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Cómos y por qués
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Cómos y por qués

Actualizado 26/02/2017

Cómos y por qués | Imagen 1"Quien tiene un por qué para vivir puede soportar casi cualquier cómo". Una vez escrita la frase se me ocurre que debería apagar el ordenador y dejar en blanco el resto de la columna. En serio.

Como siempre, el pensamiento se lo debemos a un desquiciado que acabó sus días en un centro de salud mental -el bueno de Nietzsche- con más razón que una pléyade de Demócritos y Descartes. Qué fulano.

La frase, repito, es para volverla a leer despacito una y otra vez hasta encontrar el maldito por qué de nuestra vida. "Quien tiene un por qué para vivir puede soportar casi cualquier cómo" y la traigo a colación porque acabo de leer un librito de Víktor E. Frankl con un título tan sugerente como la frase del enfermo mental que encabeza este texto inútil: "El hombre en busca de sentido".

En realidad la idea no me resulta nueva, ya había oído hablar en mis otras vidas de grandes hombres que se pasaban la existencia, las horas y los días en busca de la verdad, de corazones y culos inquietos cuya única meta en este valle de lágrimas era encontrar la razón de su llanto. Lo dicho, que el escepticismo y la soberbia plastificada que caracteriza a los que firmamos columnas y creemos que todo está inventado, que nihil novum sub solem y que lo que cambian son las palabras, no las ideas, se ha visto golpeada por la lectura de una obrita que habla de la importancia de encontrar un por qué para poder soportar, disfrutar, compartir, sufrir, detestar y amar cualquier cómo. Unas páginas sin corteza que si no se me han atragantado ha sido por la rapidez con que les he dado carril y el esfuerzo que he intentado hacer para no pensar en el por qué de mi existencia. Sin embargo, la teoría de la intención paradójica del propio Frankl ha dado resultado en mí. He vuelto a comprobar que cuanto más se desea algo o alguien menos probabilidades de conseguirlo se tienen, de tal modo que por más que intentaba no pensar en el por qué de mi existir más me comía el tarro. Me fui al cine.

En lugar de palomitas masticaba la puñetera frase del creador de Zarathustra aunque en mi interior escondía la esperanza de que la lengua de las mariposas lamiese mi alma. Me la destrozaron a dentelladas. Sus dientes republicanos, infantiles y musicales se clavaron en lo hondo de mis principios llevándose un trozo y dejándome en cueros ante mí mismo, como antes, como hacía tiempo, como cuando la verdad deja de serlo porque nos la convierten en mentira, como siempre.

Salí de la sala solo. Llovía tan despacio que los por qués me iban calando el alma, los calcetines y la vida toda, todo lo contrario pasaba en mi mente. Las ideas se sucedían tan rápido que la muerte y la resurrección, los cómos y los por qués intercambiaban su posición, su postura, su qué sé yo. Me tumbé en la cama, miré sin más al techo y entonces, sólo en ese entonces, comprendí que cada día tiene su afán, cada momento su por qué y cada lágrima su razón de ser. ¿Que por qué? Cómo lo voy a saber.

(Escrito en septiembre de 1999 y firmado a día de hoy)

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