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Contra la desmemoria republicana, “archivos vivientes” (1): Anastasio Mateos Ovejero
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SECUELAS DEL FRANQUISMO (XXVI)

Contra la desmemoria republicana, “archivos vivientes” (1): Anastasio Mateos Ovejero

Actualizado 27/07/2017
Ángel Iglesias Ovejero

El próximo sábado, día 29 de julio, a las 13 horas, serán depositadas en el cementerio de Robleda las cenizas del cadáver de Anastasio Mateos Ovejero

El próximo sábado, día 29 de julio, a las 13 horas serán depositadas en el cementerio de Robleda las cenizas del cadáver de Anastasio Mateos Ovejero, que falleció el pasado 16 de enero, a sus 88 años cumplidos, en la residencia para ancianos de su lugar natal. Fue hasta su muerte un fiel "archivo viviente" del holocausto familiar.

El olvido de las faenas franquistas es el mejor y más barato servicio que la Democracia Monárquica podía prestar a la Dictadura. Es una secuela constante desde la amnistía decretada en 1977 en el contexto de aquella "Transición modélica" que funcionaba sobre el principio de la equiviolencia o responsabilidad compartida de la guerra entre "los dos bandos" (todos culpables, todos perdedores, etc.) y cuyo principal argumento era el miedo "guerracivilista". De hecho los portadores del legado republicano fueron los perdedores por segunda vez y la memoria de las víctimas de la represión franquista quedó sepultada bajo la chapa del silencio, en contraste con la exaltación de "los mártires y caídos" del nacional-catolicismo, reconocidos y celebrados durante y después del franquismo militante. Al cabo de cuarenta años de democracia, la campaña en favor del olvido y la condena moral explícita o implícita de la memoria republicana sigue una realidad con el Gobierno actual, cuya política se define por la dejadez en la aplicación de la Ley de Memoria Histórica.

En la provincia de Salamanca una de las medidas hasta ahora realmente eficaces contra semejante injusticia histórica y tal disparate cultural ha sido el compromiso de aquellas personas que hemos denominado "archivos vivientes": los testigos cercanos a los hechos que han asumido el reto de exponer sus vivencias como víctimas o testigos. Anastasio Mateos Ovejero (Tasio) fue uno de ellos. Hubo otros muchos (Á. Iglesias Ovejero: "Archivos vivientes: las víctimas del terror militar de 1936 a 1939 en El Rebollar y pueblos aledaños salmantinos". En: PROHEMIO, IX, 101-201). El tiempo dirá si se presentará ocasión de reseñar la aportación de algunos de esos informantes, hoy ya fallecidos, sin cuyo testimonio no se sabría casi nada de la represión y el paradero de la mayor parte de las víctimas mortales extrajudiciales de El Bodón, Casillas de Flores, Ciudad Rodrigo, Fuenteguinaldo, Navasfrías, Peñaparda, Robleda, etc.

Para la memoria contextualizada de Anastasio Mateos Ovejero (Tasio)

Anastasio Mateos Ovejero, hijo de José Mateos (Benito) García y María Antonia Ovejero García, nació en Robleda el día 17 de agosto de 1928. Era el segundo hijo de una fratría de siete miembros, el último de ellos habido en el segundo matrimonio de María Antonia con Juan Iglesias Muñoz: Benito (1927), Anastasio (1928), Josefa (1931), María Teresa (1932), Félix (1934), Ángela (1937) y Ángel (1943). Tres de ellos murieron de muy pequeños: Benito a consecuencia de una quemadura, de un año (1928), María Teresa, de 13 meses (1933), por falta de desarrollo y Ángela, póstuma, debido al mismo motivo, en la casa cuna de Ciudad Rodrigo, sin llegar a cumplir cuatro meses (1937).

Los primeros años de Tasio transcurrieron en gran parte en el rellano de El Batán (a unos 4 kilómetros del pueblo), que formaba parte de los antiguos baldíos comunales de la tierra de Ciudad Rodrigo hasta el siglo XIX, donde sus padres, como decenas de robledanos pobres, se habían asentado en tiempos de la Monarquía. Allí roturaban un trozo considerable de monte bajo y de bardas de roble, para el cultivo de cereales y patatas de secano, muy poco rentable debido a las condiciones del terreno y el clima extremado, con heladas tardías, seguidas de un verano largo y caluroso. La economía familiar se completaba con la cría de una punta de cabras, que pernoctaban al abrigo del lobo en una majada pequeña sita en la solana, casi entre peñas, muy cerca de un minúsculo chozo de piedra rematado con lanchas y ramas de escoba donde se guarecía la familia. Aunque tenían una reducida vivienda en el pueblo, allí residían casi de continuo los padres y Tasio, así como más tarde también Félix. La niña Josefa (Pepa) en seguida estaría con sus abuelos y tíos en el pueblo.

