Cuentan que un día, san Francisco de Asís le pidió a uno de los frailes cofundadores que se preparara para salir a predicar con él. Salieron y estuvieron caminando y dando vueltas por todo Asís, durante una hora y media. En un cierto momento, el fraile que lo acompañaba le preguntó a san Francisco: "Padre Francisco, usted me dijo que saldríamos a predicar. Hasta ahora, sólo hemos caminado y recorrido todo el pueblo". San Francisco le respondió: "Hermano, llevamos una hora y media de predicación. No hay mejor predicación que la sonrisa y el testimonio de una vida auténticamente cristiana".
Un día, al despertar, vi que todas las manos de mis amigos y seres queridos quedaban llenas hasta rebosar de luz. Y es que todo lo que amamos es y se convierte en luz y en este caso no sólo ilumina todo lo que toca, sino que te ha convertido en luminaria, en fuente de energía. Llevamos la luz con nosotros, donde quiera que vayamos, y aunque nos parezca que somos los mismos, no lo somos. Algo cambia de día en día en nuestra mente, nuestro corazón, todo nuestro ser, a medida que vamos amando a Dios y a los demás.
Es curioso, como en medio de tanta luz, no podemos dejar de proyectar sombras y de caminar entre penumbras, sencillamente porque aún no estamos asumidos enteramente por la luz que es Dios y sólo somos una mediación (interpuesta) entre Él y los demás. Pero la garantía de que Él está con nosotros es precisamente que podamos identificarnos como sombras, sin miedo ni rubores ante la oscuridad de lo que somos y sentimos.
El cristiano es y debe ser luz y sal. No debemos, pues, esconder la luz que nos llega, ni quedarnos de brazos cruzados, aprisionados en preguntas inútiles y sin sentido. Sólo pueden salvar a nuestro mundo personas que iluminen, que amen y defiendan todo lo que huele a vida, luchando sin tregua, con paciencia y perseverancia. El miedo al futuro, los fracasos del pasado, el envejecimiento de nuestros sueños, pueden ir secando nuestro corazón y amortiguando o matando las ganas de ser luz, de vivir y de luchar.
Y si la luz ya está en nuestro interior?.¿por qué resulta tan difícil sacarla fuera?
Y para rejuvenecer los ánimos y poder seguir adelante en la lucha de cada día necesitamos tres actitudes importantes:
No dejar que las sombras se apoderen de la luz.
No prestar atención a quienes nos dicen que cada día estamos peor.
Hacer todo lo bueno que esté a nuestro alcance..
Para poner en práctica estas tres consignas, nos pueden ayudar un proverbio chino, unas palabras de Juan XXIII y otras de Santa Teresa de Jesús.
En primer lugar, no debemos admitir en nuestra mente ningún tipo de pensamiento negativo, ni nada que perturbe nuestra alegría.
"Tú no puedes impedir a los pájaros de la melancolía que vuelen sobre tu cabeza, pero sí que hagan sus nidos en tus cabellos, porque poco a poco irán carcomiendo tus ideales y minarán la vitalidad de tu corazón, apagando la luz de tus ojos y tu vida" (Proverbio chino).
Tampoco se adelante mucho profetizando desventuras y calamidades o resaltando las cosas negativas de la vida.
"Nos parece necesario expresar nuestro completo desacuerdo con tales profetas de desgracias que anuncian incesantemente catástrofes, como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de cada esquina" (Juan XXIII).
"Obras quiere el Señor" decía Santa Teresa, y fiel a esta consigna hizo todo lo que estaba a su alcance para bien de la Iglesia de su tiempo y del mundo entero. Se reunió con un grupo de mujeres llenas de fe y confianza en Dios y se dedicó con ellas a vivir en plenitud el amor, convencida que estaba a su alcance como si la solución de todos los males dependiera de ella.
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