Agua, San Marcos,
rey de los chacos,
para mi triguito,
que ya está bonito;
para mi cebada,
que ya está granada;
para mi melón,
que ya tiene flor;
para mi sandía,
que ya está florida;
para mi aceituna,
que ya tiene una.
El hombre trata de manejar la Naturaleza mediante la plegaria propicia, elevada hasta las fuerzas que están por encima de ella, de la que dependen. Este acto constituye el ritual, y el ritual es la religión en acción. El fin de toda rogativa es movilizar a los seres y poderes sobrenaturales con el propósito de lograr o prevenir, que ocurran ciertos episodios atmosféricos, que dañan los intereses y aspiraciones del hombre, pero, detrás de estos aconteceres, los clérigos, siempre colocaron el pecado y a los espíritus malignos. Nuestros pueblos aún viven prendidos a estas creencias, aunque, en la práctica, han ido perdiendo terreno y espacio espiritual.
Antaño, si alguien tenía que someterse a una intervención quirúrgica, para logar que todo saliera bien, se rezaban los responsorios; cuando, en 1882, la filoxera se adueñó de nuestros viñedos y destruyó buena parte de ellos, el concejo de mi pueblo envió al auxiliar del Ayuntamiento a Solsona (Navarra), a buscar unas garrafas del agua milagrosa de san Gregorio, y se contrató a fray Pío Caneras, dominico, para que practicara los exorcismos sobre las viñas; y, en las distintas pestes y epidemias, que se han ensañado con nuestra gente, la plegaria y las novenas, a los distintos santos y vírgenes, estuvieron presentes; los sábados de gloria, mientras tocaban las campanas, se recogían chinas, que se guardan en un frasco o bote y, en el caso de nublado, se arrojaban al tejado en prevención del rayo, junto con los rezos a santa Bárbara, a santa Lucía?
Y fue mi abuela, quien me refrescó sus recuerdos de infancia relativos a las rogativas. Me comentaba: "Las rogativas se celebraban para ablandar e implorar la misericordia de Dios, y así conseguir alejar los castigos, las pestes y las guerras, y alcanzar los buenos temporales para nuestros sembrados. Todas estas calamidades nos venían, según los predicadores, por la indignación divina por nuestros numerosos pecados, y se pedía la mediación de todos los santos ante el Hacedor, para que nos concediese el perdón; y, a la vez, se hisopaban los campos para ahuyentar a los espíritus malignos.
La primera rogativa se celebraba el día de san Marcos (25 de abril); a los pocos días, las de san Gregorio (9 de mayo) y san Isidro (15). Esos días, a las ocho de la mañana, nos reuníamos en la iglesia, y, en procesión, salíamos para el campo por la calle Honda y el camino de Alconada; no siempre se iba por el mismo lugar, pues dependía de la zona, donde estuviese sembrada la hoja; en las rogativas, se cantaban las letanías de todos los santos; y durante los tres días que precedían al Jueves de la Ascensión, se celebraban, en la iglesia, misas por los buenos temporales, esta costumbre, así como las rogativas de san Marcos y san Gregorio han desaparecido".
Después de la rogativa, los mayordomos de la Cruz, llevaban el chocolate y los bizcochos para el señor cura, el sacristán y los monaguillos a la sacristía; pero es oportuno recordar la rogativa que se celebraba el lunes de aguas; ese día, los niños asistíamos al ceremonial, tocando las esquilas; se sacaba en procesión al Niño Jesús y los mayordomos le colocaban una rosca bañada de cinco ojos en las manos, atada con cintas anchas; portaban la imagen los niños mayores, que movían las andas, con cierta brusquedad, y aquella terminaba por romperse, y los muchachos, atentos al momento, nos empujábamos, porque todos queríamos apañar un cacho; ese día, por la tarde, salíamos al campo, con las viandas, a celebrar el Lunes de Aguas. Y, es posible que esta rogativa sea el origen del lunes de aguas, y de la merienda en las alamedas del río y que, por casualidad, coincidió con la vuelta de las "pornaes" salmantinas, a cumplir con el precepto pascual, después de estar encerradas en la casa de la Mancebía durante la Cuaresma.
Y todo lo que contamos tiene su explicación y su oficialidad.
Las rogativas fijaron su fecha de celebración en el pontificado de San Gregorio Magno, en el año 590. San Gregorio ordenó que tendrían lugar dos veces al año: en la festividad de San Marcos (25 de abril) y los tres días anteriores a la Ascensión; además el Papa y los obispos podían prescribirlas en cualquier época del año en calamidades y necesidades públicas apremiantes.
Es posible que las rogativas de san Marcos suplieran a las "Robigalia" romanas, tradicionales festejos de carácter agrícola, que se celebraban en la misma fecha (25 de abril), en honor del dios Robigo, con procesiones a través de los campos y sacrificios de animales, que tenían, como objetivo, interesar a aquella divinidad pagana en el cuidado y protección de los sembrados.
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