Hay una iglesia que quiere ser Basílica (gran casa del Rey) o Catedral (cátedra de todas las sabidurías...). Una iglesia que se eleva como principio de poder espiritual sobre todos los poderes, olvidando quizá que Jesús ha querido compararla con un grano de mostaza.
Les propuso otra parábola diciendo: El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre siembra en su campo; 32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, de manera que vienen los pájaros del cielo y anidan en sus ramas (Mt 13 31).
Éste es, con el pasaje de la mujer con levadura, que ayer comenté, el centro del evangelio de este domingo (23.7.17). Los dos símbolos parábolicos nos permiten entender el tema más extenso de este domingo de la siembra (del trigo la cizaña: Mt 13, 14-43):
-- La Iglesia del Reino es levadura de mujer, que fermenta y transforma toda la masa. No es masa (la masa existe, es la vida entera, la humanidad en su conjunto). Ser fermento, no para sí misma, sino para toda la masa, esa es la tarea silenciosa y abnegada de la Iglesia del Reino.
-- La Iglesia del Reino es un grano de mostaza, no es un gran edificio, un árbol inmenso,no es una institución de poder... es un granito, un fermento de vida en la tierra.
En ese contexto, siguiendo en la línea de ayer, quiero hablar hoy de la "parábola" del grano de mostaza, en un contexto en que muchos quisieran que la Iglesia fuera ya un árbol inmenso, una ciudad dominadora, un imperio espiritual.
Frente a ese mesianismo del Gran Poder eclesial, ofrece esta parábola el signo del grano de mostaza, y nos sitúa ante la gran tarea de ser de verdad ese grano, promesa de vida que crece.
Imágenes: He presentado en mi FB (Xabier Pikaza) varias imágenes de la iglesia, preguntando cuál de ellas parece más apropiada como signo del "grano de mostaza".Sigo ofreciendo algunas de esas imágenes, aunque aquí he querido empezar con un sepulcro vacío, verdadero grano de mostaza... Juzgue el lector y vea que imagen le parece más adecuada.
Parábola...El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre siembra en su campo
Es una parábola compleja, que puede inspirarse en Dan 4, 20-21, que compara al Rey universal (Babilonia o Persia) con un gran árbol, plantado en tierra, con poder sobre las naciones, que son pájaros que anidan en sus ramas y fieras que habitan a su sombra. Ella nos sitúa ante el tema del árbol que ha de dar frutos buenos (cf. 3,8; 12,33), y aparece no sólo en Mc 4, 30-32 y Q (Lc 13, 18-18), sino en Ev Tom 96.
En principio, esta parábola tenía un sentido personal, no de crítica social, pues se dirigía a cada creyente y destacaba la insignificancia del grano de mostaza, la más pequeña de las semillas conocidas, que al sembrarse crece en la tierra, pero que después se vuelve planta (hortaliza) mayor que las otras, de manera que incluso los pájaros del cielo anidan en sus ramas.
No parece haber sido una parábola de crecimiento (para indicar cómo aumenta el Reino) sino de contraste entre el principio (semilla diminuta, aunque no la más pequeña, como supone el texto) y el final (hortaliza arbusto a cuya sombra pueden morar los pájaros del cielo). Pero vinculando esos motivos y los del Q, Mateo ha introducido unas variantes muy significativas:
‒ Grano de mostaza que un hombre siembra en su campo? (Mt 13, 31). El lector u oyente advierte pronto que el hombre (anthrôpos) es el mismo que sembraba buena semilla en 13, 24 (distinto de la mujer de la levadura de 13, 33), aunque la buena semilla tenía allí un sentido plural, mientras que el grano de mostaza tiene aquí un sentido singular. Pues bien, el hombre (que terminará siendo el Hijo del Hombre de 13, 37) siembra ese grano en su campo (en tô agrô autou), no en la tierra en general (como dice Mc 4, 31), ni en su huerto/jardín cerrado como precisa Lc 13, 18 (eivj kh/pon e`autou/). Como en Mt 13, 38, ese campo de siembra es el mundo entero, entendido como tierra de Dios, cosmos en su totalidad.
‒ La semilla pequeña se vuelve árbol grande (13, 32). Estamos ante un único grano de mostaza, en el campo universal de la tierra/historia humana, una semilla pequeña que se vuelve mayor que todas las hortalizas/arbustos que, de manera sorprendente, se hace un árbol. Parece que Lucas (en su texto paralelo: Lc 13, 19) no advierte la paradoja de ese cambio y dice sin más que la misma mostaza, que es un pequeño vegetal, se convierte en árbol. Mateo, en cambio, advierte esa paradoja, y por eso dice primero que el grano de mostaza se hace el mayor de los arbustos/hortalizas (la,canwn: cosa que resulta natural), para añadir después lo incompensable: que la misma mostaza se hace árbol (de,ndron), cambiando así de naturaleza.
