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“Tuve claro que quería dedicarme a la prostitución; hubo un año en que casi obtuve 100.000...
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SEXO DE LUJO EN SALAMANCA

“Tuve claro que quería dedicarme a la prostitución; hubo un año en que casi obtuve 100.000...

Actualizado 13/04/2017

Hace ocho años, Susana (nombre ficticio) decidió abandonar un puesto de informática en una gran empresa para convertirse en meretriz y ofrecer servicios sexuales a directivos y empresarios dispuestos a pagar unas sumas económicas de escándalo

Se ha maquillado ligeramente la cara, pero tiene los labios pintados de rojo. Aunque de un tono oscuro, discreto, por miedo a las miradas de lujuria. En un ático del centro de Salamanca, el gesto de Susana desprende vanidad. Pasea la vista por los edificios adyacentes y exhibe una sonrisa de suficiencia. Transmite seguridad, arrojo, firmeza. Una personalidad arrolladora. Con cuarenta años, su figura aún despierta la envidia de las mujeres y a los hombres todavía se les aceleraría el pulso si la vieran recorrer las calles enfundada en una de esas mallas que tanta fiebre desatan entre las veinteañeras.

No es que deteste la sensualidad ni sea fría, pero prefiere dejar el coqueteo para el trabajo. Porque, al contrario que muchas compañeras de profesión, ella sí disfruta con el trabajo. Aunque su vida no se parece a la de las miles de mujeres que se ven obligadas a ofrecer servicios sexuales en los polígonos a cambio de una ridícula suma económica y en unas condiciones insalubres. “Tuve claro que quería dedicarme a la prostitución; hubo un año en que casi obtuve 100.000... | Imagen 1Tampoco guarda una semejanza con el drama que golpea a aquellas que llegan a España y son amenazadas para que se prostituyan doce horas al día por unos tipos sin escrúpulos que las tratan como si fueran objetos, herramientas con las que lucrarse, cargar los bolsillos de un dinero salpicado de lágrimas y sufrimiento. No, Susana desconoce esas dos realidades. Se encuentra muy distanciada de ellas.

Una decisión sin condicionantes

Ella ha podido elegir. De niña, sus padres se preocuparon de su educación. "Me dieron todo, nunca me faltó nada"?, recuerda. Estudió en los mejores colegios salmantinos y, cuando le llegó el momento de matricularse en la Universidad, se decantó por las matemáticas. Después de cinco exitosos años en la facultad, donde acumuló varios sobresalientes y dejó sorprendidos a algunos profesores, consiguió empleo de informática en una conocida empresa española situada en Madrid.

Desde entonces, ha tenido trabajo. Su nombre nunca ha engrosado la lista de la Oficina Pública de Empleo. Como programadora, algunos de sus salarios sobrepasaban los cuarenta mil euros anuales: "En cierto modo, tenía motivos para sentirme afortunada". Pero Susana es ambiciosa. Siempre lo ha sido. Jamás lo ha ocultado. Ni siquiera de pequeña. Cuando su padre le compraba un caramelo, ella le pedía otro. Le gusta el dinero, constituye su religión. Por eso, asegura,sus ojos brillan como el sol en una tarde de verano al contemplar el saldo de su cuenta corriente.

Hace ocho años, sustituyó la informática por la prostitución de lujo. Una decisión que apenas le costó tomar cuando una amiga le detalló los beneficios económicos que obtenía por una noche de trabajo. Como Susana siempre ha exhibido maestría con los números (ahí están sus excelentes calificaciones en la universidad), calculó lo que ganaría en un año y vio que debía cambiar de profesión. "No me costó decidirme; al ver que podía llegar a obtener entre ochenta y cien mil euros, lo tuve claro", dice con gesto malicioso.

Cuando se reúne con los clientes (casi todos de Madrid), lo hace en diferentes hoteles, casi siempre ubicados en la capital de España, aunque también la llamen desde Salamanca. Porque la capital del Tormes se convierte a veces en un pueblo donde todos los vecinos se conocen y, para eludir las situaciones embarazosas (a ella le da igual, ya que no está casada), buscan la intimidad y se trasladan a unos cuantos kilómetros de la ciudad. A unas habitaciones en la que corren las botellas de champán, la comida exquisita, el buen vino, las saunas, los baños en los yacuzzis y las camas amplias y confortables. Porque si algo caracteriza a esos hombres es que nunca escatiman a la hora de gastar el dinero en divertirse, en complacerla, en exprimir la vida.

El perfil de sus clientes

En lugar de una mezcla de miedo y asco, Susana se siente pletórica cuando comparte lecho con cualquiera de los que la llaman para zambullirse en una noche de locura y desenfreno. Porque, antes del sexo, conversan, hablan y afloran las confidencias, y ella se considera estimada, como si fuera una emperadora, un ser especial, la única mujer en el mundo durante unas horas. Además, en torno a los tipos que se acercan a ella, gira el aura del éxito: son empresarios o directivos que cuentan con un abultado patrimonio, educados, cultos, con los que se puede hablar de cualquier tema, al contrario de lo que les sucede a otras meretrices en contextos mucho más sórdidos, en los que el lujo es una palabra sepultada a un millón de kilómetros de la superficie.

Ellos también se sienten cómodos a su lado, les embarga la felicidad. Porque, antes de que estalle la pasión, le confiesan sus problemas y ella ejerce de psicóloga. Aunque carece de la titulación, los conoce y sabe aconsejarlos. Después, en la cama, consigue que disfruten. Llega el momento del éxtasis. Por eso nunca se cansan de quedar con ella, de coger el teléfono y marcar su número. Aunque, si quisieran, podrían contratar los servicios de unas de esas veinteañeras que presumen de cuerpo escultural, pero saben que no sería lo mismo. "A estos tipos, que sobrepasan los cincuenta años, les interesan las mujeres que hayan recorrido mucho mundo, con experiencia no solo en el terreno sexual, ya que, para ellos, es muy importante saber estar, tener la cabeza amueblada, y eso es algo complejo de percibir en las jóvenes de veinticinco años", sostiene Susana.

Una existencia marcada por la ostentación

Durante los casi diez años que lleva ejerciendo la prostitución, jamás se le ha pasado por la cabeza dejarla, retomar la antigua vida. Al revés. Piensa seguir en este mundo porque todavía, cada vez que clava la vista en el espejo del cuarto de baño, se ve atractiva, radiante gracias a unos ojos de color esmeralda y a unas facciones delicadas que siguen cautivando. Una belleza natural, sin un ápice de silicona, que el paso de los años no ha conseguido deteriorar. Además, con el dinero que obtiene, se costea un tren de vida que como informática no conseguiría sufragar: "Mis condiciones serían mucho más precarias".

Vive de alquiler en un inmueble de trescientos metros cuadrados, lleno de comodidades, por el que paga dos mil euros al mes en el centro de Salamanca. Por otra parte, le abona todos los gastos a su hijo, mayor de edad, pero del que no quiere aportar detalles por miedo a que la pueda reconocer (no lo cree, pero opta por ser precavida) y, aunque hace poco se compró un coche de gran cilindrada, ya sopesa reemplazarlo. Pero también es consciente de que esta vida no le durará hasta los sesenta y cinco años, así que una parte importante de lo que obtiene lo guarda con la intención de evitar las estrecheces cuando las arrugas y la flacidez le dañen el cuerpo. "Procuro dejar algo de dinero para cuando llegue el momento en el que no pueda volver a trabajar", concluye optimista, con la vista alejada aún de ese horizonte.

Santos Gozalo Ledesma

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