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Exilios y emigración (1): la dispersión de la memoria republicana en el SO de Salamanca
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SECUELAS VIGENTES DEL FRANQUISMO (VIII)

Exilios y emigración (1): la dispersión de la memoria republicana en el SO de Salamanca

Actualizado 16/03/2017
Silvia Herrero Mateos

Desde hace medio siglo los pueblos del entorno mirobrigense han perdido dos terceras partes de su población

Una de las dificultades mayores de la recuperación de la memoria republicana, en lo que atañe a la tradición familiar y local, se debe a los exilios, una de las secuelas del franquismo enraizada en la misma represión y relacionada con el éxodo rural y la emigración (Iglesias 2016: 27 y 91, notas). Para evitar malentendidos, conviene recordar que el término "exilio" y su evolución semántica han condicionado la redistribución de los términos afines, a la manera que lo hace J. Sánchez Zapatero (Tecnos, XV, 2008), apoyándose en el conocido diccionario etimológico de J. Corominas y J. A. Pascual (1983). El término "exilio", aunque registrado en la Edad Media, no era frecuente en el uso antes de 1939, en que se vería quizá reforzado por el empleo del francés "exil" y el catalán "exili" para referirse a los republicanos desplazados durante y después de la Guerra Civil. La etimología común de estos términos remonta al lat. "exsilium" (de "excilire" 'saltar fuera'). En castellano era sinónimo de "destierro", en el sentido de 'expulsión' como condena impuesta, de larga tradición en la cultura griega y recogida en el derecho romano (en la literatura castellana el más famoso desterrado fue el Cid).

En el siglo XIX, bajo el influjo romántico, este tipo de castigo empezó a llamarse "expatriación", pero ya desde el siglo XVIII se empleaba con este sentido "emigración", así como el derivado verbal "emigrado", precisamente por influjo del fr. "émigré", inicialmente referido al auto-exiliado a raíz de la Revolución Francesa (1789). A su vez el desplazamiento semántico de "emigración" se debe a la corriente migratoria hacia América en el último cuarto del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, por razones económicas sobre todo. De manera que, finalmente, la distribución semántica se establece entre "exiliado" 'expatriado, generalmente por motivos políticos' (DEL), es decir, 'desterrado', pero no por condena judicial, sino por el propio miedo a la persecución o a la pérdida de libertad o de derechos, y "emigrado" 'por motivos políticos, económicos o sociales' (DLE). La emigración al extranjero fue el remedio habitual del paro forzoso en el entorno mirobrigense hasta el advenimiento de la II República, tanto a otros países de Europa, sobre todo a Francia después de la primera guerra mundial, como a América, principalmente a la República Argentina, adonde se desplazaron centenas de vecinos y de familias de Navasfrías, Fuenteguinaldo y otros pueblos comarcanos (Iglesias 2016: 2.2). El fenómeno alcanzó tales proporciones que entre 1900 y 1930 la población de la zona apenas aumentó, aunque también incidirían en ello otras causas, como los desplazamientos a otros territorios de España, las enfermedades y las guerras de África.

Otra cuestión es la del "exilio interior", expresión con la que se ha designado a aquellos intelectuales y artistas opuestos al Régimen nacional-católico que vivieron en España. Fue una dura experiencia para muchos, sobre todo en el primer franquismo, y sin duda meritoria, pues, en ocasiones sorteando la censura, evitó el desierto cultural. A veces se ha aludido a una infundada polémica entre exiliados "exteriores" e "interiores", dando por hecho que los primeros acusaban a éstos de haberse comprometido con el régimen dictatorial y que los segundos fomentaban el mito de que aquéllos disfrutaban de una vida regalada en el extranjero ("el exilio dorado"). En principio, el "exilio exterior" desapareció con la Transición y se supone que entonces también saldrían del "exilio interior" todos aquellos que se creyeran inmersos en él durante el franquismo desarrollista y sus epígonos. En todo caso, se desconocen figuras de este calibre entre los represaliados del entorno mirobrigense, a no ser que se incluya entre los intelectuales a los maestros y algunos profesionales liberales. Muchos de ellos conocieron esa otra forma concreta de exilio interior que eran los traslados a consecuencia de la depuración y la prisión por condena de consejos de guerra o por arbitrarias detenciones gubernamentales, en el supuesto de que unos y otros no hubieran sido eliminados en el verano sangriento de 1936.

El éxodo rural o migración del campo a la ciudad es un fenómeno iniciado con la Revolución Industrial que se acelera en la segunda mitad del siglo XX, en España como en otras partes. En principio, es una migración espontánea, determinada por el atractivo de la ciudad (más empleo y servicios) sobre la población del campo (falta de empleo acentuada por la maquinaria agrícola, de servicios y de enseñanza). De hecho la motivación económica es perfectamente compatible con la motivación política, pues el aislamiento de las víctimas republicanas y de sus familias (huérfanos, excarcelados, depurados, "desafectos" con malos informes para encontrar trabajo) favorecería en todo momento estas migraciones hacia las ciudades cercanas e incluso a las de otros territorios del estado español, empezando por Asturias y el País Vaco, en donde recalaron numerosos jóvenes de Ciudad Rodrigo y su entorno, antes de que se abrieran las puertas a la emigración al extranjero al filo de los años cincuenta. Por entonces ya hacía tiempo que la emigración española había dejado de tener por destino principal los países de América y se orientaba hacia los de Europa hasta la crisis de 1973 (más de un millón de personas). Estos emigrantes fueron asistidos por el Instituto Español de Emigración, creado en 1956. Antes muchos comarcanos, a veces familias enteras, se habían arriesgado a pasar la frontera francesa en condiciones tales que a veces los niños pequeños morían en la travesía, como se cuenta en Robleda. (Ver L.M. Calvo y otros, "Historia del Instituto Español de Emigración", www.zora.uzh.ch).

