Dios calla, aparentemente, y no ofrece ninguna respuesta a quienes buscamos razones o explicaciones, principalmente del sufrimiento del inocente. Ante las grandes catástrofes y males de nuestra sociedad seguimos preguntándonos, ¿dónde estarán las manos de Dios?
Dios no tiene la culpa de nuestros males, aunque según nosotros, deje morir a los niños, o permita que se cometan abusos, o no responda a nuestros ruegos... Es cierto que Dios dirige nuestra vida, pero respeta nuestra libertad. Con frecuencia solemos prescindir de Dios llevados por este tipo de reflexiones. Y este es nuestro mayor error. Porque necesitamos urgentemente perdonar a Dios, pero sobre todo, perdonarnos a nosotros mismos, ya que en realidad, la mayoría de las veces, no estamos enfadados con Dios, sino con nosotros y entre nosotros porque aún no hemos conseguido conquistar nuestra divinidad. Una divinidad que se realiza mediante el perdón. En el fondo es el amor incondicional por nosotros mismos lo que buscamos desesperadamente, las más de las veces a través de sucedáneos. Perdonarse a uno mismo ? Perdonar a Dios. Ambas cosas son lo mismo. Y por ahí se empieza a caminar. Porque lo queramos o no, Dios está presente especialmente en los que sufren. No se ha ido de nuestras vidas ni nos ha abandonado. Por el contrario, ha tomado partido por el ser humano. El es amigo de la vida, no del sufrimiento y de la muerte.
¿Dios calla en las catástrofes? Aparentemente eso dicen algunos. Y a él le increpan que por qué no echa una mano. Y no nos damos cuenta de que nos ha dado a nosotros dos manos para que solucionemos los problemas y ayudemos a otros a levantarse, sobre todo, cuando el agua llega al cuello y quedan destrozadas familias enteras por muertes y heridas profundas, como ha ocurrido recientemente en Cataluña y en Estados Unidos. Así, pues, no le pidamos a Dios que guíe nuestros pasos si no estamos dispuestos a mover nuestros pies.
Dios no nos ha abandonado al destino y a nuestra muerte. Él está metido dentro de nuestras vidas y acompaña nuestro caminar.
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