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Macotera: Y, por fin, llegó la jarana
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TIMI CUESTA

Macotera: Y, por fin, llegó la jarana

Actualizado 14/08/2017
Redacción

Las peñas, sus orígenes y el colorido fervor por sus fiestas y San Roque

Se cantaba antaño: "Si no hay toros, tampoco baile". Y, hoy, podemos proclamar: "si no hay peñas en la fiesta popular, no hay aliciente ni tampoco ambiente". Por eso, yo siempre pregono que las peñas son el alma de las fiestas, las que crean la jarana, estimulan la convivencia y fomentan la hospitalidad.
Y, como no puedo estarme quieto, he robado un rato a la tarde, para indagar sobre el origen de las peñas y de su evolución a lo largo de los tiempos.
Me he centrado, en primer lugar, en tomar referencias para fijar la edad de las peñas, y me cuesta concretar, y es muy difícil determinar su origen, porque las primeras tertulias y meriendas de panda, que se celebraron en el pueblo, en torno a una cuba y a la luz de una vela, ya se registran en 1727.
Luego, llegó la costumbre, también añeja, de hacer la limonada con sus correspondientes meriendas en alguna panera o tenada, y la tradicional costumbre de la merienda en la taberna que son maneras, asimismo, de hacer peña, porque eso es una peña: la reunión de un grupo de amigos, que se comprometen a realizar una actividad recreativa, cultural o de cualquier otro tipo.
Lo define muy bien la etimología del vocablo peña, que viene de la voz latina pinna, piña: hacer piña en torno a algo.
Y pasado el tiempo, se comenzaron utilizar otros habitáculos, recintos abandonados o de escaso uso, como pajares, casas deshabitadas, algún lagar o bodega independientes; se adecentaron y decoraron con símbolos alusivos al mote de la peña, y cuatro trastos eran suficientes para centrar, en ellos, la diversión y la vida toda durante las fiestas y otros posibles encuentros en el resto del año.
Y, como el tiempo es incansable en su marcha progresista, nos acerca al desafío de la modernidad, y lo viejo sirve de pretexto a lo nuevo, a la comodidad y a la decencia sin olor a telarañas.
Por eso, nos encontramos con peñas, que son verdaderas mansiones, con sus chimeneas, hornos asadores, fregaderos, frigoríficos, retretes, con sillas afelpadas, con mesas alargadas de pino, y con sus paredes decoradas con pinturas exóticas o retazos taurinos, que hablan de tertulia: verdaderos recintos, que no carecen de nada, de nada en todo lo que precisan encontrar, y donde se sienten a gusto y en campaña durante los días de las fiestas y otros aconteceres durante el resto del año.
Y, como hablamos de peñas, es bueno recordar a personajes curiosos, que enriquecían aquellas tertulias y almuerzos amistosos en l

a noche de la Virgen, velando armas hasta la hora del encierro. Y, si repasamos la historia de los "sanroques, en todas las épocas han aparecido personajes, que han contribuido con su presencia, con su ingenio, con su valentía, con su riesgo y con sus miedos a su realce y enriquecimiento. Todos recordamos a figuras que se dejaron ver en el ruedo, en los encierros, en las dosis de miedo, en la anécdota ingeniosa, en el gracejo, en la seriedad de la parodia callejera, en la bulla, en el alboroto y en la gamberrada desabrida... Sus nombres figuran ahí escritos en los legajos de nuestro recuerdo.

Y, entre estos personajes sanos, de mirada limpia y pícara, como su corazón, se hallaba Juanito el Chachín y su sobrero raído, pringado de mugre y roto, que no se desprendía de él ni para dormir, (si llegaba a dormir alguna hora durante los tres o cuatro días de san Roque), y su amigo Pepe el de las Fidelas. Ellos decían que la noche del día de la Virgen era la más grande y entrañable de la fiesta. Se la pasaban de tertulia en tertulia: ora en la peña del Cencerro, ora en la cochera de José Antonio Gumersindo, donde su propia peña tenía su guarida.
Juanito Chachín era el centro, no porque se sintiese más ni menos que nadie, sino porque su sino era alegrar la vida a los demás, contribuir con sus valores a que la fiesta fuese una fiesta de todos, donde reinase la armonía, el divertimento sin molestar a nadie; por eso, se le notaba siempre repartiendo gracia, chiste, alegría, anécdota y cante roto y profundo, de sentimiento, que él consolaba con un trago de vino.
Siempre venía unos días antes de san Roque, para coger sitio, como era costumbre, como se hizo siempre, para poner las escaleras, los carros, los huecos del burladero, para entrenarse en las terrazas, en la barra del bar, para compartir el saludo con sus amigos y paisanos; para patear el pueblo y disfrutar con las novedades.
"Juanito de dura crin
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil
¿Quién te ha quitado la vida?
Juanito el Chachín, hace años que no viene a san Roque, porque ya se ha muerto. Lo seguimos echando de menos, y seguiremos escuchando, la noche de la Virgen, su anécdota vieja, su chascarrillo, su cante grande y sentido, y evocar los gracejos del tío Cone y la canción del tío Berbique:
En casa de la Maeta,
ya Maíto ya no sale,
porque dicen que no vienen
san Roque y los carnavales.
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