Septiembre y Enero son los meses de las buenas intenciones, es la primera lección en toda facultad de marketing. Los expertos en consumo preparan las campañas de estos meses invitándonos siempre a comenzar de nuevo. Con independencia de lo que haya sucedido el año anterior o durante todo el verano, ha llegado la hora de poner a cero el cuentakilómetros de las buenas intenciones: volver a renovar la inscripción del gimnasio, realizar la matrícula del inglés, renovar la ficha de yoga, llamar al voluntariado para que cuenten con nosotros o comenzar alguna de esas colecciones tan atractivas que nos anuncian en la televisión. ¡Tiempos de suscripciones y ofertas que no se vuelven a repetir!
Una y otra vez volvemos a caer en los mismos errores de siempre porque sabemos que al final no podremos con todo. Creemos que nos conocemos lo suficiente para estar en todos los frentes y luego tenemos mala conciencia porque no llegamos. Hemos reducido nuestra vida personal a una sucesión de actividades intensas que nos impiden degustar el aroma del tiempo. Decimos que no hay tiempo que perder y cumplimos a rajatabla los imperativos de la vita activa y del animal laborans. Vivimos aceleradamente a golpe de campañas publicitarias y se nos fuerza continuamente a elegir, a optar, a hacer "zapping" de la vida, como si tuviéramos que estar optando en cada momento, eligiendo en cada instante y decidiéndonos por todo o ante todos.
Esta pasión por la ocupación permanente y la actividad continuada puede suponer un olvido de la vida contemplativa, como si la demora, el detenerse y la quietud en el tiempo estuvieran mal consideradas en nuestra vida cotidiana. Y lo peor de todo no es este olvido de la vida contemplativa en nuestras intensas agendas, sino la organización de la vida familiar en términos de aceleración y activismo. Por ejemplo, la jornada escolar de nuestros hijos está cada vez más repleta de actividades complementarias, no sólo los apuntamos al inglés, la música o los deportes, sino que además pretendemos que vayan a catequesis, jueguen con sus amigos, tengan tiempo para ver alguna serie y para colmo?¡que hagan los deberes!
Cada año cometemos los mismos errores y parecemos Sísifos encadenados al activismo y sin tiempo para la demora, el detenerse y la quietud. ¿De qué nos ha valido hacer el Camino de Santiago si volvemos a lo mismo? ¿De qué nos ha valido ese productivo perder el tiempo con los hijos de este verano si luego seguimos todos tan activos? No nos damos cuenta que esta aceleración nos instala en la superficie de la actualidad pero dificulta la intensidad, la profundidad y la comprensión de todos los miembros de la familia. Sería bueno que el curso nuevo también empezara con tiempos nuevos. Si durante las vacaciones hemos descubierto un sentido nuevo tiempo que rompe con la aceleración, la dispersión y el activismo, ¿Por qué no aplicarlo al nuevo curso? ¿Es posible equilibrar la vida activa con la vida contemplativa?
Lo más curioso de este proceso que se repite siempre al comienzo de cada temporada no es la resignación o el realismo con el que afrontamos los resultados. Aunque no terminemos el curso al que nos hemos matriculado, aunque dejemos a medias las sesiones del gimnasio, aunque no podamos hacer todo lo que teníamos previsto, aunque dejemos a medias todas las colecciones que hayamos iniciado, lo realmente sorprendente estos días es la fuerza de nuestra intención.
Aunque sepamos que la vida activa nos atrapa y seduce, el dinamismo y energía de la vida contemplativa se abre paso cada temporada como una renovada posibilidad. La chispa que activa y pone en marcha las buenas intenciones aparece fugaz, pero insistentemente, cada temporada como un deseo fundacional, como la posibilidad de encontrar un centro de gravedad que limite los ajetreos, la aceleración, la dispersión; un centro de gravedad que, si no nos facilita la orientación y el sentido, al menos nos evite deambular o vagabundear de presente en presente. Quizá sea el centro de gravedad que hace nuevos todos los cursos.