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La emoción del Camino de Santiago
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Por Aniano Gago, periodista

La emoción del Camino de Santiago

Actualizado 30/07/2017
Redacción

Santigo parece lo que es: una ciudad abierta, alegre y confiada que da cobijo a propios y extraños, que se nutre de estudiantes y peregrinos, que vive y reza, que estudia y se divierte, que junta la tierra con el cielo, que es humana y divina a la vez. Po

Inicio con la Peña Cañizo las dos últimas etapas del Camino Francés. Hace dos años y medio lo iniciamos en Burgos. Lo hemos ido haciendo según la libertad que nos ha dejado el trabajo. Nos espera el Señor Santiago en Compostela. El campo de estrellas vuelve a abrirse a estos peregrinos.

El cielo no está muy dispuesto a que el andar se haga sencillo. Llueve sin parar. Pero nada nos arredra. De hito en hito iniciamos la marcha en Melide. La noche anterior no pudimos faltar a la cita de la Pulpería Ezequiel, de gran fama en la zona. Javier Aguirre, Javier Montaña, Jesús Alberto, Víctor Peral y yo mismo estamos deseosos de llegar a Santiago. Si chove que chova. Pronto dejamos el pueblo y nos adentramos en los caminos de tierra. Eucaliptus y laureles nos acompañan a los lados del los senderos. Charcos de agua y regueros cantarines nos sorprenden cada poco. Las montañas verdes de Galicia nos dan la imagen de una tierra hermosa y acogedora. Casas dispersas por doquier, rubias por todos los lados nos miran con la indiferencia que le ponen a todo las vacas de leche.

La emoción del Camino de Santiago | Imagen 1En el Camino los amigos pasamos a ser hermanos. En el ambiente prima siempre una sensación de camaradería y generosidad. Y risa, mucha risa. A mis compañeros les veo con la necesidad de anular el estrés diario. Es habitual. Porque las emociones que genera el andar, entre cruces de piedra y flechas amarrillas que nos orientan, se convierten en una fuerza interior que sobrepasa el cotidiano sentir.

Javier Montaña es de habitual crítico con todo lo que se mueve, pero aquí, al comienzo de la marcha, es dulce y tranquilo. Aunque sabemos que más pronto que tarde descubrirá en alto nuestras miserias. Nos encanta. Porque nada es más agradable que escuchar al que sabe sin acritud, con el candor que da la autenticidad. Jesús Alberto no pierde comba, y provoca a Javier Montaña con indirectas muy sabrosas. La dialéctica se convierte pronto en el caldo que nos alimenta. Javier Aguirre sigue el Camino desde la sabiduría del análisis que le da un GPS especial que él tiene en la cabeza para orientarse en esta España de interior. Y Víctor Peral, ágil como un galgo terracampino, va y viene, se ríe de todo y disfruta desde el desenfado más inteligente. Víctor todo lo relativiza, nada le es ajeno, pero ningún obstáculo le va a quitar ser feliz. Yo recuerdo poemas aprendidos en mi juventud, clavados en mi cabeza como un resorte, y los recito como homenaje a los cielos y a las tierras al paso; versos más o menos ajustados al sentir del momento.

De cuando en cuando también escribo en mi móvil palabras, hechos y sucedidos de mis compañeros que al término de la jornada servirán como "Diario de a pie". La vida es una tómbola, la vida es bella, la vida es un frenesí, la vida es un camino. Siempre estamos en un camino, este que dicen que es un valle de lágrimas. Y el Camino de Santiago es una metáfora de la vida. En él se juntan el calor, el frío, la lluvia, el granizo, la nieve, la risa y el llanto. La comida y la bebida, la sed y el hambre. La canción profana y la oración profunda. Por eso engancha.

En el trayecto de esta penúltima etapa, hablamos con peregrinos de Estados Unidos. Las inclemencias del tiempo retiraron a muchos del Camino, pero siempre hay alguien que, paso a paso, lentamente, con su cayado, sigue adelante pase lo que pase. Algunos llegan desde Sant Jean Pied de Port, otros desde Roncesvalles, y no faltan quienes lo hacen desde cien kilómetros antes de Santiago, requisito preceptivo para poder recibir la Compostela. Jesús Alberto tiene nuestras cartillas al día, bien cumplimentadas de sellos por donde hemos pasado. Estampas de ermitas, catedrales, iglesias, bares o restaurantes. Señales de nuestra realidad peregrina. Treinta kilómetros nos llevan hasta el Pazo de Santa María, en Predouzo. El edificio, construido en 1711, que es todo un monumento al buen gusto: piedra y madera, materiales nobles.

