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Una historia de éxito
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1917-2017

Una historia de éxito

Actualizado 09/06/2017
Isaac Martín Nieto

Los 100 años de Caja Rural, una entidad pegada a la tierra y a las gentes

está desprovisto de nombres. No quiere esto decir, empero, que el libro sostenga la idea de que la historia de la Caja Rural de Salamanca no ha sido hecha por hombres y mujeres con nombres y apellidos. Concebir una idea semejante resulta absurdo. Lo que quiere decir es que este libro narra y explica la evolución de la Caja sin mencionar expresamente a ninguna de las personas que han participado de alguna u otra manera en esta historia. Ante todo, porque la extensión del libro no permitía un enfoque tan detallado. Habría podido incluir algunos, es cierto; a los fundadores, por ejemplo; a los actuales dirigentes de la institución, quizá. Pero no a todos. Y como la historia pretende ser imparcial, no como la memoria, que aspira a satisfacer intereses o deseos del presente, decidí evitar cualquier referencia a los sujetos individuales de esta historia, que existieron, sin duda, y que, en muchas ocasiones, resultaron decisivos. El libro que ha nacido de esta forma de enfocar la historia de la Caja Rural de Salamanca puede ser interpretado como un intento de responder a la pregunta de por qué esta institución ha sobrevivido cien años, o mejor, por qué ha triunfado donde otros han fracasado. El libro ofrece una respuesta clara. O al menos así me lo parece a mí.

Esa respuesta tiene cuatro patas, que son, sucesivamente, la Iglesia católica, la dictadura franquista, la política financiera del Gobierno socialista de los años ochenta y noventa y el Grupo Caja Rural. La primera pata representa la institución en el seno de la cual echó a andar la Caja, hace ahora un siglo. La segunda es el régimen político del siglo XX que con mayor decisión patrocinó el cooperativismo y el crédito agrícolas. Sin su apoyo, nada habría sido igual. La tercera supuso la apertura al mundo urbano y es la que explica que la Caja sobreviviera a la transición democrática, a la crisis financiera de los ochenta y a los procesos de urbanización y terciarización que sufrió la sociedad española desde los años sesenta. Y la cuarta supone la solución del dilema que esa sociedad que había dejado de ser agraria planteó a las cajas rurales en los años ochenta, esto es, cómo garantizar la solvencia de unas entidades de crédito basadas en un sector económico en retroceso sin perder la autonomía orgánica y polí- tica, sin recurrir al Estado. Esas cuatro patas, esas cuatro razones, han sido suficientes para garantizar a la Caja Rural de Salamanca, como al resto de cajas rurales que todavía funcionan, claro está, cien años de vida. Y como los centenarios son ocasiones inmejorables no solo para reconstruir las historias, sino para hacer balance, no voy a ser yo el primero que se resista a ofrecer el mío. Es muy sencillo, pero tiene detrás el conocimiento que he podido adquirir durante la investigación en que está basado el libro. Y es que mi aportación reside precisamente ahí, en que puedo decir, a estas alturas, que conozco bastante bien la historia de la institución. Y mi balance es positivo. Los de ahora son tiempos de incertidumbre. La política financiera del Gobierno y la evolución de la economía pueden discurrir por derroteros más o menos imprevistos que podrían llegar a bloquear el camino de las cajas rurales. Eso está claro. Pero también lo está que si algo pone de manifiesto la historia de la Caja Rural de Salamanca y la del resto de sus compañeras es que su historia es una historia de éxito, una historia basada, sobre todo durante los últimos cuarenta años, en la capacidad de adaptar la naturaleza, la estructura y la función de las entidades a la realidad política, económica y social del país, eso sí, sin sacrificar la fidelidad a los valores del cooperativismo. Si esa seña de identidad permanece, quizá estos cien años de vida que ahora celebra la Caja Rural de Salamanca solo sean los primeros.

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