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La escoba de Ojeda y el crucero por el Nilo
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Memorias de un crítico taurino de provincias (edición de bolsillo)

La escoba de Ojeda y el crucero por el Nilo

Actualizado 14/09/2017
Toño Blázquez

"1982 fue el año de la irrupción de Paco Ojeda, que en escasos años revolucionó el toreo"

1982 fue el año de la irrupción de Paco Ojeda. Dio la vuelta a España tres o cuatro veces y en escasos años en los que revolucionó el toreo por la economía de terrenos en las que se movía su agobiante concepto artístico, puso a todo el escalafón a cavilar. Ojeda hacía de sus faenas un todo, una ligazón casi imposible y pisaba unos terrenos que ahora parecían hacerse extrañamente más visibles, después de que los descubriera, y apenas se le echara cuentas, el león de Albacete, Dámaso González, recientemente desaparecido.

Ojeda debutó en La Glorieta en el 83. En el patio de caballos parecía un hombre desorientado, toreó tanto aquella temporada que yo creo, cuando le miraba ceñirse el capote de paseo en la bocana del portón, que no sabía dónde estaba. Aquella forma de ligar los muletazos y rematar las series sin solución de continuidad con el de pecho metido dentro de los terrenos del toro, desesperó a más de un colega y desde aquel momento le imitaron las primeras figuras, subiendo la temperatura de las ferias. Entrevisté a Paco Ojeda en dos ocasiones, breves diálogos de reporterismo inmediato; en Salamanca y Valladolid para una revista llamada El Estaquillador, que fue flor de un día.

Por aquellos años entrevisté a gente de la farándula muy curiosa. A Dyango, a María Jiménez, a Camilo José Cela, a Marcial Lafuente Estefanía, el requefamoso escritor de novelitas del Oeste. Creo que el buen señor no conocía ni EEUU, pero de esto no puedo dar fe. Con Palomo Linares me ocurrió una cosa curiosa por breve y tonta. Subí a su habitación del Gran Hotel y le cogí durmiendo, literal. Me dijo, pasa, pero de repente cambió el semblante y me espetó: "¡Oye tú! ¿pondrás lo que yo te diga no?". El maestro de Linares debía venir rebotado de algún otro colega y me dejó seco, tanto que hice mutis por el foro y hasta ahora. No sé que me pasó?y me fui. Cosa de becarios.

En aquellos existires tan ansiosos, no recuerdo el pueblo, presencié un hecho inusual y divertido. En una plaza de toros de pueblo pequeñico, tocó la charanga para salir el toro, abrieron el portón y salió como una flecha un utrero, cogió tal carrera de frente que rompió las tablas y se las piró al campo tan ricamente. Aún lo están buscando. Yo me quedé gilipollas. Otro día en un pueblo se formó la de Dios porque llegó la hora de banderillear y en el callejón todo el mundo alborotado preguntaba por las banderillas. Se lio la mundial. Se habían olvidado. ¡Ah, los pueblos de mis amores!

En Tamames hacía los coloquios de la Feria en los primeros 90. Me jugaba la vida literalmente en la carretera para llegar a tiempo, después del trabajo, a ver la novillada; por esos toboganes que hace la carretera de Tamames al pasar Vecinos, que parece mismamente una montaña rusa. Y al terminar el festejo hacía un coloquio en el Ayuntamiento con los novilleros el ganadero, en fin, el personal de alto copete de la función. Después me ponía a la fila con los mozos de espada para cobrar. Pintoresca escena. Me acuerdo que en Fuentelapeña (Zamora) tenía comprometido desde hacía semanas el coloquio con el alcalde, pero al llegar la hora a los mozos se les ocurrió correr un toro ensogado por las calles. "¿Y qué hacemos?", le dije al regidor. El tipo, buena gente, al ver que me iba, me dijo: "espera, toma lo acordado y en paz". Y me pagó sin hacer el coloquio. ¡Será por dinero!. Aquel año me hinché a hacer coloquios por los pueblos. Me lo pasé genial porque me encanta el contacto con la gente "de base" de la fiesta. Curré mucho, me hice kilómetros a mansalva, pero fui realmente feliz. Me metía en todos los berenjenales taurinos y andaba siempre cavilando historias para alimentar y espabilar a los aficionados.

En El Ateneo organicé una cosa que llamé "Los martes Taurinos", sólo para reunir gente aficionada y charlar de toros, sin otro oficio, vamos una especie de lo que ahora sería micro abierto taurino. En invierno le regalé a mi esposita un Crucero por el Nilo. ¡Me lo había merecido!.

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