El XXII Festival de Teatro y Artes Escénicas 2017 se cerró ayer con la obra de Alejandro Casona 'Prohibido suicidarse en primavera'
El XXII Festival de Teatro y Artes Escénicas, de Monleras de 2017 se cerró ayer con la obra de Alejandro Casona 'Prohibido suicidarse en primavera'. Un texto con aspectos de comicidad-drama perfectamente asentados en un equilibro argumental que posiciona la obra, teatralmente hablando, en un esquema muy atractivo para que la atención del espectador apenas ceda en los cambios de escena, para retomar el hilo de la trama, ya digo, con el paréntesis imprescindible de un cambio elemental y básico de enseres en el escenario.
El texto de Casona aborda problemas, cuestiones e inquietudes consustanciales a la naturaleza humana, eso sí, desde una peana original e imaginativa: un lujoso hotel de cinco estrellas, y anclado en un paisaje idílico donde la naturaleza ejerce un hipnótico atractivo en sus huéspedes. Una especie de sanatorio para ricos donde se va a suicidarse. Allí convergen una serie de personajes, estereotipos que, sin embargo, explican, yo diría que con didáctica transparencia el carácter poliédrico de las condiciones humanas.
Una mujer (la Dama triste) ajada y cansada de vivir, atrozmente abandonada en los aspectos más emocionales de su vida. Un hombre solitario, tímido, soñador, que se envuelve en un mundo imaginario presidido por un amor platónico hacia una cantante de ópera. Ajeno a la realidad más mundana y visceral y saturado por la grisura de una vida hueca que apenas llena su afición a la poesía, la casualidad le hace coincidir en el hotel con la persona tantas veces soñada. El encontronazo emocional baja de la nube al Amante imaginario y, una vez mordida la manzana como Eva en el paraíso, regresa al mundo de los "vivos", a ganarse el pan con el sudor de su frente.
Chole y Fernando, periodistas enamorados, representan la empalagosa felicidad, exhibida sin recato alguno. Pero también tienen muertos en los armarios. Ella sufriendo cuando se siente diana y estorbo entre el entendimiento emocional de dos hermanos que, también por casualidad, coinciden en el hotel. Un amor latente, no visible, orada durante años la vida afectiva de Juan, dejando sedimentos de rencor y envidia hacia su hermano. Esta historia se resume en un punto de inflexión que valora y subraya la sinceridad última de un hombre perdido en los complejos y la desesperación de un amor no correspondido.
Cora Yako es el estereotipo de la vanidad y gestos de altivez propios de una vedete aclamada por los públicos, venida a menos por los imponderables de la edad. Allí busca protagonismo y los últimos ecos de su fama para dar carnaza a las revistas del corazón. También, dentro del reclamo farandulero, su personaje inspira ternura en su punto final.
Otros personajes pueden oficiar de secundarios, como el Doctor Roda y Germana, pero ahorman el sentido escénico de la representación y enganchan, como vagones imprescindibles a la locomotora, que no es otra que la red coral de la obra.
La parte actoral queda bien resuelta. Un teatro aficionado de nivel y consistencia en las tablas. El elenco de actores (Luis Gutiérrez, Manuel Andrés, Toño Blázquez, Ángel Gallego) y actrices (Paz Lleras, Paquita Lahoz, Ángeles Erburu y Marisa Tapia), coadyuvan a hacer creíbles las historias y a entresacar conclusiones esperanzadoras de una parábola que trata, en resumidas cuentas, de la pasión de vivir y sus numerosos inconvenientes.
La escenografía visualmente atractiva y la corrección de los efectos sonoros especiales en la parte técnica, de la mano de Eduardo Gutiérrez, ayudan al éxito de esta obra, que ha dirigido, a mi juicio, con buen temple y acierto Maribel Iglesias.
Inés García Malmierca