Ninguna tarea puede valorarse sino se hace, sino se sabe exactamente en qué consiste y cuánto cuesta realizarla. Estoy segura que quienes lean estás líneas estarán de acuerdo que en su familia, pero también en la de sus abuelos, eran las madres, las hermanas y las abuelas las que dedicaban horas y horas a que el hogar se convirtiera en un lugar de reposo, donde todos, sin excepción, se benefician de su trabajo convertido en comida, arreglos, orden. Seguro que están pensando que todo ha cambiado, que cada día muchos hombres valoran lo que supone sacar una familia adelante, con todas las tareas que esto implica. Sin embargo, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) en diciembre 2016, cuidar a las personas mayores y también a las más pequeñitas sigue siendo una responsabilidad femenina. Y digo responsabilidad, porque tener en cuenta a qué hora empieza la clase de música del crío, o si hay que ir al dentista, o cuando le toca la vacuna requiere una planificación. Y pensar por anticipado siempre ha sido, en sí misma, una gran tarea. Me decía una amiga recientemente: cada vez los hombres te ayudan más en casa. El problema es la palabra "ayuda". Un concepto fraudulento donde los haya, dado que si todos viven en el hogar, lo lógico, lo justo habría que decir, es que todos colaboren en gestionar sus propias necesidades. Soy consciente que mis alumnos y mis alumnas no están habituados a asumir que vivir en un piso de estudiantes pasa por hacer tareas, por muy aburridas que éstas sean. Pero muy pocos, por desgracia, tienen en cuenta lo que esto supone. Sólo aquellos que se han trasladado a Salamanca para estudiar y tienen que hacer frente a una nevera vacía cuando llegan a casa, o saben que su ropa deberá terminar en la lavandería, terminan por reconocerlo y, curiosamente, echan de menos a su madre.
También es justo añadir que los empleos conllevan jornadas cada vez más extensas y resulta difícil disponer de más tiempo para pasarlo con la familia, la cual sabemos muy bien el trabajo que representa atender sus necesidades. Pero en España carecemos de políticas de emancipación de los jóvenes, así como de lo que se denomina una economía de los cuidados, es decir, contar con unos servicios públicos que conviertan las guarderías en un espacio de aprendizaje excepcional, dado que en ellas se educa a través de juegos con otros niños y niñas de la misma edad. No, en España la inversión en cuidados, incluidos aquellos que corresponden a las personas mayores, está por debajo de Alemania, Francia, o Reino Unido, allí los abuelos no sustituyen a los padres. Países que, además, saben muy bien que si destinan un presupuesto a preparar a las jóvenes, estás deben poder incorporarse al trabajo sin el terrible dilema entre la familia y la vida laboral. Dilema que padecen en exclusiva las mujeres, dado que a los hombres se les reserva el mundo productivo. El ámbito laboral también vampiriza su tiempo y estoy convencida que, si dependiera de ellos, querrían pasar más tiempo con su familia. Por estos motivos, la huelga del día 8 de marzo, de tan sólo media hora (de 12 a 12.30) es una huelga que nos beneficia a todas y a todos. A nosotras para valorar lo que hacemos, y a los demás para saber lo que esto representa.
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