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Tras la humildad
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Tras la humildad

Actualizado 29/03/2017
Redacción / David Martín Pinto

La grandeza del hombre está en reconocer su propia pequeñez Blas Pascal La humildad es andar en la verdad Teresa de Jesús

Cada año se nos recuerda que somos polvo y a él volveremos. Se nos devuelve a la tierra, a los límites de nuestra fragilidad, a la realidad de la muerte, allí donde terminan todas nuestras habilidades y destrezas. La humildad es un valor que no cotiza y que cuesta entender en nuestras sociedades postmodernas y nihilistas, el individuo no trasciende, no sale de sí y no es capaz de pensar la fragilidad de la vida y de saber que no tenemos el control absoluto de nuestro ser. Una enfermedad inesperada, un accidente, una enfermedad psíquica agazapada en nuestro código genético, la muerte de un ser querido, nos arroga de bruces a la realidad de nuestra existencia quebradiza y frágil.

Se ha entronizado el individualismo, la agresividad, la eficacia y se ha ido evaporando en el vaho postmoderno la virtud de lo pequeño. Esa sobrevaloración del "yo", no puede prescindir de ese grado de pequeñez y fragilidad que llevamos en nuestra mochila existencial. Ser humilde es caminar por nuestra vida a ras de tierra (humus), abajarse de nuestro ideario narcisista colonizado por la sociedad del bienestar, para reconocer tanto nuestras debilidades como capacidades. La humildad nos permite pisar tierra y construir nuestra identidad de manera lúcida desde lo que realmente somos y poder buscar la auténtica verdad.

Mantenerse arrojados en la tierra, nos permite que la búsqueda del sentido existencial puede ser fecunda, no se agota en uno mismo y se abre a la realidad espiritual a esa realidad misteriosa y silente que identificamos como Dios. Una antigua sentencia del Talmud no dice: "Como el agua evita la altura y corre hacia la profundidad, de la misma manera la sabiduría permanece sólo en los humildes". Esa agua vida hace crecer la raíz del hombre pegada a la tierra y elevarse hacia la altura, porque todo edificio espiritual está fundado en la humildad nos enseñaba nuestra Teresa de Ávila. Ese ser arrojado a la hondura de la tierra nos abre los ojos a luz no solo del amor de Dios, también a la justicia, a ese prójimo que sufre.

La justicia es el ámbito de Dios, sólo se puede conocer al verdadero Dios haciendo justicia. La fuente de la humildad se esconde en el amor sincero hacia los otros, traspasando las fronteras de uno mismo y alcanzando la justicia. Solo desde el amor y la misericordia se puede alcanzar la verdadera justicia, humanizándola y evitando que se desborde. Deberá ser una misericordia global que pueda llegar hasta las estructuras injustas y no quedarse las coyunturas inmediatas. Un compromiso desde la justicia y la humildad que sea una lucha sostenida para que sean eliminadas todas las estructuras políticas, económicas y sociales que son injustas y son la raíz del sufrimiento y de las víctimas mundo. Los cristianos no sólo estamos obligados al perdón, también al compromiso por la justicia y su primera exigencia es la distribución equitativa de todos los bienes de la tierra. Pero el mejor camino para la justicia es el perdón y la misericordia ampliando la convivencia más allá de los rígidos límites de la ley.

Cuando en el corazón humano brota la humildad es posible acoger el Reino prometido de justicia y paz que empieza a crear una historia de esperanza en que lo mejor está por venir y donde Dios lleva nuestra historia. La tierra fecunda de Jesús humillado y humilde en la cruz, nos la verdadera espera y esperanza, "aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). La humildad es el desnudo camino hacia la felicidad que brota en comunión con Dios, es el verdadero camino de la esperanza.

Tras la humildad | Imagen 1

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