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Comienzo de curso
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Comienzo de curso

Actualizado 02/09/2017
Fructuoso Mangas

Acaba de comenzar el curso y, con ligera variación en la fecha, unos diez millones de niños, adolescentes y jóvenes comienzan sus clases. Más de setecientos mil profesores inician también un trabajo importante y decisivo, mientras que millones de padres

Y a poco que se piense, de lo que suceda a lo largo de este curso dependen muchos detalles, a veces decisivos, de la vida de miles y miles de personas. Un mal curso que tuerce la vida, una vocación personal o profesional que se descubre, incontables espacios de trabajo común entre profesores y alumnos que ocupan seis días a la semana, momentos tensos por muchos pormenores académicos y horas de deberes en casa, padres que viven la tensión del progreso de cada día, notas medias que se van ya conformando y que decidirán el futuro, la beca en el aire y el ahogo del suspenso, los cien gozos del trabajo bien hecho y mil experiencias más que día a día irán formando el paquete personal y familiar de la mitad de los españoles.

A la vista de lo que se juega parece que tendría que haber más preocupación social, y no digamos política, por la calidad de la educación en nuestros colegios, institutos y facultades. A pesar de que una y otra vez se constata, al menos según los baremos siempre discutibles de la comparación con otros países, la baja calidad de la educación en primaria, secundaria y universitaria, apenas si hay reacciones y comentarios en profundidad. Por no hablar de la profesional pendiente desde siempre en calidad y en capacidad de ofrecer salidas laborales.

Cuando aparece cada año la desconsoladora lista de las doscientas mejores universidades en el mundo y no aparece ninguna española, hay juicios duros y amargos, pero se acaba echando la culpa a Pisa o Bolonia y a sus prioridades, para seguir todo igual o algo peor que antes. Cuando escandalizan las altas cifras de abandono y de fracaso escolar, se rebaja el nivel de exigencia para que mejoren las estadísticas aunque no mejore la calidad ni la eficacia. Cuando se repasan las cifras de jóvenes que acabada la carrera no encuentran trabajo o lo hacen en campos para los que no estudiaron, nos sentimos escandalizados por tanto gasto inútil y tanto fracaso sin razón, pero se mira para otro lado y todo sigue igual. Cuando todo el mundo está de acuerdo en un pacto social y político para acordar de una vez un plan consensuado para toda la educación en todos sus niveles, se destapan los intereses acumulados por partidos, grupos e ideologías y todo se va una y otra vez al garete.

Y sin embargo cuando llega el comienzo de cada curso se alimentan expectativas en padres, profesores y alumnos y su inmensa mayoría están dispuestos a poner lo mejor de sí mismos para hacer una buena gestión del curso. Esto es indudable y es un importante tanto a favor ya de entrada. ¿Qué pasa luego para que acabemos perdiendo el partido por goleada?

¿Les faltan a los padres elementos de ayuda que les faciliten un buen acompañamiento, positivo y documentado, al camino académico que va haciendo su hijo? ¿Están los profesores cansados y desmotivados, ahogados por las demandas administrativas, algo ya de vuelta y demasiado acostumbrados a la monotonía de un curso tras otro? ¿Les falta a los alumnos motivación real y duradera o garantías a su medida para un estudio bien llevado y hasta para un trabajo disfrutado? ¿Hay todavía un nivel escandalosamente alto de pobreza infantil, de hogares sin libros, de padres sin formación alguna y de otros elementos tan negativos como estos y que hacen literalmente imposible un curso con calidad y aprovechamiento en todos los implicados? ¿Todavía queda esa ruindad mental y política de andar comparando enseñanzas, públicas o no, para ponerse trabas y rebajas o para buscar ganancias y ventajas? Hay docenas de preguntas para las que yo al menos, poco experto en esto, no tengo respuestas. Pero debe haberlas y los responsables de encontrarlas y de aplicarlas deberían haberlo hecho hace tiempo y hace cursos?

Y está la escuela rural, tan decisiva y tan sin las coberturas necesarias; los niveles inferiores llenos de cambios, papeles, formalidades que los dejan sin aire ni pasión; la universidad, tan endogámica y tan intocable ella. Y a la vez un potencial magnífico, en padres, profesores y alumnos, que los responsables de gestionarlo debieran saber invertir con la eficacia debida. Quizás no haga falta cambiar los planes ni los programas, sino a los gestores. Puede ser, aunque eso no es tampoco cosa segura porque cuando han cambiado, pues alguna vez han cambiado, el resultado ha sido desesperadamente el mismo. Bueno, ahí queda el callejón sin salida.

Y en todo caso admirar la expectación y la clara decisión de hacer un buen curso por parte de millones de padres, de cientos de miles de niños, adolescentes y jóvenes y, también y sobre todo, por parte de miles y miles de maestros y profesores. Que sea un buen curso para todos.

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