La enseñanza primaria era obligatoria en España desde el siglo XIX (Ley Moyano, 1857), pero nunca hubo medios adecuados para aplicarla, dotando a los pueblos de maestros y material pedagógico. En El Batán y otros parajes análogos de Robleda vivían decenas de niños en edad escolar que nunca pisaron la escuela, entre ellos Tasio. De modo que quienes lo conocieron pegado a los periódicos y libros de historia no entenderían este misterio, sin la aclaración de que aprendió a leer a sus 21 años, cuando era minero en Asturias. A sus seis años e incluso antes, los niños pobres ayudaban en el cuidado del ganado, dándole voces e impidiendo su entrada en los sembrados. Los padres de Tasio eran analfabetos, pero quizá habrían facilitado su escolarización, de haber sido más asequible, pues no eran más egoístas que otros ni peores que los amos que empleaban a niños y adolescentes en determinadas faenas, para que éstas les resultaran más baratas. El mismo Tasio pronto adquirió una larga experiencia como criado de muchos amos, a raíz de los bárbaros sucesos de 1936 posteriores a la sublevación militar contra la II República, que condicionaron su vida para siempre.

Apenas cumplidos sus ocho años, Tasio asistió a la detención de su padre por fascistas conocidos del pueblo, ya avezados a las cacerías de hombres en Robleda y su entorno. Sucedió el día 24 de agosto, ya puesto el sol. El día 13 anterior una numerosa patrulla de carabineros y fascistas habían tratado de detener en las Eras del pueblo a Julián Ovejero, un joven de 20 años, hermano de su madre. Lo persiguieron a tiros con caballos, sin conseguir darle caza. Lo buscaban de antes y lo siguieron buscando después, cuando estaba emboscado en El Colodrero, otro antiguo baldío comunal. Los victimarios aplicaron la estrategia habitual en casos análogos, que consistía en detener a los varones de la familia y amedrentar a las mujeres y los niños, para que se entregaran los fugitivos. A Tasio y su primo Pablo Samaniego Ovejero, en un simulacro de ejecución, los colgaron de un clavo en la majada del abuelo en Valdepino, para que denunciaran el escondite del tío. Sabían por los chivatos (empleados municipales y elementos de la Guardia Cívica) que Julián algunas noches iba a cenar con su hermana y su cuñado, que, estando al corriente de aquellas traiciones, encomendaban al niño Tasio la difícil tarea de vigilar y avisar al trío de adultos si barruntaba algo extraño. Ni el niño ni el perro guardián percibieron la llegada de cuatro o cinco milicianos fascistas y el carabinero Domingo Moreiro. Con la ayuda de su hermana, Julián consiguió escapar una vez más, pero José Mateos fue detenido, en presencia de su esposa y sus dos niños, y llevado al pueblo. Tasio quiso seguir a su padre por el sendero, llorando, porque ya tenía indicios de lo que sucedía con estas detenciones, pero uno de los verdugos lo disuadió con la amenaza de pegarle un tiro. Al día siguiente, su madre y Tasio se enteraron de que ya eran viuda y huérfano, respectivamente.

Tasio viviría para siempre con esta espina clavada. Desde ese momento tuvo que ayudar a su madre a cuidar las cabritas propias y las de su abuelo Serafín Ovejero, pues los tres hijos solteros de éste no tardaron en ser asesinados también. En casa de este abuelo, de humor cambiante y ahora desquiciado por la tragedia familiar, y de la abuela Claudia García, abrumada por la misma razón y deprimida hasta su muerte (1941), tuvieron que refugiarse María Antonia y sus tres hijos. Al año siguiente, cuando en marzo de 1937 nació Ángela, la hija póstuma de José Mateos, ya no había sitio para ella en aquel contexto de desamparo y tuvo que ser enviada a la casa cuna de Ciudad Rodrigo, donde moriría aquel mismo año, sin que su madre y sus hermanos se enteraran de ello. Sin embargo, en 1938, en las apreturas del hogar de los abuelos, hubo que dar cobijo a otros dos nietos huérfanos, Pablo y Teodora Samaniego Ovejero, a la muerte de sus padres, Rafael Samaniego y Juliana Ovejero (1938). Pablo Samaniego también murió (1939), más que nada víctima del trauma psíquico, como sus progenitores.

Ahora bien, en aquel retablo de dolores con personajes de carne y hueso que era la casa de Serafín Ovejero no había tiempo para lamentaciones, sobre todo para María Antonia, que era quien cargaba con todo el trabajo y sostenía con un esfuerzo heroico a sus padres, más envejecidos que viejos, y a los desvalidos nietos de éstos. Y Tasio, entre sus ocho y sus trece años, fue el escudero de su madre, que siempre lo llevaba con ella al campo: a cuidar las cabras, a buscar leña, a sembrar, a lo que fuera.

