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Los golosos van al cielo, pero quizá antes
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Los golosos van al cielo, pero quizá antes

Actualizado 28/03/2017
Fernando Robustillo

Algún día tenía que ocurrir y ese día ha sido hoy. Será un lapsus, no lo sé, pero el problema lo tenemos en que no sé cómo comenzar el artículo. Tengo una tentación, pero como referencia quizá sea muy atrevida. No obstante, allá voy: Si usted quiere segui

Los golosos van al cielo, pero quizá antes | Imagen 1 Esa palabra tan dulce con la que Celia Cruz, la Lola Flores cubana, torrente de fuerza y energía, animaba los conciertos -¡asúcar?!- ahora queda convertida en una palabra que no debemos ni escucharla. Y lo mismo podemos decir del merengue, hecho de clara de huevos y azúcar, y si quien lo canta es Juan Luis Guerra que encima pide que llueva café en el campo, peor aún, pues detrás del café viene el azúcar. Y hay más, ni siquiera debemos recordar aquella primera vez. ¿No la recuerdas? Sí, hombre, con tu novia, cuando de forma galante le removías aquel azucarillo inolvidable. Fue tu primer café con ella. Además, debemos pedir perdón a los bombones, esto sin palabras, pero también por los que regalamos, personas que muy bien pueden sentirse afectadas después de leer ochenta y dos millones de entradas que tiene en Internet "azúcar", la palabrita de marras, ya que sus destinatarios le pueden acusar de quererlos envenenar.

Y podíamos continuar con las magdalenas, que un poeta pérfido las hizo rimar con "llenas", con el resultado de un hermoso pareado que decía: "de las magdalenas están las tumbas llenas"; los chicles, esos "carieamigos", compañeros con los que tantas veces hemos pasado el trago de los mítines políticos; el turrón, con el que las albercanas, desde los soportales exteriores de la Plaza Mayor, siempre nos han anunciado la terrible Navidad; ¿y los bizcochos? ¿qué me dicen de los bizcochos?, en mi niñez ¡qué envidia!, yo creía que eran propiedad de los frailes, pues una tía mía tenía colgado un cuadro en su ultramarinos en el que unos frailes los mojaban en chocolate y se "ponían ciegos". Ah, ¿y el chocolate? Esto daría para todo un libro, así que sólo les diré que el chocolate, originario del Yucatán, territorio maya, en un principio lo hacían con un sabor picante y sus primeros consumidores, a quienes insuflaba gran aporte de energía, estaban locos de contentos y disfrutaban de unos enormes deseos de lujuria. Pero sobre esto demos gracias a un grupo de monjitas -por los siglos de los siglos sabias reposteras- que llegó pronto a aquellos lugares y le quitó al chocolate aquel picante que era obra del diablo y con la bandera de la virtud lo endulzaron con vainilla, azúcar, nata, etc., excelentes aditivos que aplacaron un poco los ánimos. ¡Y de su mano, por siempre otorgará indulgencias, seguro!

Pero todos los dulces a los que nos hemos referido, que son sólo un pequeño ejemplo, tienen en común el azúcar, o la azúcar, el género es indistinto, y ésta ha entrado en desgracia. No sabemos si detrás está ese gobierno en la sombra, club Bilderberg, o algún "lobby" de la sal, ya que lo contrario a lo dulce no es lo amargo, que eso no vende, sino la sal, esos productos saladitos de los que también dicen son malos para la salud, pero quizá ahora estén menos en el punto de mira. Vas al médico te pone el cuentakilómetros a cero, te manda al camino de Santiago y lo de la sal, más o menos, queda controlado. Lo malo es lo del azúcar. Y a ver cómo lo explico para que nos demos cuenta de lo que consumimos de media y lo que deberíamos consumir, más que nada lo digo para cuando lo incorporen al tráfico y nos realicen el test multativo de azucolemia, pues si en la actualidad los europeos tomamos de media 100 gramos diarios de azúcar y la OMS recomienda 50 gramos como máximo, a los 60 o 70 gramos le van a caer a usted, amigo, 600 euros de multa y tres puntos de sanción. ¡Yo lo dejo caer, haga lo que quiera!

Otro día les contaré las guerras que ocasionó la producción del azúcar y su control, lo de hoy es pura actualidad que, con ocasión de escribir este artículo de los martes, a servidor le ha condicionado el miedo sufrido al ver en televisión un experimento científico con un refresco. Así, al separar sus compuestos, una vez extraída la cantidad líquida y quedar en el vaso la cuarta parte del contenido, o sea, el azúcar, le ha entrado un pánico terrible. He sentido como si me quitaran los doce puntos.

Ahora, usted es libre de tomar el azúcar que quiera, que yo no le he hablado de diabetes y de otras enfermedades, pues no voy a dar consejos que para mí los quiero, pero con el miedo en el cuerpo sí voy a moderar un poco el consumo, aunque no me prive de ningún producto de los que anteriormente he hecho referencia. Y sobre todo no voy a renunciar a las almendras garrapiñadas, que aparte de darle una gran alegría al cuerpo, me han contado que fueron descubiertas por unos chavales. El hecho fue muy curioso: Un tipo mayor los encontró trasteando con una sartén mientras echaban azúcar a las almendras. "¡Qué hacéis, diablos? largo de aquí!". Los chicos salieron corriendo y el individuo probó aquello, le añadió un poco más de azúcar y dijo: "¡Qué bueno está esto!". A partir de entonces, las produjo al por mayor y montó toda una industria de exportación. ¿Me preguntan por los chavales? No sé. Aún estarán corriendo... Este fue uno de esos descubrimientos científicos culinarios que se dieron de casualidad. O no tan casual, pues los chicos descubren el mundo todos los días y deberían tener su correspondiente reconocimiento.

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