El despropósito catalanista intenta confundir ideas con independencia. Y nosotros, la mayoría de los españoles de acá, que también deberíamos contar con el derecho a decidir, podemos ser de la bandera, pero no de la banderita. Servidor antes de ser españo
Con un mundo en el que el islamismo radical nos tiene amenazados y el señor de Corea sigue de fiesta con sus fuegos artificiales, no me dirán que no es un poco "heave", como diría un joven catalán-español, que en España estemos devanándonos la sesera por lo que pueda suceder en Catalunya.
Quizá, dirán algunos, sobren las palabras y sea el momento de que todos nos refugiemos en el sueño catalanista: cantar el rap independentista en el que los ricos serían más ricos (esto se cumpliría seguro), la clase media se elevaría, el sueldo mínimo de los pobres no bajaría de los 2.000 euros, los guardias ya no se necesitarían, con lo que "camino y manta", los presos saldrían de las cárceles con destino a España, la dependencia como invento español tendrían que costearla los españoles, al igual que las pensiones, de las que se haría cargo ese país picapedrero, inculto, invasor, monolingüe, que se halla ahí colgado de nosotros incapaz de quitar al Rey y colocar a un "Honorable". ¿Qué esperamos? ¿Saben lo que significa que de un plumazo dejemos de pagar esos 24.000 euros de la Deuda que nos corresponde a cada español? "Que se la 'coman' por lo robado"; además, quién dice que no nos acogerá Europa, si la UE comienza en Catalunya?
En serio: ¿Habrá alguien que piense así? ¿Habrá gente tan sectaria que pueda llegar a este convencimiento? Sí, la hay.
Pero, oiga, nosotros querríamos pensar que no, y sin embargo somos conscientes de que todas las revoluciones primero estallan en el cerebro y después en la calle, y una mentira escuchada cientos de veces termina por formar parte de un ideario por el que muchos serían capaces de defenderlo con la vida. Esa es la tragedia del ser humano a lo largo de sus guerras (iba a decir a lo largo de su Historia, pero es lo mismo).
Y aun así nos resistiremos a creer que los catalanistas pudieran terminar de esta manera. Hemos conocido en otras épocas a catalanes fuera y dentro de Catalunya y, sería casualidad, pero ninguno se distinguía por ser tan surrealista como el señor Junqueras, tan abstracto como el señor Puigdemont ni tan minimalista como la señora Gabriel. ¿Tanta capacidad de liderazgo tienen estos dirigentes para llevar a dos pueblos a la utopía? Este es un punto de vista, pero quizás el independentista radical, ¡todo un despropósito!, homologue a estos líderes con Obama, Mandela y Rigoberta Menchú, respectivamente. ¡Quién lo sá!
Nuestra humilde opinión se decanta por el sentido común de la mayoría del pueblo catalán, y esperamos que el 2 de octubre, si el poder central no cae en provocaciones, se convoquen elecciones autonómicas serias, se vote más juiciosamente y, tratado con calma, llamándole federalismo o acuerdo autonómico estratificado, haya manga ancha para más autonomía o nacionalidad, pero nunca para el independentismo.
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