María Antonia no podía seguir con la pesada carga y, tras cinco años viuda, decidió casarse, para que un hombre responsable le ayudara a salir adelante (1941). Personas amigas de El Sahugo le presentaron la persona idónea: Juan Iglesias Muñoz, viudo también, más o menos de su edad y perseguido por los fascistas en 1936, pero con la fortuna de haberse librado de una saca. No es seguro que a Tasio, que ya ejercía de hombrecito, le agradara este pacto de solidaridad. Tendría que obedecer a un hombre extraño, en una edad difícil, a diferencia de sus hermanos Pepa y Félix, más pequeños, para quienes la llegada de un hombre cabal constituía un verdadero arrimo, a pesar de su pobreza. Juan era hospiciano, de modo que María Antonia y sus hijos fueron una verdadera familia para él. Lo siguieron siendo incluso cuando en 1943 el nuevo matrimonio tuvo un hijo (Ángel), bien recibido en la fratría, aunque de momento era una boca más que alimentar. Tasio contribuyó a ello privándose de parte de la merienda que le daban por guardar las cabras de un vecino. Con el tiempo, "el abuelo Juan" sería una referencia de bondad y paciencia para todos los nietos, biológicos o no. Y Tasio y sus hermanos, cuidaron a Juan en su vejez, como lo hicieron con María Antonia.

La adolescencia y juventud de Tasio fue penosa, más si cabe que para otros de su edad en aquellos bien llamados "años del hambre". Además de participar en las faenas agrícolas principalmente para otros vecinos, estuvo de cabrero, porquero y ayudante de vaquero en Aldeanueva (Fuenteguinaldo) y fincas de otros pueblos, hasta que empezó a ir al "carbonal", en el término de Robledillo (Cáceres), donde ganaba algún dinero haciendo carbón de brezo. A sus 21 años, "para no ir a servir a Franco en el ejército", aceptó la alternativa de trabajar en las minas de Asturias (1949). Se adaptó pronto a esta dura tarea en la que permaneció 13 años. Tenía cierto halo de aventura, por los riesgos que implicaba, pero se ganaba la vida, lo que le permitía vestir bien y tener cierta holgura económica.

En Asturias conoció a su futura esposa, Julia (Eusebia) Cabezas Calvo, nacida en Robleda pero criada como huérfana en Salamanca, desde el fallecimiento de su madre, cuando ella tenía dos años. Se conocieron en casa de Margarita (casada con Julián Martín Solitas, antiguo compañero de Tasio en sus primeras servidumbres), una hermana que casi había ejercido de madre para Julia, también emigrada a Asturias, donde mostraba su hospitalidad con otros emigrados de Robleda. No todos los miembros de este numeroso grupo de parentesco eran santos de la devoción de la familia de María Antonia Ovejero. La futura nuera tenía fascistas y victimarios en su parentela cercana: dos tíos, dos primos (sin contar otro por afinidad) e incluso un hermano que antaño había amenazado de muerte a la futura suegra. Tasio sabía todo esto, pero salvó el obstáculo escribiendo a su madre que Julia "no tenía culpa de aquello". Y no se habló más de este asunto. Tasio y Julia se casaron la víspera de San Juan de 1955 en Robleda. Formaron un matrimonio solidario, compartiendo alegrías y penas hasta la muerte de Julia el 24 de enero de 2015. Los niños no tardaron en llegar: José María en Mieres (Oviedo) y Marcelino en Albares (León), portadores, respectivamente, de los nombres de los abuelos paternos y de la abuela materna.

En el panorama apacible de este grupito familiar sólo aparecían algunas nubes debido a la incipiente silicosis de Tasio. Se la habían detectado cuando trató de emigrar a Francia. El desastre vendría en 1960 con un accidente en la mina que le llevó los dedos pulgar, índice y medio de la mano derecha. Sin embargo, los expertos consideraron que la inutilidad no era total y le concedieron una pensión que apenas le permitía sobrevivir con los suyos, después de probar a trabajar en el lavadero de carbón. Tuvieron que hacerse a la idea de volver a Robleda, donde Tasio ejerció otra vez de pastor y trabajó en lo que pudo, incluso sembrando con la ayuda del "abuelo Juan". Era una verdadera regresión, que además le devolvía a la obligada convivencia con los victimarios de su padre y de sus tíos. Nunca pudo hacerse a la idea de verlos en el ayuntamiento, en la iglesia, en la calle, en el café, hasta en la puerta de su casa (porque a uno de aquellos, cartero, le exigió que le llevara el importe de la pensión a su domicilio). De estos malos tragos de amargura, ante la impunidad manifiesta de los verdugos, le venía el desapego por las misas y entierros. Pero esta imposible reconciliación con los victimarios (que nunca la solicitaron) no le impidió vivir en buena vecindad con los hijos y nietos de los mismos, después de la necesaria aclaración.

