Siempre he querido ser madre, no mujer, sólo madre. Incluso ahora que soy padre tengo envidia de todas vosotras. De las que han concebido, de las que han gestado, de las que han parido (con y sin epidural), de las que han dado el pecho y de las de biberón, de las del colecho, de las de cuna, de las que han sufrido entrevistas de idoneidad y largas listas de espera para acoger y adoptar, de las que han tenido que viajar fuera para criar, para dar vida, para dejar de ser el centro del universo y cambiar el eje de la existencia en una nueva órbita, la del hijo, en torno al cual todo empieza a girar.
Siempre he querido ser madre, no mujer, sólo madre. Porque en ellas está el amor absoluto e incondicional. Porque las madres tienen una sintonía especial con los hijos, un sentido nuevo que se desarrolla mirando, acariciando, besando, oliendo y escuchando a ese niño que va creciendo a su lado, del que poco a poco se va despegando. Es tan grande el amor de las madres que hasta son capaces de renunciar a sí mismas, a tener cerca al ser que más aman para que estos sean felices lejos de ellas. Y esa felicidad del hijo es la que colma el corazón de la madre que daría su vida por estar siempre junto a su pequeño. Aunque crezca.
Siempre he querido ser madre, no mujer, sólo madre. Y tener una paciencia infinita de la que carezco con mis hijas. Y ser tan responsable de su crianza que no les permita hacer lo que les venga en gana aunque me sobornen con besos y abrazos. Y despertarme por la noche cuando una de ellas apenas sueña en un susurro, porque tiene unas décimas de fiebre, en vez de enterarme por la mañana.
Siempre he querido ser madre, no mujer, sólo madre. Aunque mis hijos sean tan pequeños que no entiendan la importancia de celebrarme. Aunque no me traigan el desayuno a la cama porque su padre está fuera, aunque no me regalen las flores que me querían comprar antes de que su padre saliera. Aunque mis hijos sean tan grandes que se paralicen al darse cuenta de lo que significa una madre ahora que la suya es abuela. Aunque sólo puedan descalzarse, como el que entra en un lugar sagrado, cada vez que el recuerdo de esa madre que no está se hace presente en un día tan señalado.
Felicidades, desde Sudáfrica, a la madre de mis hijas. Felicidades a mi madre, dos veces madre por ser abuela. Felicidades a todas las madres que, como yo, no hemos tenido la suerte de serlo y nos alegramos celebrando el día de las que tenemos cerca. Gracias por vuestro amor diario por ser eterno.
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