Desde este frondoso guindo es probable que las ramas no dejen ver el campo y así la panorámica se perciba tergiversada; de ahí que uno se ponga la venda antes de cualquier herida: no sea que caigan granizadas, funestas siempre para un guindo. Ya se sabe cómo va el imperio de lo correcto, que utiliza como método la eterna ley del embudo, y no sea que, por un casual, se haya tipificado de rondón hasta el mal uso de un adjetivo, o nos pillen en un renuncio, que vendría a ser lo mismo?
Tergiversada o no, el caso es que la cosa pública hace tiempo que recuerda al famoso patio de Monipodio, en que unos robaban por derecho y otros lo hacían por revés, guardando en lo posible todas las apariencias, con lo que el enrevesado ecosistema mantenía su estable equilibrio, para contento de los protagonistas y distracción de los espectadores.
Para quienes tengan apartadas las afamadas Novelas Ejemplares: el que suscribe se refiere a la curiosa historia de Pedro del Rincón y Diego Cortado, en la que los infractores formaban cofradía, pues, como es bien sabio, lo óptimo es que estas cosas se hagan de manera ordenada. Relean con ojos receptivos esta historia del siglo dorado de nuestras letras, y les sorprenderá la actualidad de los tejemanejes. Con las adaptaciones propias de los tiempos contemporáneos, donde habla de la Torre del Oro, pongan "Bahnofstrasse, Zurich", y donde pone "postigos del Alcázar", imagínense la Avenida Balboa en Ciudad de Panamá, con sus bancos repletos y sus edificios inhabitados. El resto pueden mantenerlo más o menos como estaba.
Y las autoridades ¿qué? ? Pues a lo suyo, literalmente, que no siempre es lo de todos. Unos miran para otro lado, confiando en que el competente haga su trabajo, a veces por acción y otras por omisión. Otros en su insistente pelea, con endebles argumentos, que nos llevan a los demás al desencanto más ingrato. Unos frotándose las manos, porque tienen la ilusión de que van a caer migajas de la mesa de aquellos que pillan cacho, y aún otros montando sus circos callejeros en los que disfrazan sus propias limitaciones.
No se pretende una descripción de la realidad completa, para lo cual sin duda este lienzo se quedaría muy pequeño, y serían imprescindibles varios tomos -recuérdese los que ocupan las rutinarias diligencias de cualquier investigación por corrupción que se precie-. Lo que sorprende en este maremágnum es que pueda aún haber alguien sensato que se atreva a poner límites, y que de verdad se crea algo de lo que nos han enseñado en las Facultades de Derecho.
Pero es que tiene que haberlo, porque si no es así estamos perdidos. Hagamos el acto de fe en que no hayamos traspasado todavía la puerta de la desesperanza de la que hablaba el padre Dante, y que a pesar de las presiones, los desestímulos y las minucias, como en los tiempos del Rey de Prusia, queden todavía "jueces en Berlín".
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