De vez en cuando nos encontramos con algunos que se glorían de haber sido nuestros amigos desde hace muchos años. Cuando eso es verdad, nos llena de alegría la afirmación y nos dan ganas de pregonar a los cuatro vientos esa larga fidelidad.
Pero no siempre lo es. En las páginas de la Biblia hay muchas historias de amistad y de oportunismo. El libro bíblico del Sirácida nos advierte sobre la mentira que encierran algunas amistades: "Hay amigos que lo son para compartir la mesa, pero que no lo serán cuando vayan mal tus negocios" (Eclo 6,10). Pensamientos semejantes se encuentran también en la literatura latina.
Una de las cualidades que caracterizan a una verdadera amistad es sin duda la lealtad. Lo malo es que no sabemos bien qué implica esta virtud humana. Ya decía Chesterton que "es difícil dar una definición de la lealtad, pero quizás nos acercaremos a ella si la llamamos el sentimiento que nos guía en presencia de una obligación no definida".
Esa muy laudable esa responsabilidad en los momentos de incertidumbre o confusión. Pero, por desgracia, ese saber perseverar en la decisión tomada tal vez no sea uno de los valores más estimados en esta sociedad liquida. Son muchos los que pretenden nadar y guardar la ropa. O dejarse llevar por la corriente de lo políticamente correcto.
Es cierto que también la lealtad puede ser ambigua. Se requiere para que reine la armonía en la familia y también para que funcionen adecuadamente las instituciones públicas. Pero de sobra sabemos que la lealtad
es requerida también a los miembros de una banda de malhechores o a los afiliados a una organización mafiosa.
Sin embargo, desde un punto de vista ético, hay que decir que la lealtad comporta ser fieles al bien objetivo, con independencia de la algarabía o de las propuestas de una publicidad interesada. Es consolador recordar que, según el rey Alfonso X el Sabio, "la lealtad es cosa que dirige a los hombres en todos sus hechos para que hagan siempre lo mejor".
Claro que para descubrir y practicar esa virtud tendremos que esforzarnos por ser honestos y leales con nosotros mismos, es decir con los valores en los que se centra nuestra opción fundamental. Sin esa lealtad con lo mejor de nosotros mismos se hace muy difícil la convivencia. Ya decía Vicente Aleixandre que "ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás".
Los demás están ahí, confiando en nuestra comprensión y aguardando nuestra palabra amable y nuestra ayuda generosa. No podemos defraudar sus esperanzas. Acercarnos unos a otros con la mano tendida y con el corazón dispuesto a la acogida y a la amistad es el mayor servicio que podemos hacer a la armonía social y a la paz. Como nos enseñaba Ortega y Gasset, "la lealtad es el camino más corto entre dos corazones".
José-Román Flecha Andrés
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