Javier Aguirre tiene muy desarrollado el sentido del gusto. Y los demás le seguimos entusiasmados. Porque siempre acertamos. La cena, llena de sabores clásicos y modernos, estuvo regada con vinos magníficos de la Ribeira Sacra y de la Ribera del Duero. Nada más podíamos pedir mientras descansábamos nuestros pies tras una ducha reparadora y sentíamos la llamada del Señor Santiago, ya a las puertas.

Desayuno copioso. Lo exigen las normas del Camino de Santiago. Los kilómetros que uno tiene por delante siempre exigen lo máximo. Y el cuerpo pide buen trato. Se lo damos.

El día está nublado, pero se meten picos de luz por muchos rincones. El cielo quiere abrirse. Nos vestimos con los anoraks propios contra la lluvia pero no los vamos a necesitar. Enfilamos el tramo final con la alegría de la ausencia de lesiones, las temidas ampollas o las torceduras imprevistas. El Señor Santiago nos ha tratado con delicadeza.

Andamos y andamos sin parar. Hay pocos puntos donde comer o beber algo. Pero vamos provistos de agua, pistachos, plátanos y golosinas. Poco a poco nos acercamos a Santiago de Compostela. Ya hablamos del Monte do Gozo con familiaridad. Y lo ganamos a pulso, después de algunas cuestas curiosas que nos recuerdan O Cebreiro y otros pasos de pendientes pronunciadas. Estas son más cortas, y el ánimo lo tenemos desbordante. En Monte do Gozo nos abrazamos, como manda la tradición. Y en su falda recordamos a Juan Pablo II, que visitó estos lugares como homenaje al Camino. Las conversaciones son variadas, poco exigentes, más dadas a la anécdota. Javier Montaña exige siempre precisión en todos los comentarios, pero algunos, como yo, miramos al viento.

Los últimos kilómetros, ya teniendo al fondo Compostela, están mal señalizados y son feos. Impropio de la grandeza del Camino. Incluso la entrada en la misma población deja mucho que desear. Cruzamos un puente despintado, mal tratado, cuando es la primera imagen que tienen los miles de peregrinos cuando cada año se dan cita aquí. Tomamos pulpo y empanada en un bar para amortiguar el estómago y valoramos que estamos a tres kilómetros de la catedral, meta entusiasta.

Llegamos tras atravesar parte de la ciudad nueva y meternos en la vieja, de piedra, eterna, grandiosa. Nos volvemos a abrazar, saltamos de alegría, como es obligatorio, y después sellamos la Compostela en la Casa del Peregrino. El parador Reyes Católicos es nuestra morada. Recinto histórico, viejo hospital de peregrinos, hoy convertido a la modernidad. Después vamos a abrazar al Santo, que nos espera.

Santigo parece lo que es: una ciudad abierta, alegre y confiada que da cobijo a propios y extraños, que se nutre de estudiantes y peregrinos, que vive y reza, que estudia y se divierte, que junta la tierra con el cielo, que es humana y divina a la vez. Por todo eso, y mucho más, nos damos un homenaje con una mariscada muy merecida. Honor y Gloria al Señor Santiago. Amor y amistad. Salud para todos. Paz universal.

He terminado de leer "Patria", la gran novela sobre el sórdido mundo de ETA de Fernando Aramburu. Me ha entusiasmado y quemado a la vez. Entusiasmado por la fina inteligencia de Aramburu para plantear un tema tan difícil desde la realidad imaginada ( no tan imaginada) y quemado porque aunque ETA dejó ya hace unos años de matar no deja de escocer su historial de violencia, asesinatos y muerte.

