El poeta lusitano Albano Martins (Telhado, Fundão, 1930), reflexiona sobre la antología amorosa del colaborador de SALAMANCArtv AL DÍA
Así como, serpenteando entre bosques y acantilados, los ríos escogen su camino hacia el mar, así el hombre y la mujer, en su condición de amantes, eligen su camino hacia el amor. Viene de lejos, de la tradición bíblica ? del Cantar de los Cantares, si no nos equivocamos ? la celebración del encuentro amoroso como fuente y fiesta del placer ? de la avidez de los sentidos alcanzada por la fusión de los cuerpos.
En dicha celebración, lo que los poetas consagran a través del lenguaje, es ese "fuego que arde sin que se vea", esa "herida que duele y no se siente", como, en un soneto ,justamente célebre, el poeta del siglo XV Luís de Camões, define tal sentimiento. No de otro modo se declara el hombre-poeta-amante Alfredo Pérez Alencart, para quien el amor es "raíz multiplicada" (por dos, obviamente) y para cuya consagración sostiene en las manos "dos tasas con vino rescatado de las bodas de Caná".
La mediación, aquí, se hace no a través del Eros de la fábula, del pequeño-dios travieso provisto de aljaba y saetas que la mitología clásica nos legó, sino del Dios del cristianismo algunas veces "para que nuestra sangre", la sangre de los amantes, "no se enfríe" y ellos sean "una sola carne". Una sola carne que, se espera ?espera el poeta-amante?, sea al mismo tiempo, "una sola alma".
Porque para el poeta de Una sola carne, el amor carnal no vive separado del espíritu: "Así estoy", dice él, "entre tu carne; / así estoy entre tu espíritu". Y de esta unidad esencial, de esta radical unión entre materia y espíritu es que está tejida ?que está sellada? la existencia de los amantes. La existencia de Alfredo y Jacqueline. Y es también esa unión que permite al poeta la afirmación de que su "verdadera patria" está en el mapa del cuerpo de la amada. Por el mapa se viaja. La amada es, por eso, además de de esposa, de cónyuge, la compañera, la que comparte el lecho, pero también la que concita los olores de la casa, sus fragancias, el "aroma de su huerto" y el "polen / de las flores exóticas".
"El cuerpo necesita del Cantar de los Cantares", se lee en uno de los registros de "Esquirlas", la carta y última parte de Una sola carne. Y allí también se lee, en imperiosa forma optativa: "Alcanzar el Cielo de tu cuerpo". Esa, nos parece, la mayor y mas duradera lección de esta antología amorosa que Alfredo Pérez Alencart ofrece ahora. La lección de que, en el Amor, todo es, hacia más allá de la fruición de los placeres de la carne, camino hacia lo Sagrado, hacia lo Absoluto. Porque, asegura el poeta: "?vive Dios en los dos".
Resumiendo: Una sola carne es, en definitiva, "un himno, un salmo, una oda", esto es, un cántico ? un "canto nupcial" ? en honor de la mujer amada, de la "elegida" ? de la "gacela del Líbano" -, con lo sagrado por delante. O, en otras palabras: lo que aquí se nos ofrece, actualizado, es un nuevo y seductor Cantar de los Cantares.