Se desconocen estudios específicos sobre el éxodo rural y la emigración en la provincia de Salamanca, pero sus efectos saltan a la vista. Desde hace medio siglo los pueblos del entorno mirobrigense han perdido dos terceras partes de su población y el colectivo mayoritario de ésta lo constituyen personas "mayores" y ancianas. La solución de este problema demográfico parece muy por encima de la capacidad y voluntad de los responsables de las instituciones comunitarias de Castilla y León, que, si no tienen definida una política de la memoria, tampoco aciertan con las medidas adecuadas (empleo, servicios, natalidad) para frenar el despoblamiento casi total que ya se comprueba en algunas alquerías y anexos municipales de este territorio salmantino. (Para detalles, verse "La población de Salamanca", Cuadernos Fundación BBVA, www.fbbva.es). Es un doloroso espectáculo, que, además de la ruina material y la pérdida cultural, deja entrever el coste humano que ha supuesto esta diáspora, sobre todo para quienes, además de la precariedad económica, arrastraban las secuelas de la represión en la familia o en su propia persona.

El exilio exterior no fue la forma preferida de Franco para deshacerse de los republicanos, sino la eliminación y la prisión, pero muchos de aquéllos ya durante la guerra, en función de las operaciones bélicas se vieron afectados por el éxodo, que sería masivo al final de la guerra (más de medio millón de personas), hacia Francia sobre todo. En la primavera de 1939 se contaban allí unos 440.000 españoles, principalmente ex combatientes, políticos y funcionarios republicanos, así como gente de toda condición, la mitad de los cuales permanecerían en el país vecino de forma permanente por lo menos hasta la Transición. No fueron los primeros que, obligados por las circunstancias, siguieron un destino análogo, como en el siglo XIX los deportados por Napoleón, los afrancesados comprometidos con el "rey intruso" José I y los liberales perseguidos por Fernando VII, cuyo total oscilaría entre 65.000 y 100.000 exiliados en el período de 1808 a 1833, aunque en el recuerdo, como sucede en otros casos, solamente han perdurado algunos hombres ilustres, artistas y escritores, que más tarde importarían el Romanticismo de su país de acogida (Francia e Inglaterra sobre todo). Mucho antes, en 1492, y por motivos étnicos y religiosos (que desde la Edad Media se daban en toda la Europa cristiana), la Monarquía Hispánica de los Reyes Católicos había expulsado a los judíos (entre 50.000 y 100.000), el mismo año en que se daba fin a la Reconquista. A su vez los descendientes de musulmanes, los moriscos y mudéjares, corrieron la misma suerte, en el reinado de Felipe III (1609), lo que supondría el destierro de unas 270.000 a 320.000 personas (H. Lapeyre, A. Domínguez Ortiz, H. Kamen). Y un siglo más tarde, al implantarse la Monarquía Borbónica, se vieron abocados al exilio los austracistas partidarios de Carlos VI. Por otro lado, las actuaciones de la Inquisición causaron numerosos exilios de "herejes" en la época de "la España imperial".

El estado "Nacional-Católico" había elegido ese modelo político y daba por buenos los exilios de todos los disidentes, que, en su visión maniquea, configuraban la imagen de la "Anti-España". En consecuencia, el éxodo republicano remontaba a los mismos o similares motivos (centralismo autoritario, monarquía absolutista, ultra-catolicismo) que los de antaño, pues era el resultado de una guerra promovida con el mito de la conspiración judeo-marxista-masónica internacional, aunque los verdaderos móviles fueran los intereses de las clases privilegiadas y el odio clasista contra los obreros de la ciudad y los jornaleros del campo, pintados como aguerridos batallones de bárbaros sindicalistas ("las masas", "las hordas marxistas"). Los habitantes de la zona mirobrigense no serían de los más afectados por estos desplazamientos al final de la guerra, precisamente por haberlos experimentado como fugitivos desde el verano sangriento de 1936: emboscados, "topos" y expatriados (Iglesias 2016: II, 8; III, 3). Sin embargo, algunos jóvenes que servían en el ejército republicano conocerían el exilio al término del conflicto bélico, así como la privación de libertad en los campos de concentración franceses y la deportación en los territorios controlados por la Alemania nazi en Francia, Austria y la propia Alemania (Ibídem: VI, 4.1.1).

Con la diáspora se ha perdido en gran parte la memoria de estos jóvenes exiliados, como a veces se ha borrado la de aquellos izquierdistas que, después de ser combatientes obligados en el "ejército nacional" o en el republicano, no se atrevieron volver a sus lugares de origen por miedo a los represores locales. La desmemoria aparente alcanza incluso a determinadas víctimas mortales o carcelarias y los avatares migratorios de sus familiares. La memoria colectiva local es tributaria de la de los grupos de parentesco, que unas veces se han mostrado olvidadizos y otras más fieles con respecto al legado familiar, pero no es seguro que se haya llegado a tiempo de recoger toda la información existente. Por ello, con esta salvedad, en el repaso por localidades de las próximas semanas se podrá observar el contraste entre los efectos nefastos de la dispersión de la memoria y el antídoto contra el olvido que representan los testimonios de los "archivos vivientes".

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