La consideración de la tauromaquia como objeto de estudio en el ámbito universitario nos invita a cuestionarnos una vez más las preguntas de siempre: ¿En qué momento la tradición, la cultura, el arte pueden justificar el maltrato y su difusión? ¿Una
La recién implantada ?que no inaugurada? Cátedra de Estudios Interdisciplinares en Tauromaquia de la Fundación General de la Universidad de Salamanca y la Junta de Castilla y León ha conseguido despertar el constante conflicto entre taurinos y antitaurinos.
No es de extrañar, por tanto, que a la noticia del nacimiento de esta cátedra le acompañe un rechazo frontal por parte de un amplio número de estudiantes, profesores y personas del ámbito académico y extraacadémico en general. En concreto, ya somos más de 80.000 personas las que hemos firmado la petición en change.org pidiendo la supresión de esta iniciativa.
Este mismo espíritu invadió el Patio de Escuelas el pasado lunes, en una concentración que coincidía con el acto de inauguración de la cátedra y que fue el motivo de que la universidad decidiera cancelar ?posponer, para ser exactos? el evento de apertura y bienvenida. Desde entonces he observado muchas críticas hacia la decisión de la universidad de suspender la inauguración prevista para el día 25, pero, ¿acaso no es mucho más relevante la decisión de instaurar esta cátedra para la que el Consejo de Gobierno de la Junta de Castilla y León ha concedido una subvención de nada menos que 75.000 euros? Del mismo modo, he leído y escuchado todo tipo de desacreditaciones hacia las personas que estamos en desacuerdo con esta cátedra, ¿por qué molesta tanto una concentración pacífica en contra de la violencia? ¿Es más salvaje protestar contra la muerte de un animal que disfrutar con ella? ¿Aún no hemos asumido la libertad de expresión? ¿De verdad las más de 80.000 personas que hemos firmado la petición somos peligrosos radicales y antisistema? ¿Qué tipo de sistema es aquel que se niega a escuchar a los que disienten?
Desde mi punto de vista, a pesar de conocer y respetar la obra taurina de artistas de diversa índole, entre los que se encuentran muchos de los autores contemporáneos conocidos y desconocidos a los que más admiro, el presunto componente artístico no justifica la tortura. También puede ser apasionante e, incluso, hermosa una batalla en una escena de cine, por ejemplo. También puede ser atrayente la plasticidad de la sangre del recién asesinado sobre unos azulejos turquesas almodovarianos. Sí, la sangre inquieta y conmueve. Y, sin embargo, ese lirismo no acreditaría el asesinato en la vida real, la muerte. Tampoco la tradición. ¿No conocemos otras tradiciones que hoy son consideradas barbarie, al igual que lo es la tauromaquia en la mayoría de países europeos desde la Ilustración, y que no nos podríamos permitir conservar por el hecho de ser tradiciones?
Pero independientemente ?peligrosa palabra? de la opinión taurina o antitaurina de cada uno, resulta sorprendente que en pleno siglo XXI, a las puertas de celebrar el octingentésimo centenario de la universidad, esta dé cabida a una cátedra especializada en una de las cuestiones que abre heridas en este que quieren ?¿quieren?? que sea un país unitario y pacífico. Resulta sorprendente sobre todo en este contexto de recortes, en esta situación tan problemática para tantos estudiantes, para tantos investigadores y para tantos profesores.
No obstante, la conclusión clara es que, al igual que existen dos, tres, cuarenta y seis millones de Españas, hay muchas universidades en una. Y, en mi opinión, esta es una buena noticia, quizá la primera buena noticia de la noticia: la manifestación de la diversidad, de esa pluralidad que a todos enriquece y enseña.
La segunda buena noticia de la noticia es, a mi juicio, que las personas, de un lado o de otro, hemos reaccionado, nos hemos dejado afectar, hemos construido una opinión y hemos tenido la valentía y la voluntad de expresarla. Tenemos sangre en el cuerpo y la capacidad de que esta también nos inquiete y conmueva. Y un deseo de luchar y de gritar, olvidando la comodidad de la indiferencia, que nos recuerda simplemente que estamos vivos.
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