«Éramos bastantes atrevidos, pero aquello, al principio, me pareció demasiado», afirma la pareja para el reportaje de SALAMANCArtv AL DÍA, de Santos Gozalo Ledesma
Miguel y Laura (nombres ficticios) se casaron hace casi seis años. El verano pasado tuvieron una crisis sentimental. Para combatirla, decidieron vivir una experiencia que les ha permitido reconducir la relación La luz natural invade el salón de una vivienda situada en el paseo del Rollo. Laura, de 39 años, le da un sorbo a una taza de café con imágenes doradas. Después ladea la cabeza, coge aire y lanza un suspiro que deriva en una explosión de carcajadas. A su lado en el sofá, descansa su marido, Miguel, cuatro años mayor, que la observa con expresión cómplice. De él jamás se habría imaginado aquella proposición. «¡Que aceptásemos a una tercera persona en el terreno sexual!, eso me soltó», recuerda ahora con ironía la mujer. «Éramos bastantes atrevidos, pero aquello, al principio, me pareció demasiado», añade.
Aquel día estaban sentados en el parque de los Jesuitas y, tras escuchar la «ocurrencia», ella se restregó los ojos para asegurarse de que la persona que tenía enfrente era Miguel, su Miguel, el hombre con el que había contraído matrimonio cinco años atrás. Al ver que mantenía el gesto inalterado, supo que no bromeaba. «La cosa iba en serio», evoca Laura. Por un momento, pensó que se había vuelto loco. Durante los siguientes días, sintió incluso la tentación de acudir a un despacho de abogados para informarse acerca del divorcio. Pero el disgusto no le duró mucho tiempo.
Ni siquiera había transcurrido una semana cuando empezó a replantearse las palabras de su pareja. «¿Y si no son tan descabelladas?», se preguntaba con frecuencia cuando estaba sola en casa. Además, ella siempre había sentido cierta atracción por las mujeres. Carecía de sentido negarlo, luchar contra sus propios impulsos. Podía ocultarles la verdad a quienes tenía alrededor. Ellos nunca la cuestionarían. Siempre la apoyaban, de modo que se creerían lo que les dijera. Pero le resultaba imposible aplacar sus instintos.
En la universidad, se besaba con las compañeras de clase cuando salían de fiesta. Eran jóvenes y se divertían. Parecía algo inocente, pero a veces notaba una sensación reconfortante gracias a aquellos juegos. No sabía si a sus amigas les ocurría lo mismo y, por miedo a lo que pudieran pensar, jamás lo habló con ellas. A pesar de no haber traspasado nunca aquella línea, ahora, una voz interior le pedía que la cruzara, que se adentrase en un universo donde quizá descubriera un espacio dedicado al placer; puede que sintiese un cúmulo de emociones indescriptibles.
Una pareja cercana a la ruptura
El matrimonio atravesaba una situación delicada. Era verano (principios de agosto de 2016) y pasaban juntos mucho tiempo. Por primera vez desde la boda, no se habían podido marchar de vacaciones. «Le tuvimos que dejar dinero a un familiar y eso nos impidió comprar un par de billetes para viajar a Grecia», explica Laura. Discutían por cualquier motivo. Daba igual donde estuvieran. En la sala, en la cocina o en el dormitorio. La rutina había levantado un muro entre ellos. Lejos quedaban los días en que se ponían de acuerdo para ocuparse de las tareas del hogar.
Si ella sugería que fuesen a hacer las compras los martes por la mañana, él proponía los viernes por la tarde. Cuando ella le decía que pusiera la lavadora los sábados, él optaba por hacerlo los domingos. La convivencia se tornó insoportable. Además, el calor que se acumulaba en la vivienda no concedía un respiro. Al contrario: incendiaba aún más los ánimos. Pero no iban a separarse. Aún se querían: su amor estaba por encima de los desencuentros. De las discrepancias a la hora de elegir el día para meter la ropa en la lavadora, de cuándo ir a hacer las compras o de qué ver en la televisión. Tal vez, concluyeron, vivir una experiencia arriesgada los ayudase a salir de la rutina y enderezara la relación.
El punto que le da forma al triángulo
Con el propósito de hallar el revulsivo, decidieron recurrir a internet. A ninguno de los dos les apetecía ligar por los bares de la ciudad. Se veían mayores: cada vez les costaba más permanecer de pie tantas horas, y el alcohol les sentaba peor a medida que cumplían años. También les desquiciaba estar en las discotecas con mucha gente alrededor: «Ese mundo nos agobia». No, aquella vía estaba descartada. Solo les quedaba adentrarse en el entorno digital.
