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Lentejas

Actualizado 24/03/2017
Marta Ferreira

Lentejas | Imagen 1

El pacto entre el PP y Ciudadanos no fue nada fácil. Recordemos que, antes del mismo, Ciudadanos había llegado a un acuerdo con el PSOE para apoyar la investidura de Pedro Sánchez y que este habría sido presidente si la falta de visión política de Pablo Iglesias (politólogo de escasas luces y ampulosa vanidad) no lo hubiese impedido. Tras el fracaso de su investidura, hubo segundas elecciones y el PP mejoró notablemente sus resultados, lo que condujo al acuerdo del partido de Rivera para apoyar a Rajoy como nuevo presidente. Ese segundo pacto era similar al que habían alcanzado con el PSOE unos meses antes y se tradujo en 150 medidas que habrían de ponerse en práctica a lo largo de la nueva legislatura, concretadas en 29.000 millones de euros en distintos ámbitos sociales y económicos, pero también en otras de profundo calado, destinadas a combatir la corrupción y acabar con los privilegios impresentables de los políticos como el aforamiento judicial.

Entre la panoplia de medidas políticas destacaba la obligación de dimitir de los cargos públicos cuando fuesen imputados, no cuando se iniciara el juicio oral ni cuando fueran condenados, antes. Se puede discutir sobre su sentido argumentando que viola la presunción de inocencia, pero es una razón de escaso peso, pues no hablamos de las garantías judiciales del ciudadano sino de razones políticas. Cuando un representante del pueblo es imputado (investigado, en el nuevo lenguaje judicial), el partido al que pertenece, como medida preventiva, lo aparca. Con ello, de modo ejemplarizante, se insta a todos los políticos a que sean especialmente ejemplares. Y si después son declarados inocentes o se archiva su caso, lo razonable es que volvieran a su cargo anterior.

Pero no es eso de lo que quiero hablar, sino de algo sencillamente escandaloso. El antaño presidente de la Diputación de Zamora y ahora coordinador general del PP, se permitió unas declaraciones en las que para defender a su partido por apoyar al presidente de Murcia que está imputado y se niega a dimitir, justificó la negativa a cumplir el acuerdo con Ciudadanos en ese punto diciendo que "lo firmamos porque eran lentejas", al modo popular, es decir, que si firmaron es porque no tenían otro remedio pues si no habrían sido descabalgados del poder y las terceras elecciones, inevitables, dando a entender que estaban justificados así para no cumplir con Ciudadanos.

¿Cómo calificar tales palabras? Impresentables o de vergüenza ajena. Como jurista me enseñaron, y Martínez Maíllo debió aprenderlo cuando estudió Derecho Romano, que "pacta sunt servanda", o sea, que si te comprometes a algo por escrito (esto es un contrato, y los pactos políticos son contratos), hay que apencar con ello, es decir, cumplirlo. Que un indeseable se salte a la torera un contrato, lo comprendemos, pero que todo un representante del partido en el Gobierno, con toda la cara del mundo se permita decirlo, es la mejor catequesis posible para justificar los exabruptos de Podemos: los políticos no tienen palabra, los partidos no cumplen sus compromisos, incluso cuando estos han tenido la trascendencia de permitir alcanzar con ellos la presidencia del Gobierno. Y esto es letal en el aprendizaje ético y democrático: es como decir que todo vale.

En la semana trascurrida hemos asistido también al debate parlamentario sobre el conflicto de los estibadores portuarios, que terminó con una votación en que la mayoría ganó al Gobierno, quedando este en una situación deplorable. El presidente, Mariano Rajoy, le echó una bronca a quienes no le apoyaron y entre ellos a Ciudadanos, con cuyo voto contaban. Según Rajoy, se estaban rompiendo las reglas del juego, y con el aire de pater familias que tanto le gusta, predicó sin dar trigo, tan propio de él. Como tiene buena memoria (si no, no habría ganado las oposiciones a registrador de la propiedad), seguro que recordaba las palabras de Martínez Maíllo y sobre todo la conducta de su propio partido apoyando el presidente murciano. Engoló, como nos tiene acostumbrados, la voz y pontificó, pero se olvidó de que vive en democracia y Ciudadanos le dio un bofetón en pleno rostro para recordarle que antes él se había saltado a la torera lo que había firmado. Edificante.

En esas estamos. Una democracia formal en la que los ciudadanos contemplan atónitos que lo que se considera normal en la calle como es respetar la palabra dada, no va con los políticos. Ellos son distintos, viven en su planeta, y además esperan nuestra admiración y que les queramos. ¿Adónde llegaremos?

Marta FERREIRA

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