Ampliación
Los árboles han sido un signo poderoso y ambiguo de las religiones cananeas, vinculadas por lo general con la diosa Ashera. Suelen ser frondosos (cf. Dt 12, 2; 1 Rey 14, 23; 2 Rey 16, 4; Is 57, 5), entendidos casi siempre como símbolo de una divinidad femenina. La misma Biblia conserva el recuerdo de árboles o bosques vinculados a la divinidad yahvista, como es normal en su entorno. De los árboles del paraíso se habla desde Gen 2-3 hasta Ap 21-22. En esa línea está la encina sagrada de Moré (Visión), cerca del santuario de Siquem (Gen 12, 6; 35, 4; Dt 11, 30; Jos 24, 26; Jc 9, 6.36). También es sagrada la encina de Mambré, junto a Hebrón (Gen 18, 1), y la palmera de Débora? (Jc 4, 5). En 1 Hen hay referencias al árbol de la vida.
‒ Riesgo y promesa del árbol. Especialmente significativo es en la Biblia el árbol de la vida (Gen 2, 9; 3, 22.24) que está en el centro del paraíso, vinculado al árbol del conocimiento del bien/mal, que se refiere, en su origen, a los cultos de la fertilidad, contrarios a Yahvé. Pues bien, al querer apoderarse del árbol del conocimiento, los hombres han perdido el árbol de la vida (Gen 3, 22-24), que el Serafín de Dios custodia con su espada de fuego. Sin embargo, la nostalgia y deseo del árbol de la vida ha venido siguiendo a los israelitas desde entonces, como supone 1 Henoc, cuando promete: «Entonces ese árbol será dado a los justos y humildes. Por sus frutos se dará vida a los elegidos... y vivirán una larga vida, como vivieron tus padres en sus días, sin que les alcance pesar, dolor, tormento ni castigo» (1 Hen 25, 4-6). En esa línea supone Ap 2, 7; 22, 2.14 que los justos podrán tomar del Árbol de la vida, curarse con sus hojas alimentarse con sus frutos.
‒ Trasfondo mesiánico-social. Reinos como árboles. La tradición profética ha relacionado el árbol con los imperios dominadores, que serán vencidos y sustituidos por Israel (cf. Sal 1, 3; Ez 17, 23; 31, 8; Dan 4, 10-26). En ese contexto se sitúa nuestra imagen. El Reino de los Cielos se parece a una pequeña semilla, que no puede compararse en modo alguno con la grandeza externa del Israel y su templo (cf. Mt 19, 19-21), y mucho menos con el Imperio Romano, pero ese Reino crecerá para convertirse en gran árbol (en la línea de Dan 4, 10-26). Esa semilla tan pequeña se convertirá no sólo en hortaliza de huerto (como parece suponer Lc 13, 18-19), sino en árbol que llena la tierra, de manera que los pueblos anidarán en sus ramas .
Aplicaciones
Nos hallamos según eso en un huerto (o jardín), que puede compararse quizá con el huerto del principio (Gen 2-3) donde Dios sembró para los hombres todo tipo de plantas (aunque en este caso no tenemos árboles, sino hortalizas). Pues bien, la semilla más pequeña (el grano de mostaza) puede convertirse en un arbusto suficientemente grande como para que en sus ramas aniden las aves del cielo. T
anto Mateo como Lucas han sentido la extrañeza de la imagen y por eso, quizá sin conocer la planta, han dicho que el grano de mostaza se convierte en un árbol (dendron: Mt 13, 32; 13, 19). Marcos sabe, en cambio, que la mostaza no se hace árbol, sino que sigue siendo una hortaliza, pero una hortaliza que se vuelve grande.
La semilla del Reino es pequeña y casi invisible en la tierra, de manera que nadie parece advertirla (también la presencia de los cristianos es diminuta y llamada a morir en un mundo repleto de fuertes violencias); pero ella se hará un arbusto grande, capaz de acoger, paradójicamente, a "las aves del cielo" (peteina tou ouranou), que aquí no tienen sentido negativo, como en 4, 4. 14) donde eran signo del demonio que devora la semilla. Estas aves ya no la devoran, sino que anidan en las ramas del arbusto que ha crecido a partir de ella.
En un sentido más extenso, las aves del cielo que anidan en las ramas del árbol (arbusto) de mostaza son los pueblos (gentiles) que encontrarán refugio en la "planta" de Jesús, conforme a la imagen de Dan 4, 21 LXX, donde se habla de un Rey mítico que domina como un árbol (aquí dendron, no lakhanon, como en Mc 4, 32) sobre toda la tierra, de manera que en sus ramas anidan ta peteina tou ouranou, que son los pájaros del cielo que, igual que en nuestro caso, pero ahora de manera expresa, son el signo del poder de la tierra y de los pueblos (iskhys tês gês kai tôn ethnôn).
Ésta parábola nos pone, según eso, ante la imagen de un Jesús/árbol (arbusto) de huerto, que es pequeño, casi invisible, pero que crecerá y se mostrará capaz de albergar a las naciones de la tierra.
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