Adictos al juego
Lo aclaro a la entrada. No hablo de las personas que por adicción se dedican al frenesí del juego en cualquiera de sus modalidades. Son enfermos que padecen ludopatía. Hablo de otros.
Y comienzo por el principio. Es dramática y desesperante la observación ante aquel que está desnudo porque le han robado lo suyo y los depredadores se lo juegan con prepotencia y desprecio a los dados? La observación, tajante y profética está en el evangelio de Juan (19, 25) "Se han repartido mis vestidos y se han jugado a los dados mi túnica". Juan, que lo vio, da fe del hecho cumplido entonces. Y así se sigue cumpliendo hoy, con la situación del mundo y de nuestra tierra. Reconozco que yo al menos no soy capaz de señalar a los verdaderos culpables, pero ahora me interesa únicamente repasar la indignidad humana de todos los que participan, o participamos en el nivel que sea, en ese despojo. Y otro día habrá que hablar, sin duda, de los despojados.
Y la imagen de Juan, en la que agitando ansiosamente los cubiletes los poderosos de turno se juegan a los dados la túnica del pobre, es amarga hasta la saciedad. Me imagino a los poderosos del planeta sentados alrededor de media humanidad tirando los dados con sus cubiletes y cruzando apuestas como quien juega a un parchís de extrema injusticia y de increíble corrupción. O sin mirar tan alto, ahí quedan comités y secretarios, consejeros y consejos, directores y directivas, presidentes y comisiones, etc? jugando a los dados como si nada.
Y mientras tanto ordenan a los enaltecedores de turno que saquen sus fotos en primera página, sigan sus consignas, celebren sus jugadas y rían sus gracias de divertidos jugadores de dados. Por algo así cantaba Ricardo Cantalapiedra hace décadas: ¿Dónde están los profetas?. Pues eso.
Viejo juego éste el echar a suertes como si de un juego se tratara, sea por ambición o por venganza o por odio, las vidas y los derechos y los bienes de los demás, desde la idea mortal del caballo de Troya de Ulises hasta una furgoneta con bombonas en Barcelona pasando por Indíbil y Mandonio. Los cubiletes agitados con los dados dentro retumban desde hace siglos y en el proceso del maléfico juego explota la muerte en la casilla de turno, sea Massada, Termópilas, Coventry, Pearl Harbour, Saigón, Alepo, Kabul, Londres, Basora o Cambrills, por nombrar algunas casillas de nuestro entorno. Los que juegan a los dados han jugado y juegan con la vida y con la muerte, casi como si fueran simples accidentes del desarrollo del juego del parchís. No se me van de la mente estos mortales avatares de la historia en estos días con el dolor y la muerte del atentado de Barcelona.
Y este deshonesto juego de los dados a costa de otros se da también, con consecuencias muchísimo menos graves por supuesto, en los niveles más elementales de la sociedad en los que nos movemos todos, desde la honestidad en alquileres o las medidas legales y no observadas en cualquier obra de reforma casera hasta el ajuste económico con una empleada doméstica. No es fácil dejar el cubilete y no jugar con nadie ni con nada.
Porque además una determinada y jaleada parte de la sociedad se goza en estos vergonzosos menesteres. Y logra cotas altas de espectadores que se sumergen inconscientemente en ese río publicitario de juego y nadería, de mentira y manipulación. Ahí están programas de televisión absolutamente infames en cuanto a verdad y honestidad que congregan a miles y miles de espectadores que ríen y aplauden el manejo de los cubiletes. A mayor mentira acordada como posverdad más publicidad, cuanto menos respeto y menos humanidad más cámaras detrás. Es una feria de vanidades en toda regla y los ludópatas morales agitan y agitan sus cubiletes entre el jolgorio general. Parece la conjura de los necios.
Este juego de los dados a costa del prójimo se ha vuelto viral y está presente en las pantallas diarias de la vida a todos los niveles, desde mi propia casa hasta el Fondo Monetario Internacional. Y eso a los niveles más altos del mundo y a ras de tierra en mi propia calle. Y no hay quien ponga coto ni imponga respeto y justicia, ni los intelectuales, ni los gobernantes, ni la Iglesia, ni las familias, ni los educadores?
Los dados se han hecho los amos de la sociedad y el cubilete es su dios.
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