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De abuelos y padres
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De abuelos y padres

Actualizado 28/08/2017
Rubén Martín Vaquero

Aprovechando que en las vacaciones estivales pasan más tiempo juntos abuelos, hijos y nietos, a Ernesto se le antojó hacer una brevísima comparación vital entre abuelos y padres, dejando a los hijos para mejor ocasión. En los abuelos englobó al colectivo de hombres y mujeres que tuvieron hijos en los años 40, 50 o 60 del siglo pasado. Según él, estas personas, supervivientes de los innumerables avatares de una guerra civil; que soportaron la falta de libertad y las imposiciones de una dictadura militar; que padecieron las miserias de una larguísima postguerra y que en su mayoría no contaban ni con formación académica (muchas familias eran emigrantes del campo a la ciudad), ni con medios económicos suficientes; tuvieron 3, 4 o más hijos en viviendas pequeñas en las que siempre hubo sitio y plato para sus padres ancianos. Hombres y mujeres que con una abnegación y sacrificio sin límites se entregaron a la educación y formación de su prole a través del esfuerzo y la superación individual, obviando los condicionantes adversos anteriores más un sistema educativo censurado y selectivo económicamente, hasta conseguir darles una formación académica y en numerosísimos casos estudios universitarios, que les permitieron ascender en la escala socio-económica y hacerse un hueco en el futuro.

Esta lección práctica del buen hacer no la aprendieron los hijos, que ahítos de cultura y títulos universitarios, pero empachados de una inexplicable arrogancia fruto de la estupidez, se creyeron listísimos y modernísimos, metieron a sus padres en residencias de ancianos para que no les molestasen, y tuvieron uno o dos hijos para que no les impidieran desarrollar su inmenso potencial que iba a hacer de ese mundo un lugar mejor. Bien es cierto que en un arranque de responsabilidad, probablemente decidido al salir del paritorio donde cada uno de los nuevos padres contribuyó como pudo al nacimiento del churumbel, optaron por educarlo como nunca se había hecho; renunciando a la autoridad matriarcal y patriarcal que había hecho de ellos los que eran en la actualidad. Aunque una cosa es predicar y otra dar trigo, y como no estuvieron dispuestos a ningún sacrificio, la mínima obligación la entendieron como un impedimento para disfrutar de su vida con plenitud, y se les hicieron eternas las noches en vela, los llantos del bebé, las enfermedades, la pérdida de libertad y, por supuesto, los estudios de la criatura. Algunos padres entreguistas se cansaron de ejercer de tutores y ayudantes de los estudios de su hijo en la Educación Infantil (y eso que el niño tiraba para superdotado), otros al terminar los estudios primarios, muchos en la ESO y el resto en el Bachillerato. Lo cierto es que todos llegaron renqueantes a los estudios universitarios de su retoño. En el mejor de los supuestos estos trabajos de Hércules los soportaron los que tuvieron "suerte", porque por arte de birlibirloque salieron de la nada jóvenes que decidieron no hacer nada y vivir a costa de sus fantásticos progenitores, parásitos que alguien bautizó como "ninis". También proliferaron los que se apalancaron en casa de los padres y se negaron a independizarse. Y mientras tanto, estos padres funanbulistas seguían pensando que eran estupendos, sin entender qué habían hecho mal (los que se lo planteaban), y echándole la culpa al Gobierno que no le ponía un sueldo a cada hijo, a la policía que nos los desalojaba de su casa, a los nuevos tiempos y al piojo verde.

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