Se me revolvió el estómago. Sucedió esta semana, el martes, en Torrejón de Ardoz, en Madrid. A cuenta de una discusión entre un peatón y un conductor, este bajó del coche, le propinó un puñetazo al viandante, que cayó dándose un golpe contra el suelo y murió a consecuencia. Hasta aquí la noticia sin pormenores. Pero lo escandaloso de la misma está en sus ribetes: el peatón era un anciano de 81 años, el conductor tenía 18 y acababa de sacar el carnet. El jovenzuelo lo dejó tirado, no lo auxilió y volvió a su coche. La pregunta que queda contestada por los hechos es esta: ¿qué sociedad estamos construyendo para que un chaval ante un viejo no solo excluya el respeto sino que no se pare en barras y sea capaz de golpearle? ¿Cruel, desvergonzada, homicida? Elijan el calificativo. Si yo tuviese que elegir uno, diría que invivible. Una sociedad en la que los más débiles tienen que callarse para no resultar masacrados.
Se me dirá que exagero, que fue cosa de mala suerte, que si no hubiera caído mal, se habría quedado con el mamporro y poco más, que este es el mundo en el que vivimos, que hay que saber con quién te la juegas, que es preferible callarse y volver a casa sano y salvo que protestar porque entiendes que están violentando tus derechos. Pero todos estos argumentos no son sino ocurrencias de quienes asumen que esta sociedad no se rige por el Derecho sino por la ley de la selva. Y así nos va.
Yo me muevo por Salamanca, circulo, unas veces andando y otras en coche, y veo cosas que no me gustan nada. Por ejemplo: niñatos circulando de estampida al bajar la calle San Justo o entrar en la Gran Vía. Y veo, cuando voy en coche, a individuos que se saltan a la torera el código poniendo en peligro a otros conductores que cumplen con él. Y sí, veo a unos y otros insultando a quienes les reprochan que hayan podido llevárselos por delante, y en ocasiones al volante los hay que hasta les retan a bajar y liarse a puñetazos. Salvajes, caníbales, cenutrios. Pero están aquí, en Salamanca, a nuestro lado. Y también sé que nunca me he encontrado en una de esas situaciones y haya visto a la policía deteniendo al interfecto. Así que vuelta la burra al trigo. En Salamanca también hay gente así y la ley debería actuar contra ellos ya, para evitar que se produzcan situaciones irreversibles, para no lamentarnos cuando las cosas ya no tengan remedio.
Cuando estas cosas ocurren, lo normal es desentenderse, la indignación dura un minuto, se limita a expresarla en corrillos y poco más. Va siendo hora de que el Estado comience a tomar cartas en el asunto. El Estado está para esto, no solo para machacarnos a impuestos: está sobre todo para proteger a los más débiles, niños y ancianos, para garantizar que los derechos no sean más que una palabra, para evitar que la ley del más fuerte sea la que se aplique en la convivencia social. En las calles, en la circulación, hoy, te la juegas. Y no hay derecho. Como ese anciano madrileño que había salido a comprar un medicamento para su mujer enferma de alzheimer y al atravesar un paso de peatones, un mozalbete zaherido en su infantil orgullo porque el viejo le recriminó que había estado a punto de atropellarlo, baje a ajustar cuentas?y el pobre, el débil, el viejo, que necesitaba unas muletas para andar, se encuentre con la muerte. Su mujer no sabe por qué ocurrió lo que nunca debió ocurrir, ¿quién la cuidará ahora? Ella sigue preguntando por él.
Marta FERREIRA
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