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Un hervidero, oiga, era ayer el bar de Emilio con eso de la final de la copa de Europa. A rebosar. Gritos, cánticos y Emilio feliz al ver cómo la clientela pedía una y otra ronda al ritmo de los goles que marcaba el Madrid.
El pobre camarero tenía tanto trabajo, que apenas pude hablar con él. Tanto, que ni se enteró cuando me marché. Apenas pudimos cruzar dos palabras, que me sirvieron de alivio para criticar la actitud de un presidente de gobierno tan cobarde y mediocre que alega no tener tiempo para acudir en persona a la audiencia nacional, pero sí lo saca para asistir, sin plasma, a un partido de fútbol.
Las prioridades se han vuelto locas en España. La realidad se ha tergiversado tanto, que hacemos honra de un juego de pelota y nos pasamos por las pelotas el juego de la honradez.
No vi acabar el partido. Ése no me interesaba. A mí el que me pone de verdad es el que nos está ganado el gobierno (con la banca dirigiendo el banquillo) a todos los españoles. Pero eso no mueve pasiones. Eso no importa. Eso sólo es pan (o ausencia de pan, para ser más realistas). Eso es pan, decía, y nosotros somos mucho más de circo.
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