Ya lo sé, había jurado por todos los reyes de la corona de Aragón que no hablaría más de Cataluña. Prou. Sin embargo una tiene que saber desdecirse, y además, con elegancia. Y lo hago por una buena causa. Ya saben ustedes, dilectos lectores míos, que mi hermana se enamoró del triángulo daliniano y allá que se instaló, en el corazón del Ampurdan, leyendo a Pla en catalán y compartiendo pueblo con Lluís Llach. Vamos, que me hizo una tieta de verano y una catalana fraterna lo cual me permite ver el asunto desde muchas perspectivas, sobre todo, observando a mis sobrinos soberanistas. Con el mayor ya tuvimos sesión de geografía española cuando un verano comentó muy ufano que el Ter era tan largo que llegaba a Salamanca, el país de los abuelos.
Después de eso, lo tenemos tan aleccionado que aparte de enseñarle lo que es el Tormes, este año nos lo hemos llevado a Cádiz para que experimente el hecho diferencial andaluz y se ponga morado a pescaíto frito, además de enseñarle las costas de Marruecos a lo lejos, que no todo van a ser Pirineos franceses. Este ya está, en cierto, modo libre del pelo de la dehesa, digo, del afán exclusivista de la CUP, pero nos queda el pequeño, quien parecía ir por libre y hasta ahora no se interesaba por la política, sino por el asunto financiero de ganarle "dineuros" a su madre.
Vamos, que ya sabíamos que mi sobrino menor es un auténtico fenicio de las costas mediterráneas. Lo que desconocíamos era su interés por la política. Por eso casi mata a mi hermana de un jamacuco cuando, yendo de la manita de mamá por la calle, suelta la siguiente operación lógica:
-Si papá es búlgaro, nosotros somos catalanes y tú eres española ¿A ti te van a echar cuando llegue la independencia y a nosotros no?
Huelga decir que, conociendo a mi hermana, seguro que se tragó el cigarro que se estaba fumando. O en su defecto, se paró a encender uno para pensar qué decirle al pequeño Sócrates. Y sí, mi cuñado es un búlgaro que se toma el tema con resignación no cristiana, sino ortodoxa. Entiende catalán y jamás lo habla como tampoco habla de política fuera de la intimidad familiar. Mi hermana, evidentemente es salmantina, pero habla tan bien el catalán que en ocasiones, se han dirigido a ella hablándole de la española, yo, como si yo fuera de otro planeta y ella del mismo satélite que el interlocutor catalán. Y por último mis sobrinos son bilingües y entienden el búlgaro. Se supone que aman su tierra y se lo pasan pipa en sus veranos castellanos. Vamos, que hasta ahora, ningún problema. Hasta ahora. La fractura social que se está produciendo en Cataluña es capaz de hacer pensar a un niño de siete años que su madre es diferente y no querida en esa república arcádica que saldrá, se supone de las urnas de Ikea del primero de noviembre. Por eso, antes de sacar conclusiones y repartir culpas ante la semanita que nos espera, deberíamos cuestionar, hasta qué punto todo se ha enfangado tanto que un niño de siete años se plantea si su madre será o no expulsada de la tierra que es suya desde hace más de veinte años. Francamente yo no hubiera sabido qué contestarle al pequeño filósofo. Por eso imagino que mi hermana se pararía en medio de la calle, esa calle que no es de todos y se pondría en cuclillas para abrazarle.
Charo Alonso
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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