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Una verdad muy descarnada    
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Una verdad muy descarnada    

Actualizado 05/06/2017

Si dijera que no me siento orgulloso de ser castellano-leonés, estaría mintiendo. Cuando se nos rasca un poco bajo la piel, todos llevamos dentro algo de nacionalistas del propio terruño. Unos elevan sus fervores hasta rozar la intransigencia, y otros, más pacíficos y solidarios, hemos sido educados en la mansedumbre y el conformismo. La historia ha ido moldeando nuestro carácter hasta admitir como normal nuestra condición de ciudadanos menos favorecidos que otros. Siempre se dijo que Castilla fue granero de España, pero también fue el banco esquilmado con los impuestos sacados continuamente por los señores de turno, y la inmensa caja de recluta que siempre nutrió cumplidamente las filas nuestros ejércitos, en paz y en guerra. Nos hicieron así, sin necesidad de exigir nada a cambio, y, por ser así, nunca fuimos los primeros a la hora de ver mejorar nuestro nivel de vida. Para sentirnos favorecidos con mejores servicios e infraestructuras, siempre debimos esperar a que fueran satisfechas las exigencias de los más "descarados", de los más "llorones", o de quien se encontraba más próximo al poder. Con la llegada de la democracia, nada ha cambiado; cuando se habla de solidaridad e igualdad de oportunidades, ya teníamos asumido ser los últimos en recibir convertido en mejoras parte del dinero de nuestros impuestos.

Por si todo esto fuera poco, nuestra peculiar forma de entender la política ha hecho de Castilla y León una autonomía donde, hasta la fecha, predomina el voto conservador que, junto al socialista, han dispuesto siempre de las mayorías suficientes para poder gobernar, a nivel autonómico y/o nacional. Cuando estas mayorías se quedaron cortas, los parlamentarios castellano-leoneses asistieron ?sólo como oyentes- al mercadeo con los escaños nacionalistas necesarios para que el gobierno de turno sacara adelante sus políticas. Nunca se dio el caso contrario; ningún diputado o senador castellano-leonés se encontró con la posibilidad de que su escaño pudiera ser decisivo para inclinar la balanza en uno u otro sentido. Es decir, dada la actual configuración del arco parlamentario, los nuestros nunca estarán en condiciones de canjear su voto para "arañar" algunos millones de los PGE. Si por un exceso de "paisanaje", alguno tuviera la tentación de hacer apostasía a nivel particular, faltaría a la disciplina de voto y, lo que es más peligroso, peligraría la titularidad de su escaño.

Llegados aquí, más de uno se estará preguntando: ¿Y a qué viene, a estas alturas, una disquisición política de bajo nivel, y suficientemente conocida? Pues muy sencillo. Se trata, esta vez, de no callar; o, al menos, dejar constancia de un inconformismo. Me gustaría saber la opinión de quienes circulan últimamente por la A-62 -Autovía de Castilla-, especialmente por el tramo comprendido entre Salamanca y Tordesillas. Supongo que, entre los muchos que usamos esa vía, también lo hará más de un político. Tengo a mis espaldas los suficientes kilómetros como para juzgar el estado del firme en nuestras carreteras. Sé, también, que el Ministerio de Fomento no es un saco sin fondo, capaz de atender a todas las necesidades. Es cierto. Pero también lo es que en muchos kilómetros a la redonda no existe un tramo de autovía tan descuidado como éste. Estamos hablando de un firme tan descarnado que el ruido de los neumáticos se mete por los oídos y llega directo?a la cartera. Me imagino que los responsables de mejorar ese actual estado de abandono, cuando circulen por esa calzada, lo harán en vehículo oficial. Si lo hicieran en el propio, no estaría así. Es demasiada casualidad que, a partir de Tordesillas, al concurrir otras rutas con más nombre, el panorama cambie radicalmente. Se ve que, como en tantas otras ocasiones, debemos esperar. Tal vez estamos demasiado en el extrarradio y nuestros políticos "de Madrid" no se dan por aludidos. Total, por ahí sólo circulan los de Salamanca, o los portugueses. En cualquier caso, no hay que preocuparse, al fin y al cabo es gente que no dice nada porque ya están muy habituados.

Alguien está olvidando que, cerca de Tordesillas, hubo otros castellanos, cuya paciencia fue agotada por el poder central, que se vieron forzados a levantarse contra el abuso de los gobernantes. Nosotros también tenemos nuestro orgullo, y, como somos capaces de reconocer el ejemplo de unos paisanos que dieron su vida por reclamar lo que en derecho les pertenecía, aquella conducta forma ya parte de nuestra esencia y hemos elegido la fecha de su enfrentamiento como Día de la Comunidad.

No estamos dispuestos a satisfacer las ansias de los demás a base de que se recorten las nuestras. Por eso no queremos más que nadie, pero tampoco menos. Somos, por naturaleza pacíficos, cumplidores de nuestros deberes y dispuestos arrimar el hombro para conseguir una España mejor. Por ello creemos ser dignos de otro trato. Comprendemos que el Estado tiene sus prioridades a la hora de emplear sus fondos. Lo que es más difícil de comprender es que nuestras prioridades siempre se contemplen al final. En la época de las vacas flacas, al menos veíamos cómo se ponían "parches" para cubrir las apariencias; ahora, ni eso. No es necesario ser ministro de Hacienda para saber que, de donde nada hay presupuestado, siempre es posible "distraer un pellizco" para dar alguna satisfacción. ¿Acaso no se ha hecho así con vascos y canarios para cuadrar los Presupuestos? No cortamos carreteras, ni salimos en los medios de comunicación; pero echamos en falta otros comuneros que, cuando deban apretar el botón en las Cortes, no sólo miren al dedo del "director de orquesta", sino que recuerden también a los paisanos que les han sentado allí.

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