Como ya dije Mario Vargas Llosa le dedicó su artículo de los domingos en El País a esta obra literaria. Vargas Llosa dice en ese artículo que "la novela de Fernando Aramburu me ha hecho vivir, desde dentro, los años de sangre y horror que ha sufrido España con el terrorismo etarra". Dice más: "la novela nos seduce, nos soborna con su magia verbal y sus astutas alteraciones de la cronología y los puntos de vista, hasta convencernos de que aquella historia no está escrita, que es la vida pura y simple, y que estamos sumidos en ella viviéndola a la par que sus personajes". Con su excelsa maestría, Vargas Llosa hace un análisis perfecto de la novela. Pero no es suficiente: es una novela de obligada lectura si queremos enterarnos de verdad cómo se fue fraguando ETA, cómo amedrentó a la sociedad, cómo se fue generando toda aquella maldad. Es una obra de una finura narrativa especial que, a la vez, deviene en un arte pedagógico. Va desgranando a la perfección todos los pasos, adelante y atrás, de ETA, de sus asesinatos, del trastorno que causó a la sociedad que decía servir ( y al resto, España). Hace una disección que ni el mejor cirujano. El comportamiento de los vecinos ante los amenazados, la hipocresía de la Iglesia y la cobardía de casi todos.

Hay tres apartados de la novela que me han llegado más: los atentados en sí, las visitas de los detenidos a la Audiencia Nacional en Madrid y el día que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco. Todos los atentados siempre me causaron un gran dolor, y sensación de impotencia, especialmente el de Hipercor en Barcelona. Yo estaba en la Ciudad Condal con mi familia aquel día, y hablamos de ir precisamente allí; no lo hicimos, cambiamos de planes, y quién sabe si por eso nuestra vida no hubiera sido distinta.

Respecto a la Audiencia Nacional. Trabajaba yo en los Telediarios de TVE y con frecuencia me enviaban a cubrir la información de los etarras detenidos y que pasaban a disposición judicial. En más de una ocasión estuve sentado en las escalinatas de la Audiencia esperando noticias de los jueces junto con familiares de los propios asesinos. Periodistas y familiares juntos. Nuestro oficio asume la opinión de todos, y eso hacíamos los "plumillas": saber qué decían y que pensaban los cercanos a los etarras que en muchos casos tenían varios asesinatos a sus espaldas. En más de una ocasión hablé con Karmelo Landa, abogado de la Mesa de Herri Batasuna que defendía a los etarras. Siempre recuerdo la mirada de desprecio, odio, o no sé qué, de los familiares para con nosotros los periodistas.

En cuanto a Miguel Ángel Blanco tengo que decir que es de las experiencias periodísticas más duras que viví en el oficio. No estuve en el País Vasco siguiendo el caso, las horas que los etarras le habían dado de vida si no se cumplían unas condiciones por parte del Estado, pero sí seguí, segundo a segundo, todo el secuestro del concejal del PP de Ermua. Lo hice desde dentro de la redacción de los Telediarios de TVE, escribiendo reacciones, situaciones, nuevas noticias del hecho para los Telediarios. Hasta que Miguel Ángel Blanco apareció con un tiro en la nuca. Sabíamos todos de lo que era capaz ETA, pero existía una sensación general de que en ese caso no podía actuar asesinando a un hombre indefenso. Queríamos olvidar lo cobardes que eran los miembros de ETA, como queda reflejado en "Patria". Por eso, al final, la noticia fue terrible. Lo mataron. El Jefe de Redacción me encargó desarrollar algunos puntos de la información, entre ellos hablar telefónicamente con familiares y amigos del fallecido. Así lo hice; el cuerpo que se me quedó, fue de un frío helador. Igual que el alma. Miguel Ángel Blanco murió el 13 de julio de 1997, aunque apareció con el tiro en la cabeza el día antes.

En los Telediarios de TVE también viví el día, emocionante, que apareció con vida, que fue rescatado de un secuestro interminable, José Antonio Ortega Lara. Aquel día fue un gran día. Hablé con familiares del burgalés que no llegaban a creerse el milagro. Funcionario de prisiones permaneció secuestrado por ETA durante 532 días entre 1996 y 1997. En aquel tiempo, por aquellos años, yo trabajaba en la redacción central de Torrespaña en TVE.

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