Ayer lunes, en las páginas del diario.es, se daba la noticia de un estudio científico publicado en la revista Desarrollo infantil que concluía que esa "presencia ausente" de muchos padres, educadores o cuidadores de niños que intentan simultanear sus funciones educativas con el uso y abuso de móviles y ordenadores está produciendo daños significativos en las conductas infantiles; los investigadores afirman que una gran parte de las conductas "malas" de los niños ( agresividad, manifestación de celos, irritabilidad, frustración?) son debidas a esa obligación impuesta de tener que compartir la presencia de la madre, padre, abuela/o, educador?con las continuas interacciones y cortes que el adulto hace con su móvil u ordenador. Una primera impresión al leer la noticia, nos tienta a dar un juicio de exageración o falsa alarma.
Pero si reflexionamos un poco más veremos cómo es obvio que esa presencia cada vez más obsesiva del móvil u ordenador en nuestras vidas de adultos, sea vivida por los niños/as con irritación, confusión e incluso abandono. A cualquier adulto también le puede molestar que una conversación mantenida con alguien, sea continuamente interrumpida con llamadas ajenas; nos podemos razonablemente sentir excluidos por esas llamadas. Pero si a un adulto le pueden molestar tantas interrupciones o presencias ausentes, ¿qué será a un niño que no entiende quién, por qué y cómo su papá, mamá o sustituto está en una parte con él y en otra su atención está tan lejana y tan habitualmente dividida?
Se tiende continuamente a subvalorar los efectos de las experiencias de los adultos importantes en la vida de un niño/a, en la vida emocional de éste; el burdo prejuicio de "los niños no se enteran" todavía está presente en la mayoría de la población, unido a la errónea segunda parte " es demasiado pequeño para que le influya?"; cuando ya hace más de un siglo que las distintas ramas de la psicología infantil han demostrado que cuanta menor es la edad de un niño, las experiencias son más decisivas y duraderas en su vida emocional.
Si algún adulto se resiste aún a entender esto, le sugerimos que haga un "juego" o prueba: que por un tiempo significativo se ponga en la piel de la niña/o que está con ese adulto atento sobre todo a su maquinita, o con ese adulto que de repente se ausenta sin saber dónde ha ido, o que grita, se enfada o se entristece sin que el niño tenga idea de los motivos. Ya verá qué pronto entiende con qué mayor intensidad el niño se puede sentir excluido o confuso ante esos terceros invisibles.
La naturaleza humana es tan ambigua, que hasta los mejores inventos se pueden volver contra el ser humano, perjudicándole, en lugar de ayudarle a vivir mejor.
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