Profesor de Derecho Penal de la Usal
En el año 2009 tuve la oportunidad de acudir a ver algunos de los partidos de la final con 8 equipos de la Copa de la Reina de baloncesto, que se celebró en el Multiusos Sánchez Paraíso, de Salamanca. Los aficionados charros salimos decepcionados porque el gran equipo de nuestra ciudad, Perfumerías Avenida, no llegó al último partido de esa final. Por aquél entonces, los grandes favoritos del torneo eran, además del equipo charro, el Ros Casares, de Valencia, que ganó el trofeo.
A la decepción porque Perfumerías Avenida no llegase a la final, se unió otra mayor, materializada en la entrega del trofeo. Ingenuo de mí, pensaba que en todos los deportes (fueran hombres o mujeres los protagonistas), el trofeo lo entregaba siempre el rey o la reina, según los casos. Lógicamente pensaba esto porque en la final de fútbol masculino siempre había visto que lo entregaba el rey Juan Carlos (excepto cuando vivía el Generalísimo que era el jefe del estado, pero de eso hace ya bastantes años). No fue así y la consorte del rey no apareció, como parece ser habitual cuando el ansiado trofeo lo disputan equipos femeninos y en todos los casos, salvo que se trate de la copa del rey de fútbol (en donde, por cierto, en los últimos años ha habido pitadas al himno y se ha generado la polémica política respectiva).
Hace unos días tuvo lugar la final de la copa de la reina de fútbol femenino celebrado en la ciudad del fútbol de Las Rozas (Madrid), en un campo con un aforo reducidísimo (1100 espectadores), entre el Barcelona y el Atlético de Madrid. Fueron las futbolistas culés las que vencieron por 4 goles a 1 y las que se llevaron el trofeo que no entregó la reina de España. Todo esto es un ejemplo claro de la discriminación que existe entre el deporte masculino y el femenino en un país avanzado como el nuestro y en pleno siglo XXI. Como argumento para defender la tesis oficial se dice siempre que el deporte de élite femenino es minoritario y tiene menos afición que el masculino.
Por otro lado, mientras las noticias de los éxitos deportivos de las modalidades masculinas abren informativos y telediarios, cuando esos triunfos son obtenidos por las modalidades femeninas las noticias sobre el asunto nunca abren portadas en los medios de comunicación social. Un ejemplo reciente es el de la deportista española Ruth Beitia, que ha sido tres veces seguidas campeona de Europa de salto de altura y nunca ha tenido portadas.
Por desgracia, esto no sólo ocurre en el deporte, sino en otras actividades profesionales, en las que siempre hay un "graciosillo" que deja caer su mentalidad machista para descalificar a la mujer cuando ésta brilla más que la mayoría de los hombres. Durante estos días lo hemos podido comprobar en el Congreso de los Diputados con motivo del debate y discusión de la moción de censura presentada por Podemos contra el presidente Rajoy. El diputado y portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso, Rafael Hernando (el mismo que en 2005 intentó agredir al entonces portavoz del grupo socialista en el Congreso, Alfredo Pérez Rubalcaba o que recientemente ha insultado a las víctimas del franquismo cuando dijo que: "algunos se han acordado de su padre enterrado sólo cuándo había subvenciones) intentó, con su intervención, dejar claro que Irene Montero (Podemos) es una parlamentaria mediocre que ha crecido a la sombra de su compañero sentimental, Pablo Iglesias. Esta indigna conducta machista no sólo no ha sido reprobada por sus compañeros de partido, sino que ha sido aplaudida por los que han realizado opiniones al respecto, lo que aumenta el ego de este personaje que campea a sus anchas por los pasillos del Congreso de los Diputados.
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