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Pérez Alencart: un poeta de lo humano
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COMO EN BOTICA / ENRIQUE VILORIA VERA

Pérez Alencart: un poeta de lo humano

Actualizado 09/06/2017
Redacción

Homo sum, humani nihil a me alienum puto

Soy humano, nada de lo humano me es ajeno

Terencio

El poeta Pérez Alencart asume lo humano como motivación amplia y suficiente para desplegar una emoción plural en la que el hombre - él mismo, el otro - asume un papel protagónico en su variada y prolija poesía.

Apuesta sin más el poeta por el ser humano, haciendo efectivo el viejo proverbio latino: nada de lo humano me es ajeno. Esa humanidad evidente e inmanente en su obra poética se manifiesta en variadas dimensiones que pasaremos a considerar.

El escritor ofrece indignados y justicieros versos para denunciar la injusta e incomprensible situación por la que atraviesan hombres y mujeres relegados por una sociedad que se aleja definitivamente de lo humano para privilegiar el tener por encima del ser: mitayeros, obreros, buhoneros, inmigrantes del Magreb, okupas, desempleados, mineros, canoeros, barrenderos, oficinistas de poca monta, sudacas, domésticas, sin papeles, estudiantes sin recursos, estafados, echados a la calle, en fin, esa variopinta realidad humana que viene cimentando un sistema en el que la vida vale por lo que se tiene o se deja de tener.

Poesía social la han llamado algunos para intentar diferenciar lo indiferenciabe, Pérez Alencart coincide plenamente con el gran Octavio Paz, que dice: "La pregunta contiene dos términos antagónicos y complementarios: no hay poesía sin sociedad, pero la manera de ser social de la poesía es contradictoria: afirma y niega simultáneamente al habla, que es palabra social; no hay sociedad sin poesía, pero la sociedad no puede realizarse nunca como poesía, nunca es poética. A veces los dos términos aspiran a desvincularse. No pueden. Una sociedad sin poesía carecería de lenguaje: todos dirían la misma cosa o ninguno hablaría, sociedad trashumana en la que todos serían uno o cada uno sería un todo autosuficiente. Una poesía sin sociedad sería un poema sin autor, sin lector, y, en rigor, sin palabras".

Así lo ha entendido nuestro poeta, su poesía se transforma en plaza pública, en manifestación multitudinaria, en corte internacional de justicia, donde las angustias y las esperanzas, las alegrías y las tristezas de estos condenados de la tierra son versificadas para que esa sed de justicia beba de la tinta de Pérez Alencart.

Pérez Alencart asume también lo humano que porta nombre y apellido concreto y diferenciador. De esta forma, más allá de los anónimos rostros que bien pudiesen llamarse Pepe, Paco, Ibrahim, Yosef, Dimitrius, Marcela, Evarista o Micaela, el poeta privilegia también una larga lista de amigos, colegas y allegados que han nutrido sus vivencias y sus querencias. Considerable y diversa sería la enumeración en la que poetas de toda estirpe, pintores de diversas corrientes, académicos de amplio reconocimiento, colegas de aventuras editoriales y de plegarias dominicales hacen efectivo lo expresado por el poeta: "La amistad es un imán encantado / donde los seres se instalan / mientras el mundo gira / y gira". La poesía de Pérez Alencart es un extraordinario mesón donde se realiza el banquete propiciatorio y se brinda con un vino con etiqueta, pero sin ceremonias.

No puede ocultar el poeta la devoción que siente por lo más humano de lo humano: los suyos, aquellos que le dieron y le siguen dando vida, ese al que le dio vida para que su propia vida fuera más vida. Abuelos, padres, hermanos, tíos, primos, tíos abuelos, son convocados al más humano de los festejos: la celebración de la familia. La poesía de Pérez Alencart es un colorido álbum de fotos donde todos posan para que el poeta los lleve de la imagen estática a la letra viva.

José Alfredo - el hijo de sus más recónditas querencias - descoyunta los versos del poeta, quien estremecido sentencia: "El hombre adquiere sentido de la resurrección / cuando un pedacito de ternura se hace cuerpo / y la sangre cumple así la parábola perfecta, / con la raíz de súbito creciendo, vibrando / en la mirada inocente del pequeño: / es la estirpe fulminando la noción de lo perdido, / acabando con la cruz de la soledad del hombre". La poesía de Pérez Alencart es también una bicicleta que su espigado hijo conduce en descampado para gozo y preocupación del poeta.

La mujer, la esposa, el bienvenido complemento del hombre, le permite al escritor ser con ella. Jacqueline le brinda savia nutriente, le transmite amorosos consejos y advertencias, en fin, se hace uno con él para que el binomio amoroso, confirme a rajatabla que el ser humano es la pareja. El poeta enamorado lo admite sin remilgos: "Princesa: te ovillas en mí / y me enseñas a ser cada vez más humano, / no pretender alcanzar ningún tesoro, / a ser sustancia de hombre, raíz profunda". La poesía de Pérez Alencart es un entrañable lecho, desnudo de sedas y almohadones, donde sólo reluce el cuerpo desnudo de su amada.

Sin nestorianismos de por medio, Pérez Alencart asume también el lado humano de Cristo Dios para entender mejor lo humano. Resucita vivificado el poeta de una humanidad para recorrer otra, signada por una profunda religación con un Ser Superior que no está distante sino cercano, encarnado. Cristo es el amigo por excelencia del poeta, su hermano, su padre, su mentor, el tutor no académico que le enseña un camino empedrado de caridad. El poeta reconoce sin ambages que su espíritu tiene sed y hambre de hacerse de la familia del Señor que cambió la crónica del mundo. La poesía de Pérez Alencart es un generoso pulpito ecuménico donde conviven hombres y mujeres de buena voluntad que adoran a un mismo Dios con diferentes nombres, y que en el caso del escritor se llama Cristo Jesús.

En fin, con Pérez Alencart podemos concluir que en su poesía:

"?tal vez lo único que se redacte sea el estupor del hombre y su vacío".

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