No creemos que a los escritores y/o grandes lectores que a lo largo de su vida hacen acopio de gran cantidad de libros -hablemos de cinco mil en adelante- se les pueda aplicar el "síndrome de Diógenes". Aunque es fácil que así lo entiendan quienes no tien
Leer cinco mil libros, a razón de dos libros por semana, ¡una media muy alta!, nos llevaría cincuenta años de lectura. Y poseer tal cantidad de libros sólo es comprensible si le llamamos colección.
Analicemos que, empleando tiempo de lecturas en las redes, en los periódicos digitales y de papel y las lecturas propias de impresos del trabajo, no nos queda más remedio que rebajar la cifra a la mitad, es decir, un libro por semana, pues pensemos que también hay que compaginar la lectura con la escritura, el estudio, la música, el cine, la televisión, el teatro, otros eventos, realizar labores con la radio encendida, además de atender a LA VIDA, y un libro por semana sería una media recomendable que la firmaría cualquier librero.
Pero al igual que existen coleccionistas de autógrafos de "ronaldinhos", que nosotros no entendemos y no por ello le llamamos "síndrome de locura", acostumbrémonos a no juzgar mal a quienes doblan o triplican las cantidades de libros que hemos señalado, imposibles de leer a lo largo de una vida, pero también difícil de deshacernos de ellos cuando entran en nuestra biblioteca, pues todos encierran dos historias: una sería la interna, la de su argumento, y otra, más familiar, se trataría de un regalo, el recuerdo de una presentación o la asistencia a alguna muestra a la que fuimos en buena compañía.
Es verdad que a veces se compran libros de manera compulsiva en "ferias de ocasión" con la esperanza de hacer un hueco para leerlos. Y puesto que ese hueco se consigue a duras penas o quizá no se consigue nunca, pasan a formar parte de nuestra biblioteca quedándose ahí toda la vida. Y si ni siquiera nos desprendemos de estos últimos, entonces, preguntamos, ¿de qué se sustentan las ferias "de viejo"?
No queremos equivocarnos, pero nosotros creemos que se nutren con la muerte de los viejos, así, sin más, cuando la nada terrenal convierte a los libros en historias sin recuerdos y todo se reduce a "estantes de libros que lo ocupan todo". Es la vida. Pero no se entristezcan, quizá queden un par de ellos como recuerdo de ese ser querido que eres tú.
No obstante, quienes son capaces de ir donando en vida los libros a distintas asociaciones y que éstas se ocupen de su reparto entre quienes no pueden comprarlos, ya lo hemos dicho, gozan de toda nuestra admiración.
El préstamo es otra historia. Nuestro caso particular tiene como experiencia el "haber dejado libros / que después no hemos vuelto a ver, / los hemos añorado primero / y dado por perdidos después". Así, con rima.
Decimos que admiramos a quienes son capaces de darlos porque, sin ser tacañería, algunos haylos que no hemos podido cumplir un hecho tan deseable. La última vez que lo intentamos, nos dispusimos a realizar la selección y fue una misión muy ingrata. Tomamos el primero y aquel no era posible porque en su momento nos gustó y merecía una segunda vida, un segundo no pudo ser por una dedicatoria especial, seguimos y así fuimos descartando unos y otros por distintas causas, y al elegir uno que recordamos haberlo comprado "al peso", la razón por la que lo adquirimos seguía vigente: se trataba de un libro no leído aún que, recordamos, nos atrapó por el título. Y, claro, cómo no leerlo antes de desprendernos de él. Manos a la obra.
Su título era "Héroes del trabajo" y su publicación databa de 1948, impreso en Buenos Aires. Enseguida nos dimos cuenta que era un libro para pelearnos con él. ¿Puede un libro titularse Héroes del Trabajo y hacer semblanza de la vida de un grupo de triunfadores? Entre otros, se encontraban Alfred Nobel y Henry Ford y menos conocidos por sus nombres: el descubridor de la máquina de tejer, el fundador de la primera red de vehículos de transporte colectivo, el perfeccionador de los relojes para los barcos y un par de inventores más.
Disfrutamos de su lectura como aventuras laudatorias de dichos personajes, pero el merecimiento de "héroes" no lo encontramos por ninguna parte. Fueron luchadores perspicaces con altibajos en sus empeños, pero la impresión más generosa, aunque por anacronía no era posible, era la de ser un libro pagado por los propios biografiados, aunque digno de quedarse en nuestra humilde biblioteca de libros mil.
Quizá en el caso de Alfred Nobel, con toda su bonhomía que nadie duda, el héroe no fuera él, sino su hermano, un muchacho que saltó por los aires a resulta de un desgraciado accidente por los experimentos dinamiteros de Alfred.
Pero viajemos a nuestro tiempo y veremos que los héroes no son los triunfadores, sino todos los que sobreviven con ayudas de miseria o sueldos de pobreza. Individuos a los que nadie les pregunta por las previsiones de crecimiento económico para los próximos años, pues su heroicidad está en aguantar un objetivo del 6% a costa de coser balones por un euro al día o aguantar el objetivo de un 12% obligados a realizar el mismo trabajo por medio euro.
Estos son sólo un par de ejemplos, todos los días se generan muchos más héroes y lo son por todo lo contrario, o sea, "héroes sin trabajo". ¡Y sobreviven! O "héroes sobre un cayuco". Pero éstos nunca harán historia.
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