Pese a haber muchos mitos sobre si las llamadas pulseras luminosas fluorescentes pueden ser perjudiciales para la salud, no todo lo que oímos se ajusta a la realidad
Las pulseras fluorescentes y todos los productos luminosos derivados de este tipo suelen crear mucha controversia, sobre todo cuando hablamos de tenerlos cerca de nuestros hijos. En este sentido es importante conocer de qué están compuestos y cómo funcionan para crear un juicio fundamentado para permitir o no que los más pequeños jueguen con este tipo de productos.
Los productos luminosos nacieron de la necesidad de los ejércitos y equipos de combate de poder localizarse en la oscuridad. Sus primeros usos estaban relacionados con las fuerzas armadas ya que al iluminarse en la oscuridad, permitían tener la certeza de dónde se encontraban los puntos estratégicos como las bases o los propios compañeros a cierta distancia. En los años setenta, se empezaron a usar este tipo de productos con fines militares, aunque no fue hasta los 90 cuando se empezaron a utilizar en entornos más cotidianos. Los pescadores fueron los primeros en utilizar este tipo de productos, sobre todo los pescadores de caña, ya que permitía atraer a los peces con puntos de luz para que picaran en el anzuelo. Ya entrados en el siglo XXI se fue adaptando su uso hasta convertirse hoy en día en sensacionales reclamos y elementos festivos y de diversión en discotecas y celebraciones. Tanto es así que se han ido variando y creando nuevos formatos en los que presentar los productos fluorescentes como por ejemplo en pulseras, collares, cubitos de hielo, pines, pajitas y removedores, entre muchos otros.
Estos productos están formados por dos compuestos envueltos por una pequeña barra contenedora en su interior que al reaccionar crean una reacción exotérmica que produce luminiscencia, llamada quimioluminiscencia. En materia científica esto hace referencia a una reacción que desprende calor con la que se consigue gracias a la unión de peróxido de hidrógeno, que funciona como activador, y de éter fenil oxalato junto a un fluorescente que es el encargado de otorgar el color que buscamos. Una vez se rompe ligeramente la barra interior y tras zarandear por unos segundos el producto para conseguir que se integren bien sus componentes, el líquido resultante se extiende por toda la barrita de plástico exterior y se consigue un efecto que dura hasta 24 horas.
Si se tienen en cuenta que al comprar este tipo de productos se han de tener una serie de garantías a nivel de calidad, no tenemos que preocuparnos porque los productos fluorescentes no son corrosivos. Aún así hay que saber que sí que tiñen bastante y por lo tanto, si por algún motivo se rompe la barrita, es importante lavar la zona o la ropa con abundante agua y jabón. De la misma manera, si este producto entra en contacto con zonas más sensibles como la boca o los ojos, lo recomendable en estos casos es limpiar con un gran chorro de agua fría para evitar cualquier reacción.
En el caso de utilizar barritas fluorescentes para hacer manualidades es importante contar con guantes para hacerlo ya que una sobre exposición al producto complica en muchos casos que se elimine completamente de la piel en un solo lavado. Todas estas recomendaciones tienen un sentido si sobre todo optamos por comprar productos luminosos a proveedores que nos aseguren que han pasado los controles de calidad que rige la normativa europea. De lo contrario no se podrá asegurar que los reactivos que los compongan no puedan suponer un riesgo tóxico para la salud de quienes los utilicen. En estos casos es sumamente importante confirmar estos datos para evitar problemas mayores en el futuro.