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Tiempos para a(r)mar el relato
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Tiempos para a(r)mar el relato

Actualizado 25/03/2017
Rafael Muñoz

Tiempos para a(r)mar el relato | Imagen 1

El relato depende del que en la madrugada ve pasar el tren.

Ricardo Piglia

En cierta universidad estadounidense preguntaban a nuestro autor sobre la importancia para el lector de la construcción del inicio en un relato; vamos, lo que viene siendo el comienzo de una historia:

'¿Qué quiere decir tomar la palabra? Ése es un momento social siempre delicado y extraño. ¿Qué quiere decir pasar del silencio a la voz, qué quiere decir socialmente, y qué tipo de protocolos son necesarios para que esa función sea posible? Ése sería el punto. Entonces hay, a veces, maniobras dilatorias, postergaciones, partidas falsas, aprontes: prólogos, dedicatorias, epígrafes, marcos, el comienzo siempre parece remitir a una espera. Habría entonces una estrategia verbal ligada a la acción, al acto de empezar a hablar, de modo que uno podría ver en ese punto del íncipit, el rostro del comienzo, la forma que toma en literatura el momento en que el sujeto va a hablar.'

'Provocar la dicción: eso es el mundo', pensé entonces que estas palabras de un poeta cordobés que suelo tener cerca bien podrían compendiar las palabras del escritor de Adrogué.

Y puede que el autor argentino hubiera asentido afirmando a su vez que 'la narración [actúa] como un modo de dar a entender, mostrar y no cerrar la significación. [...] argumentar con una narración, enseñar con una narración un sentido que no está cerrado nunca [es también patrimonio del relato]. Por eso, cuando se cuenta una historia otro inmediatamente replica con otra historia.'

En ese instante fue cuando me pareció escuchar la voz de un querido escritor galo recordando sus inicios en la lectura:

'Comencé a leer, y ocurrió el deslumbramiento. De un golpe la página se impregnó en mí y, al día siguiente, a ser el primero o único interrogado, proferí la revelación en una especie de éxtasis, contenido? ¿Qué había aprendido? Que para decir donde [en latín], existe ubi. Pero que esa palabra únicamente se refiere al lugar donde estamos, mientras que para nombrar el lugar de donde venimos existe unde, y quo para el lugar al que vamos, y qua para el lugar por donde pasamos. Cuatro dimensiones para fracturar una unidad ?una opacidad? que sólo era facticia.'

Que sazonaba rápidamente con el relato de una historia:

'Y por la tarde, en la cena, bajo la bombilla amarillenta, intentaba encontrar el punto misterioso en el pan donde la migaja comienza, donde termina la costra ?en vano?. Sin embargo, al hacer eso, anticipaba la noche por venir, noche en la que debíamos partir de vacaciones, noche enigmática, noche sagrada, donde me preguntaría, mientras el tren avanzaba monótonamente sobre el campo invisible o atravesaba un túnel o se detenía por un minuto en las orillas silenciosas de una estación: ¿es aquí donde termina lo que abandono?, ¿es aquí donde el otro mundo comienza?'

Sin olvidar contarnos cuál fue el motivo que provocó su evocación mucho tiempo después:

'Años más tarde, al estudiar el desarrollo de los lemas en vista del teorema de Weierstrass, que tiende a precisar la noción de punto, del antes y el después de la línea recta, me conmoví de pronto por una especie de exaltación sin objeto, en la que había alegría y tristeza, y enseguida me vi recostado sobre la banqueta, el rostro sobre una chaqueta doblada tratando de dormir, sin lograrlo. La obsesión del punto de separación entre dos regiones, dos influjos, desde la infancia me marcó y por siempre. Sin duda, porque se trataba de un espacio mítico más que terrestre, en la articulación de su trascendencia'.

Casi al mismo tiempo (el del relato) escucho a un imprescindible coterráneo suyo afirmar que 'la fragmentación es el alma del arte'.

Y mientras el primero parece asentir dejando claro que 'si las orillas me atraen, mucho más la idea de un territorio interior, protegido por la amplitud de sus montañas, sellado como el inconsciente.'

Nuestro sibilino poeta cordobés concluye convencido, y muchos de nosotros con él, que 'vamos ciegos de piel. Cuando encontramos la forma, encarnamos el fondo.'

Es en ese momento, con la mirada ya colmada y los oídos resonantes, cuando uno decide alejarse en busca de nuevas palabras, de otros modelos para armar nuevos relatos.

Han contado por orden de aparición: Ricardo Piglia, con La forma inicial; Vicente Núñez, con Poesía y sofismas; Ives Bonnefoy, con El territorio interior; Pascal Quignard, con Sombras errantes, y entre todos ellos, Julio Cortázar.

Fotografías de Chema Madoz.

Tiempos para a(r)mar el relato | Imagen 2

Rafael Muñoz

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