En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch se encuentra este diálogo:
?¿Rezas a Dios? ?pregunta Bloch.
?Si, cada noche ?contesta el pequeño.
?¿Y qué le pides?
?Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo, echarle una mano.
Ante estas grandes catástrofes muchos se preguntan: ¿Qué hace Dios?
¿Por qué parece que Dios no interviene para remediar los males del ser humano?
Y la gente se olvida que ante las catástrofes, injusticias? que Dios no tiene otras manos que las nuestras.
Todos los periódicos del día 22 de julio de 2008, se hacían eco de una tragedia. Dos niñas, gitanas rumanas, se adentraron en el mar para tomar un baño. La fuerza del mar y la violencia de los golpes contra las rocas acabaron con sus vidas, pero también la indiferencia de la gente acabó con ellas. Así lo denunció el arzobispo de Nápoles, el cardenal Crescenzio Sepe, quien señaló que la imagen de lo ocurrido con la gente que seguía tranquilamente tomando el sol era peor que las toneladas de basuras acumuladas por la ciudad. El purpurado condenó sobre todo esa "indiferencia ante la tragedia de unas niñas cuya vida ya había estado marcada por los prejuicios", por lo que el arzobispo de Nápoles dijo que "es el momento de hablar claro, llamando a la reflexión de lo sucedido, no sólo por la tragedia de la pérdida de dos vidas, sino sobre todo ante la actitud de quienes siguieron tomando el sol, o, incluso peor, quienes armados de sus teléfonos móviles 'inmortalizaban' los cuerpos".
Hay una enorme indiferencia en la manera como vivimos el sufrimiento, el hambre y la muerte de miles de personas que cada día mueren en el mundo por falta de alimento, de medicinas, de un hogar digno... ¿somos conscientes de esto?, ¿sentimos el miedo y la angustia de tantos refugiados que huyen del hambre y la miseria de sus países? Al ser humano, hombre o mujer, rico o pobre, niño a adulto, del norte o del sur... ¿lo sentimos como hermano a quien debemos ayudar y querer?
El trabajo que hay siempre por hacer es enorme. Se necesitan manos para salvar, para reconstruir el mundo, pero también para salvar las vidas de los ancianos y de los niños que viven cerca y necesitan de nuestras manos amorosas.
Dios no tiene manos, nos las dio a nosotros. Cada uno de nosotros somos las manos de Dios. Él, sigue hablándonos con paciencia y ternura: ¿Qué has hecho tú con las que te di? ¿Cómo has usado tus manos? ¿Han sido fuente de bendición y salud?
Dios necesita nuestras manos para construir puentes, hacer escobas, triturar la tierra y transformar nuestro mundo. Dios necesita de nuestras manos, de nuestros pies, de nuestro vientre, de todo nuestro cuerpo humano, ya que El no tiene otro y vive en nosotros. Dios sólo tiene nuestras manos para seguir construyendo, amando y perdonando.
Cada uno puede sanar, consolar, aliviar los dolores y traumas de otra persona. En nuestras manos hay un gran poder.
El valor de las manos depende de quien las use y de cómo las use.
Una pelota de basketball en mis manos vale $19 dólares; en las manos de Michael Jordan vale $33 millones de dólares.
Un lápiz en mis manos es para poner mi nombre; en las manos de William Shakespeare es para crear historias.
Una vara en mis manos podrá ahuyentar a una fiera salvaje; en las manos de Moisés hará que las aguas del mar se separen.
Dos peces y cinco piezas de pan en mis manos son unos emparedados; en las manos de Jesús alimentan a una multitud.
Unos clavos en mis manos sirven para construir una silla; en las manos de Jesucristo traen la salvación al mundo entero.
Cuentan que en la última guerra mundial: en una gran ciudad alemana, la catedral fue destruida y el Cristo del altar mayor, quedó casi totalmente destrozado. Al concluir la guerra, los habitantes de aquella ciudad reconstruyeron el Cristo con paciencia y, pegando trozo a trozo, llegaron a componerlo de nuevo en todo su cuerpo... menos en los brazos. Decidieron devolverlo al altar mayor, tal y como había quedado, pero en el lugar de los brazos perdidos escribieron un gran letrero que decía: "Desde ahora, Dios no tiene más brazos que los nuestros". Y allí está, invitando a colaborar con Él, ese Cristo de los brazos inexistentes.
Ante las grandes catástrofes muchos se preguntan: ¿Qué hace Dios? ¿Por qué parece que Dios no interviene para remediar los males del ser humano?
A veces caemos en la tentación de no apreciar nuestras manos, de envidiar la de los otros. Neruda quería nacer con otros dedos, crecer con otras uñas, comprar en una tienda otras manos, pues las que tenía no le habían servido.
"Me declaro culpable de no haber hecho
con estas manos que me dieron?
una escoba?
Así fue:
No sé como se me pasó la vida,
sin aprender,
sin ver, sin recoger y unir los elementos.
en esta hora no niego que tuve tiempo,
tiempo, pero no tuve manos" (P. Neruda).
El día 29 de mayo se impartirá una charla multidisciplinar sobre el poder de las manos en el salón de los PP. Carmelitas Descalzos a las 20:30 . Están todos invitados.
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