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Una de torrijas
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Una de torrijas

Actualizado 23/04/2017
Redacción

18/abril/martes

Me reúno con la Peña Cañizo. Ausente Víctor Peral, que dice tener que hacer la maleta para viajar a un país petrolero, Dubai. A Víctor le gusta mucho la gasolina y no pierde la ocasión de visitar un pozo de donde sale ese líquido que mueve el mundo. Prefiere el gasóleo a los amigos. Pero nosotros se lo perdonamos. A cambio está Javier Leman, que ha venido unos días desde Ginebra, donde vive y trabaja en asuntos internacionales. Hombre de mundo pone cordura a una tertulia típicamente española donde se entrecruzan las conversaciones y se les quita la palabra a los otros sin problemas de conciencia.

Javier Aguirre, toda una humanidad de arriba abajo, necesitaba la cita, distendida e intrascendente, porque andaba muy estresado. El trabajo en estos tiempos postmodernos se ha convertido un castigo mucho más allá de la maldición del Génesis: "ganarás el pan con el sudor de su frente". Al terminar la comida, y con un habano supersónico entre los dedos y la boca, Javier Aguirre, reía con las maldades de Javier Montaña, un amigo dulce, ajeno a la crítica y siempre dispuesto a la comprensión.

Con lo único que no traga Javier Montaña es que alguien le discuta una receta pastelera. Cocinero aficionado y muy de tarde en tarde, hace regular la fabada y otros platos clásicos, pero borda la repostería. Por eso no aguantó que yo dijera que estos pasados días de Semana Santa había hecho unas torrijas extraordinarias. No lo podía aceptar, convencido de que esa parcela es de su exclusividad. Como no me dejó explicarle la receta se la voy a especificar aquí con todo los detalles: "Pan del Bierzo del día anterior elaborado con harina de trigo duro. (Nada de panes con oxidantes o cosas por el estilo). Se corta en rodajas de unos tres centímetros de grosor. Se reservan, mientras hervimos la leche entera, marca Gaza, de Zamora, que está dentro de Tierra de Sabor, y es única. Junto con la leche se pone una rodaja de cáscara de naranja de Valencia y otra de limón de Murcia; se añade también canela del Vietnam, de la que se produce en la zona del río Perfume. (Es muy importante que la canela sea de ahí, porque otras canelas, de Ceilán, Camboya o zonas amazónicas de Iberoamérica porque no dan el mismo toque de sabor). A la leche se le añade también un poco de nuez moscada o de macadamia, ralladas, y azúcar blanca Acor, de Valladolid, y se disuelve todo con movimientos armónicos con una cuchara de madera. Después se introducen las rodajas de pan y se dejan un rato largo para que chupen la leche y las esencias que contiene. Mientras tanto batimos unos huevos de gallinas de corral, de Cañizo, que comen verde en los corrales y riberas, además de trigo y cebada. Cuando las rodajas de pan han absorbido bien la leche hervida y sus esencias las revolcamos bien en los huevos batidos. Al mismo tiempo calentamos en una sartén Magefesa aceite de los Arribes del Duero de Salamanca, preferiblemente de aceitunas arbequinas. Vamos introduciendo en la sartén, poco a poco, las rodajas que ya empiezan a convertirse en torrijas. Cuando estén bien doradas por cada lado las sacamos, las ponemos sobre una bandeja recubierta con papel de cocina esponjoso para que absorba el aceite sobrante. Por último se le hecha un poco de azúcar y canela en polvo. También se puede añadir por encima unas gotas de miel de romero de Soria. Y ya tenemos las torrijas". Únicas, exclusivas, excepcionales, clásicas y modernas. E incomparables. Le costará a Javier Montaña, a pesar de su poso y sabiduría confiteras, lograr semejante perfección. Eso sí: puede ir ensayando.

Jesús Alberto, que asiste a la "pelea culinaria" de recetas y saberes, de dulces y postres, cosa de lo que él entiende mucho, como gran catador, se ríe y mete cizaña para que Javier Montaña y yo apostemos en hacer una sesión de torrijas, con cata a ciegas, para ver quién gana. Le recuerdo que primero tiene él que hacer el cocido sorprendente que nos iba a cocinar hace dos años. Asume su fracaso y le avergüenza la falta de cumplimiento de la palabra dada, lo que me obliga a recordar a toda la Peña Cañizo que "no deben adelantarse nunca los pensamientos a los hechos; y menos predicarlos".

Esta Peña, sólida e inconsecuente a la vez, tiene muy buenas intenciones, pero no siempre hace coincidir lo prometido con lo que se hace después porque el trabajo, siempre el trabajo, como excusa, les lleva a todos, menos a mi, a otras componendas.

20/abril/jueves

Tal día como hoy hace 25 años el Rey Don Juan Carlos I inauguró en la Isla de la Cartuja la Expo 92, la Exposición Universal con la que España quiso lanzar al mundo un mensaje de modernidad. Fueron meses de un enorme trajín a la capital del Guadalquivir, viajes y más viajes, viajeros y turistas, gentes de aquí y de todo el planeta. Muchos de ellos utilizaron el AVE, el tren veloz que se puso en marcha desde Madrid. Los Reyes, 25 años después, y ahora con el título de "Eméritos" han revivido hoy aquel acontecimiento que sorprendió mucho al mundo, pero más a nosotros mismos.

Viajé varias veces a la Expo de Sevilla en aquellas fechas, principalmente para cubrir la información que generaba el pabellón de Castilla y León para el Centro de TVE en esta Comunidad Autónoma. Lo recuerdo todo como un gran acontecimiento, de gran carga cultural, con edificios espectaculares, que seis meses después, terminado el evento, caerían en el abandono y el olvido. Y como la exhibición de un lujo y un poderío que nos iba a sobrepasar.

No tardaría en llegar una enorme crisis en España, motivada por los gastos exagerados de la Expo y de los Juegos Olímpicos celebrados en Barcelona este mismo año. Lanzamos la casa por la ventana y después vinieron las rebajas. Suele pasar, pero hay momentos históricos en los que los gobernantes no pueden sustraerse a hacer grandes fastos. Y España, como gran país, no puede ser menos que otros. La Expo del 92 y los Juegos Olímpicos de Barcelona, donde también acudí a ver varias sesiones de atletismo en el Estadio de Montjuic, cambiaron mucho la imagen de España en el exterior. Sevilla y Barcelona, Andalucía y Cataluña, fueron las grandes beneficiadas, cosa que se debe reconocer y nunca olvidar. Las inversiones por parte del Estado en ambas ciudades fue muy generosa, como correspondía. Nada que objetar, pero es bueno recordarlo en estos tiempos en los que los independentistas catalanes hacen ejercicio de una desmemoria ofensiva, fría e interesada y dicen que España les roba.

España dio un giro muy importante, muy positivo con vistas al futuro, a este presente, y eso hay que reconocerlo. Otra cosa es que la planificación para el día después no fuera tan acertada, lo que nos ocasionó un roto en los bolsillos que seguimos pagando. Lo contrario hubiera sido un milagro. Pero ni María Santísima ni la Moreneta estuvieron por la labor. Sólo el tiempo ha ido poniendo parches y ha hecho olvidar la parte negativa que tuvieron los acontecimientos.

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