocurrida en el estadio Heysel de Bruselas el 29 de mayo de 1985, momentos antes de disputarse la final de la entonces Copa de Europa de fútbol entre la Juventus de Turín y el Liverpool en la que murieron 39 aficionados (la mayoría de la Juventus) y hubo mas de 600 heridos. Escenas como la de un niño que va al colegio vestido con una camiseta del FC Barcelona y acompañado por su madre, en la que algún energúmeno recrimina duramente a la madre por llevarle puesta la camiseta de un "equipo indecente, separatista e indigno". ¿Nos hemos vuelto locos?
En las conversaciones en los centros de trabajo, en los transportes públicos, en los bares, en la calle y en las redes sociales, se escuchan y leen auténticas barbaridades, impropias de seres humanos racionales y sensatos, incitándose constantemente al odio del contrario, ya sea en Cataluña contra el resto de España o en el resto de España contra Cataluña.
Y, para colmo del despropósito, la sobreexposición de banderas españolas que se ondean compulsivamente para contrarrestar las independentistas catalanas que se exhiben en esa comunidad como fortaleza del separatismo, creándose una guerra en la que sus portadores se baten en duelo (como en las épocas más duras del bandolerismo ibérico de los siglos XVIII y XIX) para demostrar quién tiene la bandera más larga con la que envolver su trasnochado patriotismo. Y cuando éste se exhibe como atributo principal del sujeto, las consecuencias siempre son negativas, porque, como diría el literato británico Samuel Johnson "el patriotismo es el último refugio de los canallas", tanto el patriotismo nacionalista periférico catalán como el centralista español. Ejemplos, por desgracia, los hay en "patriotas" de ambos lados de la discordia: mucho alardear de patriotismo catalán y luego evaden sus capitales a Andorra. Por el otro lado algunos lo hacen a Suiza o Panamá mientras exhiben en la solapa o en la muñeca la bandera roja y gualda.
En este triste panorama hay cada vez más españoles que nos consideramos sensatos y que nos sentimos en "tierra de nadie" porque no queremos participar en esta infame lucha entre ciudadanos, en esta guerra fratricida que no conduce a ninguna parte, porque lo que queremos es vivir en una sociedad libre, democrática, pacífica y solidaria, en la que se respeten los derechos de todos, sin que prevalezcan discriminaciones por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o ideologías políticas. Una guerra que, por otra parte, no hemos provocado los ciudadanos, sino los incompetentes políticos que nos gobiernan y que sólo parecen obedecer a sus exclusivos intereses políticos; de lo contrario, no hubieran permitido que se llegara a esta tétrica situación.
Esperemos que, aunque tarde, impere la cordura, se respete la ley, se dialogue entre las partes para llegar a un entendimiento y el parlamento catalán no proclame la independencia de Cataluña en los próximos días como están anunciando algunos sectarios mandatarios catalanes.
Si la concordia fue posible en la época de la transición, no puede dejar de serlo ahora. No rasguemos más los jirones de la convivencia, porque nos jugamos nada menos que nuestra propia existencia como pueblo.
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