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La Capea, un nombre para el Niño
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POR TOÑO BLÁZQUEZ

La Capea, un nombre para el Niño

Actualizado 27/08/2017
Redacción

Murió Paco Prado con casi cien años, primer apoderado de Pedro Moya

Yo era un tarambana lleno de ilusiones entonces. Comenzaban los 80. Me deslumbraba el mundo de los toros, las letras, el periodismo de carretera y manta, reportar noticias e historias del mundo de los toros al periódico local (El Adelanto, sobretodo), tenía juventud y hacía versos. Mis dioses de la pluma eran Navalón, Perelétegui, Zavala, "Barquerito", Vidal. Cada dos por tres andaba en el campo, en los tentaderos, en las fincas, con los vaqueros. En la Feria de septiembre era un sin vivir y en las ferias pequeñas de la provincia (Béjar, Vitigudino, Guijuelo, Peñaranda, Macotera?) conocí a los toreros de la época y a dejar el coche a las afueras de los pueblos para salir zumbando cuando el torero daba la última vuelta al ruedo. Había que llegar lo antes posible al periódico. Entonces no había móviles, ni wasaps?Cada festejo era una aventura para que los lectores lo tuvieran al día siguiente en el periódico.

En aquellos meneos taurinos andaba yo cuando me acerqué un día a Chamberí para hacer una entrevista a D. Francisco Prado, dueño de La Capea. Un humilde complejo taurino en el que se daban suelta a becerras en una pequeña placita y donde el dueño organizaba la vida profesional de chavales que querían ser toreros. Entonces recuerdo a gente como Antonio Cortés Vargas, El Candi, Pedri "El Capea", Tomás Pallín, Mingo, El Basto.

El Sr. Paco se murió hace dos días rondando los cien años. Un luchador, hombre hecho así mismo en las labores y oficios ligados al trato, a la carnicería, al trasiego de animales de acá para allá?y el descubridor y primer apoderado del que ha llegado a ser un torero de época; uno de los diestros con carrera más larga y fructífera de la tauromaquia actual: Pedro G. Moya "El Niño de la Capea".

El Pedro incipiente fue un niño listo y espabilado que pronto entendió los trajines de enfrentarse a las reses bravas y el oficio de torero. Lo asimiló con pasmosa habilidad y lucidez entendiendo desde el principio que la entrega constante y el valor eran elementos indispensables que sobrevolaban incluso por encima de la buena técnica y del toreo bien concebido.

Chamberí era entonces el barrio más deprimido de Salamanca (Los Alambres) y la posición económica, luminosa y rápida, que da el toro a sus héroes más sobresalientes fue el acicate esencial para el arranque meteórico de un torero que, en la fría estadística de los números, deja temblando a cualquiera de sus compañeros de más brillo. Entre España, América y Francia ha lidiado casi tres mil toros.

Pero para que todo ello fuera posible tuvo que existir un origen, alguien tuvo que poner la primera piedra en este "edificio" torero que después fue emblemático y épico. Ahí está el Sr. Paco y su Capea, que dio apodo a este niño sabio y corajudo para el que la vida fue un continuo salto de obstáculos. Pero, repito, el Sr. Paco, estuvo al amparo cuando el torerillo incipiente más lo necesitaba, cuando le salían los dientes y cuando necesitó un cobijo.

Niño prodigio del toreo, cuando debutó en La Glorieta y salió su novillo por toriles yo me pregunté: ¿pero ese niño va a matar ese novillo? Y vaya si lo hizo, y lo bordó.

Y en el callejón estaba el Sr. Paco, que lo guio y puso en un buen montón de novilladas sin caballos por la variopinta geografía taurina española, incluyendo plazas de alcurnia como Bilbao o Pamplona.

Después, otras historias de fondo cambiaron los rumbos del torero, historias que sería prolijo contar aquí ahora. Porque la historia real, la que construyó los cimientos, se va a los anales de los libros y los periódicos. Una historia de vida, de amor a la fiesta de los toros y al campo, que finalizó hace apenas unas horas. La historia de Francisco Prado que esculpe ya leyenda en la Salamanca taurina del siglo XX.

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