La primera decisión que tomaron fue crearse un perfil en una conocida página de contactos. Publicaron unas fotografías «picantes» con la intención de captar el interés de las mujeres. Sin embargo, en las imágenes no se veía ningún rostro. Aunque mostraban una actitud atrevida, querían mantener una pincelada de discreción. Eran personas serias y les asustaba encontrarse con algún conocido. «Si nos hubiese ocurrido, habría sido muy embarazoso», opina Miguel.
A los pocos minutos de inscribirse, recibieron los primeros mensajes. Pero no les convenció ninguno. Eran demasiado explícitos. Algunos también disparatados: la seriedad tendía a la extinción. Por un momento, se preguntaron si aquello había sido buena idea. Sus temores desaparecieron al cabo de unos días, cuando se dirigió a ellos una joven de 28 años que decía llamarse Janet. «El seudónimo nos pareció muy sensual», dice Laura con gesto alegre. En las fotos, describe, se distinguía a una mujer de pechos firmes a juzgar por las camisetas que lucía, vientre liso y piernas esbeltas. Además, sus frases transmitían fogosidad, pero las palabras habían sido elegidas con sutileza: denotaban cierto ingenio. El matrimonio no tardó en esbozar una sonrisa y enviarle una respuesta.
Después de intercambiarse varios mensajes, supieron que estudiaba en la universidad, aunque se había mostrado reacia a aportarles demasiados detalles de su vida. «Era lógico, nosotros hacíamos lo mismo, intentábamos pasar desapercibidos; centrarnos en el tema que nos unía y olvidarnos de lo demás», explica Miguel.
El ansiado encuentro
A las dos semanas de haber entablado el primer contacto, decidieron quedar en un bar situado en la periferia de la capital. Era un lugar tranquilo, sin ajetreo. La pareja estaba en la terraza. Los dos vestían de color blanco, como habían acordado, y ocultaban los ojos tras sendas gafas de sol. El corazón les latía con fuerza, esperaban con inquietud la llegada de Janet.
tardaron en contemplar su figura. Al cabo de cinco minutos, desfilaba con un vestido negro. Se acercaba a ellos con un atuendo tan ajustado que le marcaba la ropa interior. Antes de que se sentara a su lado, Laura captó la huella de un pequeño triángulo con la punta hacia abajo en la parte inferior de la columna vertebral. El matrimonio bullía. Las manos de ella transpiraban copiosamente.
A Miguel le resultaba imposible encontrar la postura adecuada en la silla. Aunque se saludaron de forma discreta y conversaron sobre cuestiones triviales, los tres percibían la tensión que flotaba entre ellos. Eran conscientes de que acabarían la tarde retozándose en la misma cama. Janet irradiaba erotismo, tenía una voz dulce y actuaba con naturalidad. Eso excitó a la pareja, que no tardó en lanzar la invitación.
Finalmente, terminaron en un hotel situado a diez minutos del centro. Para eludir los comentarios, entraron por separado. Janet alquiló la habitación, pero habían determinado pagarla a medias. Tres cuartos de hora después, llamaron a su puerta. La estancia era pequeña pero acogedora: imperaba la pulcritud y transmitía sosiego. Más adelante, ya en la cama, Laura sintió una punzada de celos. Al ver a Janet encima de su marido mientras este le introducía la mano derecha debajo del vestido, tuvo que apartar la mirada. «Me empezaron a surgir las dudas», dice.
Pero solo durante unos segundos, ya que, cuando la joven le tendió la mano para que se acercara, se le desvaneció la incertidumbre. A continuación, llegaron unos episodios de pasión que disfrutaron los tres: la «nueva amiga» del matrimonio ofrecía generosidad, sabía colmar a quienes la acompañaban. «Nos lo pasamos fenomenal, fue una experiencia muy grata», subraya la pareja. Después de aquella tarde, empezaron a quedar un día a la semana, normalmente el sábado. Ahora, tras diez meses, sigue la aventura. En lugar de resquebrajarse, el triángulo se ha tonificado, pero Miguel y Laura se alegran, sobre todo, de haber conseguido reconducir la relación de pareja. «Esto nos ha salvado», coinciden. Han salido fortalecidos y tanto su mujer como Janet ya piensan en introducir otro componente en el peculiar vínculo que han establecido. Aunque no hay unanimidad sobre esa cuestión. «La idea de aceptar a un hombre no me termina de convencer», concluye Miguel entre risas.
Santos Gozalo Ledesma