De esta penosa situación salió en 1968, con el traslado a Madrid, para encargarse del servicio de conserjería e intendencia de un pequeño colegio privado (Escuela Equipo, calle López Aranda, 5), donde Julia pudo hacer valer sus dotes de cocinera. No era una bicoca, pues requería un trabajo permanente los días enteros. Pero los niños pudieron normalizar su vida escolar y la pareja hacer algunos ahorrillos, pues, si bien ganaban poco, les quedaba la pensión limpia de polvo y paja, dado que apenas tenían gastos, con la comida y el alojamiento garantizados. Dieron la entrada para un piso en Salamanca, que luego venderían, y se hicieron con una casa vieja en Robleda, junto al campanario exento y la iglesia, que había pertenecido a la parroquia y tenido en alquiler "tio Rosindo". A partir de 1972 Tasio se emplearía en arreglarla y al cabo de dos o tres años la pareja decidió instalarse allí, dejando en Madrid a José María para que rematara su formación en el Colegio de la Paloma y cumpliera el servicio militar por adelantado, mientras que Marcelino seguiría su escolaridad en Ciudad Rodrigo.

En ese período mostraba su carácter sociable, que sin duda pudieron apreciar sus vecinos y, por supuesto, sus familiares, a pesar de un temperamento que lo llevaba a tener cierta fama de inconformista y protestón (para lo que nunca le faltaban motivos). Siempre servicial y dispuesto a ayudar en los problemillas caseros y en los asuntos de tipo social, cuando, después de haber sido arriesgado, todavía se consideraba de mal gusto "meterse en política". No faltaría quien lo tomara por entrometido, pero lo cierto es que, si por experiencia era tan ahorrativo como Julia, prestaba favores a cambio de nada. Pasó años luchando por hacer valer sus derechos a tener una pensión digna. Y no solamente lo consiguió, sino que llegó a ser un experto en ese laberinto del derecho laboral. Algunos lo envidiaron por ello y otros no dudaron en imitarlo, beneficiándose de esa experiencia.

Estos fueron los años que ya alcanzaron a ver los nietos de Tasio (Pablo y Miguel). Entonces su carácter inquieto lo llevaba a interesarse por la política, los problemas sociales, la ecología o el porvenir del pueblo y a entretenerse comprando y cuidando pinos en El Batán o jugándose unos "durillos" en la bolsa, porque la pasión por el juego, aunque nunca se dejó dominar por ella, la tuvo incluso en los períodos de vacas flacas y no dejó de asistir a la partida hasta que la molestia del ruido le resultó insoportable. Quizá en el fondo cultivara cierto fatalismo, que no le impidió disfrutar de unos años de paz y felicidad relativa, solo alterada por el sedimento amargo de los recuerdos de aquel trágico pasado familiar. Por ello asumió el duro esfuerzo de ayudar a poner en claro aquellos dolorosos sucesos, cuando su hermano pequeño (el tardión llegado casi fuera de fecha a la fratría) le dio a entender que hacerlo era a la vez un derecho y un "deber de memoria". Lo cumplió hasta casi su última hora.

Tasio no sabía que esa felicidad relativa, alimentada con la vuelta a Robleda de su hijo Marcelino, era el preludio de unos tragos muy amargos. Previsor como siempre y para no condicionar la vida de este hijo, convenció a su esposa Julia, para ingresar en la residencia de ancianos en cuanto ésta se abriera (2010). Allí recibirían la noticia de la muerte prematura de dicho hijo (31/10/2013), que, después de retirarse del servicio en la Legión francesa, residía en el pueblo principalmente para ocuparse de sus padres. Los efectos de una cruel enfermedad no le dieron opciones de sobrevivir por mucho tiempo. Este mazazo fue terrible para el matrimonio, que ya no levantó cabeza, alternando el dolor por este fallecimiento inesperado y sus propios achaques, sin que acertaran a cobrar aliento duradero con el nacimiento de dos biznietos (Abel, hijo de Miguel y Tania, y Paula, hija de Pablo y María). La primera en sucumbir fue Julia. Tasio quedó tan afectado y alicaído, que parecía tener rotos los resortes del vivir.

Así consumó su recorrido por la vida, saturada de dolores y trabajos, que, aparte del trance final, superó incluso con buen humor. Tasio, a pesar del trauma que siempre lo acompañó desde su infancia, era realmente optimista y alegre, además de preocupado por no ser una carga para nadie.

Recuérdenlo así.

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