El perdón es la otra cara del amor. Si se trata de amar hasta el final, como lo hizo Jesús, igualmente existe la obligación de perdonar siempre. El perdón engendra paz, nos mantiene en buena salud, nos permite ver la realidad tal como es. El que perdona, no juzga, se libera de la rabia, no se venga. Sin embargo quien se deja llevar por el odio, lentamente muere, pues el odio siempre mata y destruye todo lo que toca. Sabemos que el odio no resuelve nada.
Si miramos al que nos ha ofendido con los mismos ojos que nos gustaría que nos mirasen a nosotros, es decir, reconociendo en él a una persona condicionada por su propia historia, seríamos capaces de comprender la falta y perdonar de inmediato. Si conociéramos el fondo de las personas tendríamos compasión hasta de los criminales más grandes. Al perdonar estamos renovando nuestra fe en la bondad básica del ser humano. "Así como por la fe creemos que lo invisible está presente en lo visible, el que ama cree, por el perdón, mas allá de lo que ve" (Kierkegaard).
Perdonar conlleva correr el riesgo de que el ofensor se exponga a una segunda ofensa. El verdadero perdón exige vencer el miedo a ser humillado una vez más. Perdonar cuesta, porque siempre hay miedo a ser herido otra vez, y, precisamente, "por eso es duro el perdón, porque se tiene miedo" (Jean Marie Pohier).
Los beneficios del perdón son grandes. Cuando Al-Manum agarró a su enemigo Ibrahim Al-Mahadi, pidió la opinión de su ministro Abi-Khaled Al-Ahual. Este le dijo:
?"Príncipe de los Creyentes, si lo matas, habrás hecho lo que hacen todos. Si lo perdonas, serás el único".
Los seres humanos no podemos vivir sin perdonarnos, necesitamos perdonar y ser perdonados. Nadie es tan santo que no tenga que pedir perdón, ni tan ofendido que no pueda ofrecerlo. Lo único cierto es que cuando perdonamos, nuestro corazón se engrandece; cuando somos perdonados, nuestra vida se llena de felicidad. Para que acontezca el perdón, necesitamos caer en la cuenta de que no ganamos y, por el contrario, muchos son los beneficios que nos llueven con el perdón.
Los estudios, afirma Fred Luskin, indican:
? Las personas que perdonan tienen menos problemas de salud.
? Perdonar reduce el estrés.
? Perdonar reduce los síntomas del estrés.
? No perdonar puede ser más importante como factor de enfermedades cardiacas que la misma enemistad.
? Las personas que culpan a otras de sus problemas se enferman más, por ejemplo del corazón o de cáncer.
? Quienes piensan en no perdonar, muestran cambios negativos de la presión arterial, la tensión muscular y las respuestas inmunológicas.
? Las personas que se imaginan perdonando a su ofensor sienten mejoría inmediata en su sistema cardiovascular, muscular y nervioso.
Muchas personas que han sufrido pérdidas devastadoras pueden aprender a perdonar y sentirse mejor psicológica y emocionalmente. Un gran fruto del perdón es la paz. Perdonar es en primer lugar, una victoria sobre nuestra memoria. La memoria de la ofensa recibida nos aprisiona y si no la purificamos, se convierte en un obstáculo para nuestras relaciones personales. Perdonar es el mejor ejercicio que podemos hacer para alcanzar la plenitud y la paz interior; perdonar es más importante que tener razón, por eso el enojo no debe durar mucho y hay que solucionar los problemas a través del diálogo. Nos ayudará a perdonar estimar a los otros, alabarlos, aceptarlos como son.
"El perdón sólo es posible cuando el dolor del pasado deja de regir nuestras vidas; cuando ya no necesitamos más del odio y del resentimiento para obtener de la vida menos de lo que merecemos o queremos. Perdonar es llegar a la conclusión de que ya hemos odiado bastante y no queremos odiar más (María Elena Matarazzo).
El evangelio del domingo 17 habla del perdón. Muchas veces la liturgia saca este tema a relucir. Quien perdona vive y es feliz. Precisamente, hace unos meses saqué yo un libro con este título: "Si perdonas, vivirás".
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