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El brindis y el sueño
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EL APUNTE DE ANA PEDRERO

El brindis y el sueño

Actualizado 12/09/2017
Ana Pedrero

"A ti, que eres mi padre, que sueñas conmigo. De hijo a padre. De torero a torero"

Antonio Grande traía de casa el sueño de abrir la puerta grande de La Glorieta en su debut con caballos. Esa puerta que ya había acariciado el año pasado y cuya llave le negó la presidencia. Hoy, un año después, no hubo dudas. Sin paisanajes, a ley.

La puerta grande. Esta tarde. Ese sueño. Lo imagino vistiéndose en el hotel, desandando el sueño en azul marino y oro, respirando hondo antes de echar el pie. La puerta grande. Mi casa, mi sueño. El sueño.

Brindó el primer novillo de su vida a su padre. Es la norma no escrita que se cumple casi siempre. Pero su padre no estaba sentado en el tendido hecho un manojo de nervios como casi todos los padres. Su padre estaba de oro en el callejón, tocado con el castoreño, después de picar a ese novillo de Esteban Isidro, el primero. Un puyazo que fue casi otro brindis. Va por ti, hijo. El primero en sentir el castigo por su mano, el primero en sentir la puya y las cuerdas de padre a hijo.

Yo no sé qué le dirá un hijo torero a un padre picador a sus órdenes. Pero era el brindis; ahí, al oído, en voz baja, separados solo por la madera del callejón, abrazados en algo más profundo, más eterno que el instante, ya para siempre. A ti, que me diste la vida. A ti, que me enseñaste esta vida, que me muestras el camino desde la cuna. A ti, que compartes esta vida conmigo. A ti, que eres mi padre, que sueñas conmigo. De hijo a padre. De torero a torero.

Se llamaba Gamberro y lo recibió con templadas verónicas y una media de bonita factura. Un novillo sin clase, un novillo con medio pase que no le permitía la ligazón ni la continuidad. Pero Antonio Grande se encajó , entregado, solvente, destacando con la mano zurda y rematando con unas ajustadas bernardinas, vertical, inamovible. Esta tarde. El sueño. Para cuando sonó el aviso, la mitad del sueño ya estaba en su mano cuando asomó el pañuelo blanco anunciando la primera oreja. De hijo a padre.

Los cerrojos cayeron sin oponer resistencia con el que cerraba plaza, ovacionado de salida por su presentación, colorado salpicao, con el que se mostró de nuevo firme, pura entrega, puras ganas, puro sueño. Ajustadas chicuelinas en el quite y hermoso inicio de faena por arriba para ir bajando la mano y lograr pasajes de altura en los naturales engarzados a pitón contrario y las dos series con la diestra al final de faena con un toreo despacioso, largo, templado, soñando esa puerta grande que no se podía resistir. Hoy no.

Había brindado a los tendidos y los tendidos empujaron con dos mil corazones esa espada que aunque trasera y desprendida, sirvió para rubricar una faena en la que Antonio Grande se mostró como un novillero que quiere ser, que quiere estar. Que tiene que ser, que tiene que estar. Novillero en novillero. Ambicioso, torero.

Quizá en la ambición residiese la diferencia con sus compañeros de terna, que pasaron por La Glorieta sin apenas dejar huella, con unos novillos de desigual presentación, muy vareados los tres primeros ?rozando lo indigno para una plaza como Salamanca-, flojos, sosos y sin clase en general. Tampoco los novillos de Esteban Isidro se terminasen de creer en su conjunto que eran bravos.

Leo Valadez quedó inédito en su primero, que se mató al estrellarse contra un burladero, y en el segundo dejó apuntes en medio de una faena volutariosa pero sin sustancia que remató con un estocadón.

Toñete hubiese podido aprovechar mejor las condiciones de su primero, tan noble como soso, pero con gran clase y con el que tuvo pasajes de altura al natural que quedaron emborronados en el tramo final. Con el quinto, aplaudido de salida y complicado, le faltó mando y anduvo un tanto desbordado en un querer y no poder.

Faltó ambición, faltó bravura, faltó público en los tendidos. Pero Antonio Grande cumplió a ley el sueño que traía de casa, abrir la puerta grande de La Glorieta. Por ti, padre.

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