Jueves, 12 de diciembre de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
Recuerdos, nostalgias y veraneos (II)
X

Recuerdos, nostalgias y veraneos (II)

Actualizado 27/09/2017
Fermín González

"Nostalgia: Esa ensoñada ineptitud para resistirse al gancho de una vida que se nos ha ido; quién sabe cuándo, quien sabe cómo y quién sabe a dónde" (Xavier Velasco)

ENTRE PUENTES

RECUERDOS, NOSTALGIAS y VERANEOS (II)

Como los veraneantes antiguos, los nuevos veraneantes hijos de los campesinos que continúan viviendo en sus pueblos o que, como ellos, se han traslado a la ciudad buscan la felicidad que entienden quedó en sus casas, estancada como los olores de las especias en las alacenas o como los sabores de la comida que no sabe cómo allí. Por eso necesitan que todo se repita año tras año, que la campana en el campanario o el reloj del salón suenen con el mismo timbre, que el tiempo, siga fluyendo al mismo ritmo en que lo hizo siempre, que los pájaros y las cerezas píen y sepan como en su infancia y que en el bar o en la calle, a la hora del paseo o del aperitivo de mediodía, se repitan invariables los saludos de todos los veranos: "¿Qué de vacaciones?", "¿Muchos días?", "¿Qué tal la familia?", "En fin"? Como los veraneantes antiguos, su fidelidad al pueblo o a la pequeña ciudad de provincia se basa sobre todo en la nostalgia (distinta a la de aquéllos, pero en el fondo igual) y por eso necesita de la repetición. Algo que no entenderán nunca los partidarios del veraneo cosmopolita, para los que cualquier regreso, ya sea pasado o a un lugar concreto, es sinónimo de aburrimiento.

El veraneante interior se aburre también un poco (no más en cualquier caso, que los otros), pero ocurre que el aburrimiento, lejos de soliviantarle, a él le termina gustando incluso. Basta con verlo sentado en el jardín que fue corral de la casa y que ha decorado con los aperos con que sus antepasados sobrevivieron durante siglos y con los que él incluso trabajo un tiempo, para que vean que ya no lo hace, o, a la caída de la tarde, a la puerta de la casa o del bar, para entender que, si se aburre, es porque lo necesita. Lo necesita para sentirse libre y veraneante, aunque sea solamente un mes al año. Del mismo modo que necesita la rutina inveterada de los días (las fiestas, la comida familiar cada tres días, la visita a los amigos o la excursión al monte cada año), para sentir que nada ha cambiado en torno a su vida, que el tiempo se detuvo para siempre alguna vez congelado dentro de él a las personas y los paisajes, por más que la realidad le haya mostrado al llegar que eso no es exactamente así, que tanto los viejos como los jóvenes tienen un arruga más y que el paisaje ha cambiado otro poco, atacado por las nuevas construcciones o asolado por alguna obra nueva, de esas que el pueblo reclama y que a él le parecen superfluas. El quisiera que todo permaneciera siempre inmutable, comenzando por el mismo, como los veraneantes antiguos.

Mientras por la televisión o en el periódico, el veraneante interior comprueba como el verano oficial, el de las playas y los apartamentos, el de los reyes y los famosos, el de sus vecinos cosmopolitas, sigue también su periplo igual que todos los años arrastrado por una extraña corriente, la del verano, que, no por silenciosa y metafísica, es menos imperceptible. Es la misma corriente que a él le arrastra desde que llegó a su sitio y que le va adormeciendo de día en día, por más que intente evitarlo, hasta acabar convirtiéndolo en un nuevo pecio cuya deriva aumenta con las semanas. A veces intenta revelarse contra ella, se levanta de la hamaca o el sillón queriendo ponerle freno, pero sucumbe de nuevo ante su irresistible empuje, que no es otro que el de la melancolía. Y es que el verano interior, se nutre de la nostalgia, se termina por hacer nostalgia él mismo. Nostalgia de aquellos años en que los veraneantes llegaban con sus maletas y sus séquitos de sirvientes en sus coches de época o en el tren y nostalgia de un tiempo en que los campesinos de este país tenían todavía un sueño que realizar: convertirse, por mor de sus estudios o el trabajo en la ciudad, en nuevos veraneantes para que sus padres estuvieran orgullosos viéndoles llegar cada año a veranear y no trabajar como hacían ellos? Si tuvieron que pasar muchos años, para que aquellos pueblerinos, o provincianos, cansados de tanta labor campesina, pudieran ver recompensados, sus desvelos, sus estrecheces, y el ingrato comportamiento, no todos, pero si muchos de aquellos llamados "señoritos". Todo ha cambiado tanto, que algunos a duras penas reconocen el sitio que los vio nacer? Pero siguen viniendo a veranear, a sus fiestas patronales, a llevar unas flores al cementerio? Toda una nostalgia? necesaria para vivir.

Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerías

La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.

Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.

La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.

En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.

Comentarios...